El suave resplandor de la lámpara de noche ilumina con calidez la habitación mientras Paula y yo nos preparamos para irnos a acostar cerrando otra jornada agotadora. El día ha sido largo e intenso, pero finalmente llegó el momento de descansar. Juntos, armamos la cama matrimonial con cuidado, casi como un ritual. Hoy ha sido un día más calmo considerando que los niños tuvieron doble atención, pero a partir de mañana estará Inés sola y será un desafío saber si permanecerá en el trabajo o cuánto tardará hasta decirnos que le salió una oportunidad para jugar en un club de fútbol al otro lado del mundo como suele suceder con las desesperadas decisiones que inventan las niñeras que pasan por esta casa.
Días atrás tuvimos momentos críticos con mi esposa en que se hicieron serios planteos que deberían pensarse con cuidado: cerrar el restaurante, contratar más personal o incluso divorciarnos y proceder con alguna de las anteriores.
Cada vez que salta alguno de esos planteos siento que el mundo entero que me he esforzado por construir se tambalea.
–Estás muy pensativo–me dice Paula mientras ajusta el edredón y yo también de mi lado.
–Mmm, puede ser–le digo.
–¿Algo bueno, espero? Aleja un rato de tus pensamientos el trabajo, relájate amor. Además, los niños están bien.
Mi mente no puede evitar divagar hacia la habitación de al lado, donde Inés está ocupada cuidando de los pequeños. Observo el monitor con preocupación, viendo a la nueva niñera arropar a los bebés con movimientos cuidadosos y delicados tras haberlos hecho dormir con Paula. Aunque mi esposa confía en ella completamente, no puedo evitar sentir un nudo de inquietud en el estómago.
–¿Estás segura de que elegimos bien a Inés?–pregunto con mi voz llena de dudas mientras observo la pantalla del monitor–. La veo muy joven, no cuenta con experiencia previa en niños y hoy llegó mugrienta cuando mantener la imagen debe de ser algo fundamental para el lugar de trabajo, más aún cuando estás en un entorno donde se manipulan alimentos.
–La intentaron asaltar, amor. Nadie llega lleno de lodo porque sí–. Termina con la sábana de arriba y pasamos al cubrecama.
–¿Y qué dijo Ana?
–Ana ya no está.
–Pero ¿la vio bien?
–Va a mejorar.
–Con nuestros hijos.
–Quienes estuvieron perfectos a su cargo hoy al igual que mañana y pasado.
–Cuando deba cuidarlos sola.
–Tiene el apoyo de los empleados de la casa, del restaurante y nuestro. Estamos para ser de utilidad en lo que precise.
–¿Es broma? Ella debería estar a disposición nuestra.
–Y lo está.
Una vez que nos metemos en la cama, la abrazo contra mi pecho y le pregunto esta vez en los últimos minutos bajo la luz de la lámpara:
–¿Qué te hace estar tan segura de ella, Paula? Confío en tu criterio, pero con esta chica sólo puedo ver más puntos en contra que a favor.
Paula se acerca a mí, su presencia reconfortante llena la habitación con una sensación de calma. Reposa un dulce beso en mis labios y luego acota:
–Inés puede ser nueva en esto, pero tiene un corazón bondadoso y está aprendiendo rápidamente. Una madre primeriza siendo ayudada por una futura madre primeriza a inmediato plazo es como un equipo donde crecen juntas
Aunque su confianza me reconforta, no puedo evitar sentir una ligera aprensión por lo que acaba de decir.
–¿A qué te refieres, Paula?
–Primero, tu primo la recomendó y estoy segura que él no te recomendaría a alguien que no haya corroborado por sí mismo que es buena. Segundo, que no tenemos muchas opciones que acepten trabajar cama adentro las veinticuatro horas del día al servicio de no uno sino dos bebés. Y tercero, está embarazada.
–Cielo santo, ¿de verdad?
–Sí. Ha sufrido mucho con eso del embarazo. No tiene los recursos necesarios para salir adelante por sí misma y su madre la echó de la casa. Estuvo viviendo en lo de una amiga antes de venir aquí.
Mi mente se nubla ante la idea de lo mal que se la tiene que haber pasado a raíz de esa situación.
El corazón se me encoge al hacerme a la idea de lo que implica el calvario que ha de haber estado sufriendo Inés.
–Cielo santo, es tan joven–murmuro–. ¿Cuántos tiene, veinte?
–Diecinueve.
–¿Y qué hará una vez terminemos la temporada alta?
–Si funciona bien y si decide quedarse, podemos retenerla un tiempo más, pero no nos adelantemos. Primero roguemos que pase de mañana.
–Es un buen punto, esperemos que sí.
–Apaga la luz, amor–me dice ella al oído–, aprovechemos que ahora tenemos al menos un momento para nosotros dos.
Me acerca sus labios y vuelvo a besarla, esta vez con mayor intensidad y apetito al tenerla entre mis brazos y sentir su cuerpo contra el mío.
La pasión, que el trabajo y el asunto de la paternidad, estaba comenzando a ponerse en jaque ahora se ve encendida nuevamente y agradezco tenerla tan cerca de mí.
Arrastro mi mano hasta el interruptor de la lámpara junto al monitor, apagando finalmente la luz y mirando de reojo por última vez la imagen de Inés junto a las cunas.