Después del shock que vivo en la cocina, decido que es hora de espabilarme un poco y ponerme en marcha. Me dirijo hacia el baño de mi habitación con determinación, dejando atrás los pensamientos turbios y enfocándome en la tarea que tengo por delante.
Una ducha revitalizante y un cambio de ropa limpia son justo lo que necesito para comenzar el día con buen pie. Mientras el agua caliente me envuelve, siento cómo la fatiga y la tensión se desvanecen poco a poco, reemplazadas por una sensación forzosa de renovación, aún considerando que con la sumatoria minuto por minuto de la noche que he pasado no me alcanza para decir que apenas he cumplido una cuarta parte de lo saludablemente correcto. ¡Y apenas va mi primer día! Calculo que anoche solo fue un momento de adaptación y no será así siempre, ¿verdad?
Paula y su marido están con el desayuno de manera veloz, ella pone a disposición si quiero café de la cafetera y tostadas, están con un poco de prisa.
–Yo me ocupo–le digo–. Me encargo de limpiar, vayan tranquilos.
–Descuida, enseguida viene Alena quien limpia la casa. Tu solo mantente alerta de las cosas de los niños, ¡gracias!
Paula se despide y su marido le sigue el paso mientras va muy ocupado discutiendo algo de pedidos de carne para el restaurante.
Solo unos minutos más tarde suena el portero eléctrico y Alena se anuncia, así que le abro y la conozco por fin. Es una mujer que juzgaría apenas mayor que Paula, tiene el cabello ondulado y lleva puesto un uniforme de limpieza que se parece un poco al mío.
–¿La nueva niñera?–me pregunta ella mientras sirvo café y le ofrezco, pero no acepta–. Ya he desayunado, gracias.
–Ejem, sí, la nueva niñera, je. Mi nombre es Inés.
–Bienvenida, Inés. ¡Veremos si llegas a la semana! Me contó Ana que estarías cama adentro, ¿cierto?
–Así parece, je, este es mi segundo día de hecho.
–Dale la bienvenida a las ojeras, cariño. Los bebés naturalmente son una suerte de criaturas nocturnas que de noche huelen cuando estás por pegar un ojo y asaltan con su llanto.
–Vaya, puede ser, ¿ya te tocó cuidarlos?
–Solo tengo la limpieza de la casa, pero soy madre de tres criaturas.
–¡Tres!
–La primera me llegó con diecinueve y ahora es toda una adolescente.
Bueno, no puedo juzgar, es exactamente lo que me sucederá a mí por un asunto de edad, solo espero que mi devenir sea un poco mejor en lo que hace a expectativas económicas. Me da un poco de temor no encontrar algo bueno en lo que poder forjar mi futuro.
–Permiso, cielo, debo empezar–dice ella tras dejar sus cosas y se va directo hasta la lavandería.
Una vez que quedo a solas, el sonido del teléfono interrumpe el tranquilo ambiente de la casa, y un escalofrío recorre mi espalda al ver el nombre de mi madre en la pantalla.
¿Por qué me está llamando? Creo que llevamos casi una semana ya sin hablar, ¿por qué se está intentando comunicar conmigo?
No me dejó bien lo último que sucedió, pero apenas tiene una idea de los enormes giros que dio mi vida luego de que me echó de la casa.
Por la hora juzgaría que está por salir de casa para empezar con su jornada laboral, sin embargo dudo que tenga intención alguna de hablarme para decime algo que me haga sentir bien apenas. Detesto estar peleada con ella, pero es una persona que no suele ceder, que siempre debe llevar la primera de la razón y que rara vez tiene la decencia de pedir perdón si se equivoca.
Pero la que se equivocó fui yo…
He pensado mil veces en lo que sucedió ese día, si me lo debería haber pensado de otro modo para hacerle el planteo, si quizá tendría que haber usado otras palabras o si directamente no tendría que haberle contado y más bien esperado al momento adecuado, pero ¿existe un momento adecuado para decirle a tu madre que estás embarazada?
Me siento tentada de ignorar la llamada, de dejar que vaya al buzón de voz como pocas veces me he atrevido hacer, pero una parte de mí sabe que no puedo evitar enfrentar esta conversación para siempre.
Con manos temblorosas, levanto el teléfono y contesto, preparándome para lo que seguramente será una tormenta de reproches y palabras hirientes.