Francia, aeropuerto de París–Charles de Gaulle.
Jueves 01 de enero, 2059.
Estaba acostumbrado al desajuste de horario, tanto que ya no le interesaba si dormía más o menos horas. Al final del día, siempre terminaba cansado por la demanda de su profesión. Una vez que concluyó con éxito su último caso en materia internacional, regresó a su país natal, siendo recibido en el aeropuerto por su asistente. No había realmente urgencia por volver, sin embargo, no se sentía a gusto en países extranjeros y menos cuando viajaba solo.
No haber llevado a su asistente, jugó en su contra, pero la mujer lo hizo razonar, diciendo que debía encargarse de los asuntos pendientes. Asimismo, prometió que si él necesitaba algo, entonces viajaría de inmediato. Sólo por esa razón coherente, le restó importancia y no se molestó aunque se desquitó de una manera bastante profesional.
—Bonjour, Cassie. —saludó burlón en cuanto vio a la mujer de iris verdes y cabello castaño corto, caminando como si estuviera en una pasarela. —Pareciera que no te has divertido ante mi ausencia. —la fastidió, observando cómo quería correr hacía él para arrancarle la cabeza. No pudo llevarla, pero le dejó bastante trabajo.
La francesa mantuvo una expresión neutra en un intento para que no se le note el desagrado, cuestión que su jefe igual se dio cuenta. No era un secreto a puertas cerradas.
—Espero que haya tenido un buen viaje, monsieur Skyler. —ignoró su comentario anterior y tomó la maleta para adelantarse al área de fumadores. De inmediato, escuchó cómo resonaba la risa malévola de su jefe y apretó los labios.
De verdad que no entendía cómo es que ese hombre podía ser abogado. Mientras esperaban a que llegara el auto reservado en el área de fumadores, Cassie lo observó de reojo y siguió cada acción que realizaba a medida que sacaba un cigarro. Como movimiento reflejo, sacó de su bolsillo un encendedor y presionó para que saliera la pequeña flama.
—¿Alguna novedad, petite femme? —consultó despreocupado, inclinando su cuerpo para que el cigarro entrara en contacto con la flama hasta prenderse.
—Nada nuevo, monsieur. —respondió sin más, tampoco apartó la mirada. Nunca importaría cuántas veces se preguntara Cassie, jamás iba a entender cómo es que Skyler hacía para tener el cabello revuelto y largo hasta la nuca. —Parece mafioso. —escupió cizañosa tan pronto como lo vio exhalar el humo negro.
Skyler puso una sonrisa fanfarrona y concentró su mirada dorada intensa sobre su asistente quien sufría del terrible complejo de superioridad. Podía desempeñarse como abogado, pero amaba la libertad y no iba a cambiar por nada su estilo cómodo.
—Pero no lo soy, mon amour. —le guiñó un ojo, provocando que Cassie se enrojeciera de la furia. Era muy consciente de que su asistente soportaba sus apodos cariñosos por profesionalismo, pero tenía un tope, uno que a Skyler le encantaba poner al límite. —De lo contrario, sería mucho más difícil lidiar conmigo de lo que ya es, ¿no lo crees? —la retó sin darle oportunidad a rebatir, puesto que en ese instante llegó el auto. —Deshazte de esto. —le ordenó, extendiendo el cigarro. —Apúrate, Cassie. —agotó su paciencia sin darle un respiro.
Cassie gruñó y corrió a botar el cigarro para de nuevo tirar de la maleta mientras se acercaba a la puerta del auto autónomo. Entonces, la abrió para que su jefe quisquilloso ingresara, este espécimen raro le agradeció con una sonrisa desvergonzada.
Honestamente, las cosas eran menos dificultosas con él fuera, pensó.
***
En lugar de dirigirse a su departamento como cualquier otro ser normal, Skyler optó por completar su horario laboral habitual y configuró la dirección del auto, poniendo como destino final su bufete de abogados. Al llegar, saludó de forma breve a quienes se cruzó. Cuando estuvo en su propia oficina, Cassie se dispuso a actualizarlo mientras se entretenía con su pantalla holograma integrada al brazalete de su muñeca. Estaba tan aburrido, exhausto de la vida, cuando le llegó una invitación virtual que inundó la instancia con su brillo.
Cassie se detuvo.
—¿Por qué este es el noveno contacto mío que se casa? —quiso saber, luciendo una expresión amarga, puesto que cada vez iba disminuyendo el grupo de solteros. —Digo, no es como que fuera una tendencia o ¿es una especie de pista para sentar cabeza? —habló en voz alta, obviando la carcajada de Cassie quien sabía que eso resultaba imposible. —¿Nos casamos, mon amour? —soltó de golpe, entrelazando sus dedos.
La joven no se asustó y contestó de inmediato:
—¿Qué me va a ofrecer? —rebatió, reorganizando las citas y conferencias de Skyler en el horario holograma. El abogado frunció la boca como un niño caprichoso.
—¿Sustento económicamente estable, bienes inmuebles y muebles y un excelente nivel de satisfacción en la cama respecto a mis deberes conyugales? —dio respuesta en términos jurídicos con una expresión para nada ingenua. —También, accederé a casarnos por sociedad de gananciales. —cedió algo muy preciado y sensible para él.
Cassie cerró la pantalla del holograma y se cruzó de brazos.
—Ya tengo todo eso, no veo la diferencia. —no dudó, provocando que Skyler perdiera la compostura y se echara a reír. —En fin, si aún está en el mercado, espéreme otros cuatro años para ofrecerle algo y pensaré en monopolizarlo. —avivó su ego, sabiendo cómo mantenerlo contento aunque midió sus palabras para no decirle directamente que lo compraría como cualquier baratija más adelante. —Pero, ahora que lo pienso, el país prohíbe los monopolios. —añadió.