Lucifer miraba a John con desconcierto y miedo. Era cierto que Lucifer no conocía todas las habilidades de John, pero ni siquiera en su mente podría darse el caso de que estuviera en posesión de un arma maldita, y si suponía que Muramasa era una de las "armas" que había mencionado Omega no quería saber que más tenía.
Lilith, en cambio, posó su mirada en los ojos de John. Si antes la sorprendió el hecho de que John no fuera un demonio y tuviera ojos rojos, ahora que parecía una bestia no se atrevería a preguntarle a Lucifer algo que no podría contestar.
—Lucifer... ésa es... Muramasa... ¿verdad?
—La Muramasa real se destruyó, es una réplica idéntica... aunque hay dos diferencias.
Lucifer apuntó al nombre grabado en la hoja, a pocos milímetros del mango.
—Está escrito en letras comunes, no en chino como la original.
—¿Y la segunda diferencia?
—Me atrevería a decir que es incluso mejor que la original. Si los dioses y héroes llegaran a ver a John ahora mismo... no quiero imaginar lo que ocurriría.
Lilith notó cómo de la sien de Lucifer bajaba una gota de sudor. Fue la primera vez en toda su vida que vio a Lucifer sudar y tenerle miedo a algo.
Omega se regocijaba interiormente al ver a John en ese estado.
—Bien... al menos ya puedo entretenerme. El caso es... ¿por cuánto tiempo?
Al escuchar esas palabras, John rugió antes de lanzarse contra él. Con un giro de su muñeca, la katana negra hizo varios cortes en la túnica, aunque ninguno tuvo la suerte de hacer retroceder a Omega.
Omega y la hoja negra dejaban detrás de ellos imágenes residuales de la velocidad que poseían cada uno. Tras unos segundos, Omega abrió sus brazos y se detuvo esperando que John, ahora salvaje, le asestara un corte. Cuando John vio la postura de Omega, una sonrisa siniestra se dibujó en su mirada y se detuvo con ambas manos en el mango de la Muramasa y posicionada encima de él, preparada para lanzar un corte vertical.
<¡¡¡Zan!!!>
Al escuchar la voz distorsionada y grave de John, Omega se frustró ya que sabía que "Zan" era la técnica más básica del arte con la espada, por lo que no tomó el golpe en serio.
John bajó la katana de una forma muy fluida, haciéndola parecer una cascada con las imágenes residuales detrás de ella. El golpe levantó un gran soplo de aire en los alrededores, aunque debido a que no usaba su máxima velocidad, la corriente de aire no levantó polvo tras ella.
Con sólo las palmas, Omega detuvo la katana frente a él y la movió donde quería, haciendo que John gruñiera de rabia a la vez que intentaba evitar moverla como Omega quería.
—Te recordaba mejor John... más fuerte que esto.
El agujero negro en el rostro de Omega se movió levemente, dejando ver un ojo celeste con una ceja rubia.
—Eres débil, por eso murió.
John tembló y sus manos dejaron el mango de Muramasa, cayendo en manos de Omega. Aunque John se agarraba la cabeza con sus manos mientras gritaba de dolor, un recuerdo se abrió paso en su mente, una mujer rubia parecida a un ángel.
El cuerpo de John comenzó a expulsar humo y sus alrededores se derritieron, obligando a Omega a retirarse.
—Me llevo tu arma de recuerdo, hasta la próxima John...
Tras despedirse, Omega abrió un agujero negro tras él, desapareciendo en su oscuridad. En cambio, John miraba sin vida donde había desaparecido Omega antes de lanzar un gruñido alto, entonces su cuerpo empezó a brillar con un color rojo.
Un hombre anciano apareció frente a John y con un giro de su mano lo envolvió en una esfera luminosa, tiempo después, la esfera se expandió en unos microsegundos y se formaron grietas en ella.
El anciano, ataviado en una túnica raída blanca y antigua, fue rodeado por otras nueve personas.
—¿Sigue vivo ese hombre, Ra?
—Debería. Si es capaz de defenderse de una criatura del purgatorio, igualar a ese ser, y tener una réplica de la Muramasa, sobrevivir debe ser fácil para él.
Las diez personas, incluyendo al anciano, eran los dioses y héroes del cielo que habían bajado a la Tierra para buscar al hombre con túnica dorada. Metatrón tenía que encontrar también al herrero, pero no estaba seguro si esa persona era John.
—¿Qué hacemos ahora Metatrón? Hemos perdido la oportunidad de capturar a ese ser.
Metatrón pensó por unos momentos antes de contestar.
—Buscaremos refugio y trataremos sus heridas en caso de que las tenga, cuando despierte le haremos preguntas y pensaremos qué hacer.
Tras esas palabras, todos desaparecieron en un haz de luz dorada incluyendo la esfera en la que estaba John.
Metatrón y sus acompañantes aparecieron en el interior de una vieja iglesia abandonada. Tras mirar los alrededores, dividió el trabajo en tres grupos.
Ra, Hércules, Miguel y Horus buscarían en las ciudades de alrededor a Omega; Thor, Hera, Zeus y Odín harían vigilancia; y por último, Afrodita y él tratarían las heridas de John.
Tras despedirse, el grupo de Thor se dividieron y mantuvieron una distancia de 10 km entre ellos, formando una circunferencia alrededor de la iglesia. Por otra parte, el grupo de Ra se repartieron entre las ciudades las cuales, incluyendo los pueblos y aldeas, sumaban más de veinte.
Cuando se fueron, Afrodita y Metatrón abrieron la esfera luminosa. Al desaparecer, John cayó al suelo sin el más mínimo rasguño. Metatrón comprobó el pulso de John y se alarmó.
—Afrodita, saca la ambrosía que cogiste del Olimpo.
Afrodita sacó de un saco de cuero atado a su cintura un trozo de gelatina naranja y se la entregó.
La ambrosía era un alimento divino que provenía del Olimpo, el hogar de los dioses griegos. Uno de sus efectos era como neutralizador de cualquier tipo de veneno o enfermedad, su segundo efecto era que había una pequeña posibilidad de evitar que una persona muriera por un determinado tiempo, aunque los dioses se alimentaban de ella la mayor parte del tiempo.
Metatrón le puso la ambrosía a John en la boca. Al hacer contacto con su saliva, la ambrosía se derritió y se filtró por su garganta. Segundos después, Metatrón notó el pulso de John de nuevo y suspiró de alivio.
—Su pulso era demasiado rápido, como si su corazón pudiera explotar en cualquier momento.
—No tienes que dar explicaciones Metatrón, si se puede salvar aunque sea sólo una vida, me atreveré a romper las reglas. Ve a descansar, yo me quedo vigilando.
Metatrón asintió y se fue a un banco frente al altar, allí se puso a rezar.
Afrodita miró a John y sonrió, sabía que Metatrón no le pidió la ambrosía por nada. Aunque John estaba durmiendo, su instinto seguía pensando en Omega y lo que le dijo, por lo que en el momento que despertara volvería a ser la bestia salvaje que luchó contra Omega. Metatrón notó la adrenalina y le pidió un trozo de ambrosía para calmarlo.
Darle ambrosía a los mortales o cualquier alimento divino estaba prohibido, incluso los dioses mayores o el Dios Cristiano no romperían esa regla. Eso era debido a algo que ocurrió hace cientos de años, un alma prófuga se convirtió en un nivel 2 al tragarse un trozo de ambrosía.