Influencia

La hacienda.

Semanas después.

Los días pasaban tan rápido que no podían notarlo, el tiempo no se detenía, volando libre como las aves en el atardecer. Siempre quiso ser como ellas, poder volar libre en ese amplio cielo en busca de la felicidad que parecía inalcanzable, por lo menos así lo sentía él. 

Hace varios días que James había regresado a su casa en Nueva York, lejos de Ciudad de México. Tan lejos, pero a la vez tan cerca de sus tormentos. 

Andrew no podía dejar de pensar en el chico, sabia que las cosas no estaban bien en casa, que su familia en realidad no lo trataba como parte de esta. Creer que las cosas mejoraron en esa semana, e incluso que su padre había cambiado su perspectiva decidiendo amar y respetar a su hijo era demasiado bueno para ser cierto. Sin embargo, no había recibido una sola llamada de James para decir que algo andaba mal, que los maltratos continuaban. 

Cuando llamaba nada era fuera de un "estoy bien". Sonaba tan seguro. Tan convincente. Era tan buen mentiroso.

Aun recordaba su sesión con Arturo (el psiquiatra de aquellos consultorios), como es que le dijo que el castaño padecía de psicosis maniaco depresiva, o mas conocida como trastorno bipolar. 

Puede que lo mas difícil de toda esa situación fuera el explicárselo, no por que no fuera capaz de comprenderlo, sino por que no era capaz de aceptarlo. No lo había tomado nada bien. 

El doctor Arturo intentaba a toda costa ser directo pero a la vez sutil para no afectarlo tanto como lo estaba haciendo, escuchaba cada palabra, culpándose a si mismo por padecer aquello. De pronto volviéndose tan vulnerable, tan frágil. 

Miles de pensamientos cruzaron por su cabeza, las voces dentro suyo reían burlándose de su sufrimiento, de su dolor. 

Arturo intento hablar a solas con el chico, pero se negó rotundamente tal como lo había hecho veces anteriores. En la presencia de Andrew, le explico el tratamiento, así como también el hecho de que su trastorno podía desaparecer con los años, pero que en ocasiones, este podía durar toda la vida. Solo el tiempo sabía cual era su caso. 

A pesar de no tener ninguna noticia alarmante del menor, no podía evitar el preocuparse, puede que su silencio le aterrara mas que su llanto. 

Después de todos esos días en los que no podía saber con certeza como es que se encontraba, podría verlo con sus propios ojos. 

El evento de Mica había llegado, tan solo a un par de días de festejarse. Toda la familia estaba invitada, entre ellos se encontraban los Kensley de Nueva York. Estaría allí. 

Andrew se encontraba fuera de la casa de Nicole, esperándola, deseando que saliera antes de que su madre lo hiciera. Segundos después de tocar la puerta, esta fue abierta por el señor Williams, a quien se le dibujo una gran sonrisa en el rostro al ver al pelinegro. 

— Andrew, que gusto tenerte por aquí. — Dijo el señor Williams. — Nicole casi está lista, ¿Gustas pasar?

— Prefería evitar un enojo en su esposa.

— Lamento eso, no le hagas caso. 

La señora Catalina de Williams (la madre de Nicole), aun no soportaba del todo al pelinegro, por razones que le eran completamente desconocidas. 

Tal vez el sentimiento era mutuo. 

Pronto pudo ver a Nicole haciéndose presente, llevando consigo una pequeña maleta donde llevaba todo lo necesario para el fin de semana, y una linda sonrisa sobre sus labios rosados que provocaran que el corazón del mayor diera saltos dentro de su pecho. 

— Estoy lista. 

— Que les vaya muy bien, cuídala con tu vida, Andrew. 

— Se lo prometo.— contesto con una sonrisa. 

— Estaremos bien. — Prometió Nicole. 

— Te voy a extrañar, diviértanse y buena suerte con esos clientes. 

Esa había sido la excusa que le había dado el pelinegro al señor Williams, un viaje de trabajo, asuntos tan importantes que necesitaría de su asistente a su lado. 

Su padre se fue sobre ella atrapándola en un cálido abrazo, sujetándola con tanto con tanto amor como le era físicamente posible. Haciéndole saber lo mucho que la ama y la suerte que les desea a ambos para esa complicada firma de contratos. 

Se despidió de ambos, Andrew guardo su maleta en la cajuela del auto para después ambos entrar en este, tomando su ruta hacia el aeropuerto internacional de México, rumbo a Los Ángeles, California. 

— ¿Le dijiste que iríamos por trabajo? — pregunto la castaña. 

— Fue lo mejor que se me ocurrió, supuse que por ningún motivo te dejaría viajar a Los Ángeles tu sola con un tipo de treinta años al que tu madre aborrece con todas sus fuerzas, yo no lo haría.

Nicole solo pudo reír en respuesta. 

Tal como cada uno de sus viajes en auto el estéreo y la música jugaron un papel importante en el ambiente, volviendo el transcurso al aeropuerto mas rápido de lo que en realidad fue en medio de esos cantos y risas provenientes de ambos. 

Llegaron justo a tiempo para subir al avión que los llevaría a su destino, había sido un verdadero reto encontrar a alguien que les cambiara el asiento para así poder ir juntos. Cuando finalmente lo consiguieron, despegaron. 

Nicole estaba junto a la ventana, viendo como subían dejando atrás a la ciudad para ser intercambiada por ese pleno cielo coloreado de un hermoso y pacifico tono azul, mientras tomaba la mano del pelinegro, sus dedos estaban entrelazados, unidos como se encontraban sus corazones.  

Andrew pensaba en su castaño primo James, realmente ansioso por saber como es que se encontraba. Cada vez que lo recordaba veía las lagrimas resbalando por sus mejillas mientras Arturo le explicaba todo, como es que este había cambiado sus antidepresivos por unos que eran mas fuertes, con la esperanza de que estos consiguieran hacerlo sentir mejor, tanto como los antiguos no lo hicieron. Así como también se integraban los antipsicóticos. 

Lo ponía bastante nervioso el no saber como es que se encontraba en realidad, sin tener la certeza de si le estaba mintiendo en cuanto a su bienestar. Cuando la fecha de irse llego, Andrew le ofreció quedarse a vivir por un tiempo en su compañía, todo el que necesitara, y si así lo quería, no tener que irse de nuevo. 




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