Infiel

Capítulo 1-1

— Bueno, vamos, vuelve en sí, cariño,—escucho una voz baja y trato de abrir los ojos.

No funciona, los párpados parecen estar pegados con supercemento.

— Dónde... estoy... — susurro como me parece con todas mis fuerzas, pero no me oigo a mí misma.

— Estás en el hospital. Recuerda. Te trajeron con amenaza de aborto involuntario, y tú y yo acordamos salvar a tu muñeca. Y tú te me desmayas aquí, — me reprende la misma voz, pero no suena ofensiva en absoluto.

Hago otro intento y los párpados se despegan. Es verdad que estoy en la misma habitación, hay una mujer sentada a mi lado en un traje de médico y sostiene mi mano. En la otra mano tengo clavada una aguja por la que gotea la medicina a la vena.

— ¿Y? — la doctora sigue hablando con rigor. ¿Cómo se llama? Anna Anatolyevna, me parece. Sí así es, veo que lo tiene escrito en el gafete . Y ella es la jefa del Departamento. — Nos pusimos de acuerdo en todo, ¡y se te ha ocurrido sangrar aquí! ¿Qué arbitrariedades son estas?

— Yo... yo no... — muevo la cabeza, las lágrimas se me salen de los ojos. — Que... ¿qué le sucedió?

Señalo mi vientre con la mano, y en mi memoria ya aparece una mancha de sangre en una camisa desechable.

— Silencio, no llores, —Anna Anatolyevna me limpia las esquinas de los ojos con una servilleta —, por esta vez nada grave. Pero tanta sangre... Sonia, ¿te das cuenta de que cualquiera en mi lugar ya te habría limpiado?

— No... — aprieto su mano con mis dedos, — no quiero...

— Entonces no te permitas ponerte tan nerviosa, — declara sin rodeos y me pregunta con una voz muy diferente: — ¿estás segura, Sofía? Esto no es asunto mío, pero no ha habido ningún caso así en mi práctica.

¿Que la amante y la esposa se encontraron  en la misma habitación? Yo tampoco podía imaginarme esto ni en una pesadilla. Sobre todo porque yo soy la esposa engañada.

¿En realidad todo esto es verdad? Dios, ¿por qué? ¿Es que he sido una mala esposa? Y Rustam siempre me decía que yo era la mejor. Y él mismo en este momento... con Lisa...

— Sofía, piénsalo, — mientras tanto, continúa Anna Anatolyevna, — yo también tengo una hija. Y si hubieran hecho eso con ella, lo juro, habría estrangulado a ese bastardo con mis propias manos.

— ¿Dónde está él? — pregunto en un tono indiferente. Por un momento, lamento que ella no sea mi madre. La mía es seguro que no pelearía con Rustam por mi culpa.

— Se llevó a su histérica, — dijo la doctora. — Si hubieras visto el circo que formó aquí. Le dije que se la llevara al diablo. Ya tenía hartos a todos aquí.

Él no se quedó. Él llevó a su amante a una clínica privada cara, porque ella está esperando un hijo de él. Yo sí...

— Le dije que te operaríamos, Sonia —añade Anna con dureza. — Pensé que si la hemorragia no se detenía, te haría volver en sí y luego iríamos al quirófano. ¿Tal vez valga la pena ir? Te divorcias y lo olvidarás como un sueño terrible. Pero un niño es para toda la vida.

— Anna Anatolievna, — le agarro las manos, — querida... Yo le pagaré, cuanto sea necesario, solo... Dígale que ya no hay bebé. ¡Por favor, se lo ruego! Él no debe saberlo... ¡no, este es mi bebé, solo mío!

Empiezo a llorar y Anna mira a su alrededor asustada.

— ¿Qué estás inventando, Sofía? No puedo hacer eso. ¿Y a quién le hace falta? Y si mañana se reconcilian, ¿yo debo ir a la cárcel?

— Ninguna cárcel, — sollozo, — escríbalo en el historial médico tal como es. Pero a él dígale, a mi... Aidarov.

Ya no puedo llamar marido a Rustam. No soy capaz de decirlo. Ni siquiera puedo pensar en ello, aunque estoy a punto de doblarme por la mitad del dolor que eso me causa.

Él ya no es mi marido.

Es un querido. Un gato. Un casado.

Cualquier cosa, pero ya no es mi amado.

— Eso también es una violación, Sonia.

— ¿ Y si su hija estuviera en mi lugar? — miro a la doctora a quemarropa y ella oculta los ojos.

Saco un bolso de debajo de la almohada, ahí hay mucho dinero. Rustam no me negaba nada, era un esposo generoso. Y como amante resultó también ser generoso.

Al menos, ahora no me avergüenzo de él delante de sus amantes. Sobre todo si es solamente Lisa.

Una risa histérica se escapa de mis labios, pero me las arreglo y saco los billetes de la billetera.

— Tome, yo tengo más en la tarjeta bancaria. Y en casa también...

— Espera, — me detiene Anna Anatolievna y se limpia unas perlas brillantes de sus pestañas, — me convenciste. Además, si se abre tal hemorragia una vez más, definitivamente habrá que limpiarte. De acuerdo, se lo diré, llevaré ese pecado en mi alma. Y tú huye de él si puedes, cariño. Un esposo guapo es un esposo ajeno, mi abuela me lo decía. Yo tuve uno así.

— ¿Tuvo?

— Tuve. Sí, pero eso terminó. Lo dejé y no me arrepiento. Ahora tengo otro esposo, y cuando pienso que pude quedarme con aquel, me siento mal. Piénsalo bien, cariño, ¿quizás valga la pena ir al quirófano? Si el feto no se adhirió correctamente de inmediato, ¿puede que sea cosa del destino? Eres joven, hermosa. Encontrarás un hombre normal y darás a luz de él.




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