Inesperado Amor

8. INÉS

Mientras sostengo al bebé en mis brazos, escucho pasos apresurados acercándose por el pasillo. Pronto, la otra niñera entra en la habitación, con una expresión de agotamiento grabada en su rostro y los cabellos negros desordenados como si hubiese salido recién de algo similar a un tornado.

–¡Oh! Caray, pequeño diablo, aquí estabas.

Se disculpa conmigo mientras se acerca, sus ojos cansados revelan el peso de su jornada y extiende sus brazos para recibirlo, pero he quedado perpleja ante lo que acabo de escuchar. ¿Está loca? ¿Cómo se le ocurre llamarle de ese modo?

–Descuida, yo lo llevo–le digo, pero niega con la cabeza.

–Inés, lo siento tanto–dice ella, suspirando mientras se inclina para tomar al bebé de mis brazos y se lo paso con dolor en mis entrañas por cederlo y la sensación de que no está bien esto–. Espero que no haya causado ningún problema. Estos pequeños pueden ser bastante traviesos a veces.

Le sonrío con comprensión, asintiendo sin empatizar mucho por el hecho de que son niños y no los puede estar llamando como “pequeño diablo” o similar. 

–No te preocupes en absoluto–respondo suavemente–. Estoy aquí para ayudar en lo que pueda. Ejem, ¿Ana es tu nombre, verdad?

–Sí, claro.

–Ana, ¿sabías que los niños se graban todo lo que escuchan, aunque aún no hayan aprendido a hablar?

–¿Eh?

–Mi tía es psicóloga–le miento–, me lo djo una vez.

–Oh, ya.

–Lo decía por eso de diablo y no sé qué más.

–Se lo digo cariñosamente. Diablo, demonio, basurita.

–¡¿QUÉ?!

–Es broma, es broma. Hasta demonio llego.

Rayos, no me gusta inclusive que use esas palabras cerca del niño. ¿Cuándo dijo que dejaba de trabajar con los chicos? ¿Hoy mismo es su último día? Vaya suerte que sí, no quiero sonar prejuiciosa y sé que es una tarea compleja, pero me choca bastante.

Juntas, nos dirigimos hacia la sala donde la otro bebé está jugando con cubitos blandos en la alfombra. La pequeño parece absorta en su tarea arroja cubos e intenta colocar uno encima de otro a su vez, con sus pequeñas manos que se mueven con determinación mientras construye torres y castillos imaginarios.

Ana le entrega el biberón a la niña, pero me siento en la alfombra junto a ella y le ofrezco jugar con ella mientras le acerco el biberón que supongo será su desayuno.

–Gracias por tu comprensión, Inés–dice ella sinceramente al tiempo que el niño arroja su coche por los aires–. Es solo que hoy ha sido un día difícil...como todos los días. Estoy niños son un tornado, eso que apenas tienen menos de un año, no quiero saber lo que se convertirá cuando aprendan a caminar.

Wao, me lo imagino y quiero gritar, pero de ternura.

Asiento tratando de mostrarme simpática, reconociendo el esfuerzo que implica cuidar de estos pequeños.

–Estoy aquí para ayudar en lo que necesites–. Miro en todas las direcciones–. ¿Por dónde empezamos?

Ana hace un gesto feo.

Como de que estuviera oliendo algo realmente feo. Se acerca al pañal del niño quien parece de pronto un tanto concentrado y advierte:

–Guácalas, estamos en algo serio.

Suelto una risita y Nina intenta treparse con el biberón por mis piernas hasta abrazarme por el cuello donde intenta apretujarme y la sostengo.

–Vaya cariños–le digo, riendo.

–Son intensas–me dice Ana–. ¿Te presentaron sus nombres ya? El que hace popotino como si comiera siempre frijoles es Polo mientras que la pequeña que hay que cuidarla de que se come absolutamente todo o planea estrangularte con sus dedos más diminutos que los dedos de un gatito es Nina.

–Sí, sí. Tuve el placer con Paula, igual es bueno recordarlo. ¿Son mellizos?

–Gemelos, de hecho. Dios tiene sus planes y fueron los de revolucionar esta casa de punta a punta, evidentemente.

–O bendecirla.

–Mmm, sí–. Parece dudarlo, pero se encoge de hombros y va al quid de la cuestión–. Entonces, ¿sabes cambiar un pañal?

–Mmm.

Intento hacer memoria, pero creo que no lo hice nunca.

–Ven–me dice ella–. Vamos al cambiador, felicidades, ganaste tu primer pañal cargadito.

–¡Wao, muchas gracias!–celebro con sinceridad mirando a Polo quien suelta otra de sus risitas con encías tiernas que me mata de la ternura.

 

 




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