Mientras el alma lograba abrir el corazón de oro, Sara apoyó su espalda contra la pared y miraba al alma, esperando para ver cómo reaccionaría tras descubrir que en el interior no había ningún genio.
Pasaron los segundos y el alma veía que no se había materializado nada del interior, por lo que miró a Sara y la interrogó.
—¿Por qué no aparece el genio? ¿Acaso tu colgante no era un tesoro del infierno?
Sara sonrió y lo miró fijamente.
—Te lo dije, no hay ningún genio en el interior de ese colgante.
—¿Entonces qué es?
El alma empezó a perder paciencia, y más fácilmente cuando vio como Sara sonreía. La temperatura de la cueva crecía poco a poco, sin que ninguno de los dos se diera cuenta de su aumento.
—De hecho, el colgante es un tesoro del infierno, pero su uso no es invocar un genio, imbécil. El colgante me lo dio Lucifer porque no creía que yo sola pudiera llevar almas al infierno.
Tras escuchar la respuesta de Sara, el alma sonrió antes de que su risa resonara en todo el lugar. No creía que Lucifer, el mismísimo rey del infierno, le diera a una simple parca un tesoro.
—¿De verdad piensas que puedes burlarme, chiquilla?
—¿Por qué no?
Una voz masculina hizo eco detrás suya. Pero lo que le resultó más extraño fue que no sintió la presencia de un humano en su territorio, por lo que este hombre debería de ser otra parca, a menos que fuera otra cosa.
Cuando se giró, vio a un hombre vestido con unos vaqueros rasgados y una camisa de mangas cortas sin abrochar. Este hombre lo miraba tranquilo, si no fuera porque tenía ojos rojos, hubiera pensado que era una parca, pero las parcas tenían ojos negros.
El hombre posó su mano en su cabello negro y desordenado mientras pegaba un bostezo.
—¿Quién o qué eres?
El hombre lo miró por un momento antes de mirar a Sara, en ese momento, el alma sintió miedo. Su instinto le decía que huyera de ese hombre. Mientras, el hombre se acercó a Sara y le dio una perla del infierno.
—¿No te dije que me esperaras antes de ir a por este alma?
—Sí. Pero si no hubiera venido ya estaría en la ciudad, John. Además, acaba de convertirse en un nivel 1.
—Por mí como si es un nivel 2. No habrá mucha diferencia en el resultado final.
Sara suspiró en su corazón. Admitía que John era fuerte, pero en comparación con otros seres, era débil hasta el extremo.
John se giró y miró al alma con indiferencia.
—¿Cómo debería llamarte? ¿Musgo, o alga?
El alma cogió a John del cuello, lo levantó y lo lanzó hacia la pared.
—Puede que la parca a tu lado no se haya dado cuenta, pero yo soy un demonio, no soy una simple alma prófuga. Me llamo Barbas, y soy un gran noble del infierno.
John siguió mirándolo con indiferencia, mientras Sara se dio cuenta de su mentira. El alma usó el nombre del demonio Barbas para que lo dejaran ir, obviamente, se había dado cuenta de que John no era un ser normal para estar encerrado en un tesoro del infierno, sobretodo uno que venía del propio Lucifer.
—¿Barbas?
John se sorprendió por unos segundos antes de bostezar y continuar hablando.
—Tú no eres igual que ese viejo inválido.
El alma no pudo creer lo que escuchó. John calificó a Barbas, un noble del infierno, con palabras tan burdas y simples. En ese momento, John apareció frente a él en unos segundos y lo sujetó por el cuello.
—Te lo advertí, ese colgante no tenía un genio, sólo estaba John durmiendo.
Los ojos de John brillaban con una intensa luz roja. Al mirar los dos ojos rojos, el alma supo qué era John.
—Eres... eres... un demonio.
—Bingo. Como premio, has ganado una muerte lenta...
John esbozó una sonrisa maniática que hizo que el alma se arrepintiera de abrir el colgante.
¿Qué era un demonio? Los demonios eran los carceleros y torturadores de las almas del infierno. Por lo que un alma que había escapado aún tendría grabado en sus recuerdos el dolor y el tormento al que los sometían los demonios. Se podría decir incluso que un alma prófuga todavía sentiría miedo de un demonio. Aún cuando avanzaron al nivel 2, les tendrían miedo aunque fueran capaces de matarlos.
No hacía falta decir que unos días en el plano terrenal, era equivalente a múltiples años en el infierno, por lo que el miedo se volvería más crónico cuanto más tiempo hubiera muerto en la Tierra.
Manteniendo su agarre en el cuello, John usó su otra mano para sujetar el brazo del alma. Tras un breve forcejeo, John logró arrancar el brazo del resto del cuerpo, haciendo que el alma gritara de dolor. Sin esperar a que se recuperara, John arrancó el brazo restante y lanzó al alma a la pared.
—¿Quién te dejó salir del infierno?
El alma miraba a John con temor, viendo como se acercaba paso a paso.
—N-n-nadie... y-y-yo... un día... m-m-me encontré abierta la puerta... y... y... y me fui.
John se arrodilló y miró la cara del alma. Sus ojos rojos eran fríos e indiferentes con lo que decía. Lo que John quería saber era quién le dejó la puerta abierta, quién lo dejó salir.
—No te he preguntado cómo saliste, sino quién lo hizo.
Al ver el semblante lleno de pánico del alma, se le ocurrió una idea con la que hacerlo hablar. En ese momento, John comenzó a sonreír. El alma no podía creer que un demonio cambiara tanto cuando sonreía, si no supiera que era un demonio, pensaría que era un ángel.
—Vamos a jugar un juego.
Al decir John la palabra "juego", la sangre negra del alma se congeló. Su instinto le decía que no era un juego, sino una tortura.
—Las reglas son sencillas. Debes contestar bien mis preguntas, en caso de que mientas o falles...
Sin continuar, John levantó la mano y la daga negra de Sara voló hacia él. Con un simple movimiento, una de las orejas del alma se desprendió de su cuerpo, sintiendo como si estuvieran quemando su cuerpo en lava.
—Por cada respuesta incorrecta, te cortaré un trozo de tu cuerpo. ¿Quién era el demonio que te torturaba?
El alma sabía que da igual qué respondiera, John le cortaría igualmente.
—E-e-era Morax.
—Así que, tu torturador era la vieja cabra... me lo creería, si no fuera porque Morax nunca trabaja.
Con un gesto, John le sacó uno de los ojos, haciendo que gritara de dolor.
—Es cierto... Morax cumplía órdenes... pero lo suplantaron...
—¿Quién?
—No lo sé... No lo sé...
El alma se apresuró a responder, no quería que John le sacara el otro ojo o le cortara la otra oreja.
—¿Cómo era entonces ese demonio?
—Era... raro... nunca logré ver su cara... siempre vestía una túnica dorada y su capucha le cubría toda la cara...
John pensó por unos momentos antes de que diera un largo suspiro.
—Sara abre una puerta al infierno, este no sabe nada.
Antes de que el alma pudiera suplicarle a John para que no lo enviara de regreso al infierno, John incendió el cuerpo del alma, convirtiéndolo en cenizas de las que apareció una minúscula llama gris.
John agarró el ascua gris, ya que era el alma en su estado primitivo. Una vez regresara al infierno, esa pequeña llama tomaría forma física y la entregaría a Lucifer. Aunque antes de entregársela, John le pediría a Lucifer respuestas sobre ese demonio con túnica dorada.
Sara usó el polvo de la perla del infierno en el agujero que era el pozo de almas. Al expresar lo que quería, el pozo se incendió en llamas carmesíes, tras lo cuál tanto John como Sara caminaron al pozo con los ojos cerrados.
Cuando los abrieron de nuevo, el paisaje del infierno apareció frente a ellos de nuevo.
El infierno estaba dividido en cinco zonas, y era alrededor de diez veces el tamaño de la Tierra. La zona norte pertenecía a los dioses de los panteones griegos, nórdicos y egipcios, por lo que las personas que eran creyentes de esas religiones eran llevados allí por las parcas. La zona este pertenecía a los dioses asiáticos. La zona oeste pertenecía a las religiones mayas, aztecas y algunas religiones menores. Y por último, la zona sur la gobernaba Lucifer, aunque al ser el primero que llegó al infierno, todos reconocían que en una toma de decisiones su opinión fue la que más peso tuvo.
Las almas bajaban al infierno cuando cometían algún delito en contra de las leyes de la religión en la que creían, o su alma se sentía culpable por algo que había hecho.
Las zonas estaban separadas por una hilera de montañas que no podían atravesarse. Si alguien, ya sea demonio, ángel, o incluso deidad, intentara atravesarlas caminando, se daría cuenta de que siempre estaría en el mismo punto donde inició su escalada.
La última zona, la zona central, era la zona donde Dios tenía encarcelados a los seres que habían cometido crímenes atroces, aparte de poseer a Atlas, el titán que soportaba el peso del mundo. Nadie, ni siquiera Lucifer o los dioses del infierno, se atrevieron a entrar en ese lugar. Si un alma de las que estaban encarceladas en la zona central lograba regresar al mundo terrenal, cualquier dios pensaba que lograría volverse un alma de nivel 2 en tiempo récord.
—Otra vez en este sitio...
John suspiró, era el único demonio al que no le gustaba volver al infierno. En su opinión, el infierno siempre seguiría igual, a excepción de algunos demonios menores que morían o unas pocas almas que lograban escapar.
—La próxima vez me tienes que escuchar Sara, si no llega a pensar que soy un genio, ahora estaría trayendo tu alma aquí.
Sara miró a John sin ninguna emoción y empezó a caminar hacia la ciudad del infierno de la zona sur.