Martes 06 de enero, 2059.
Esa misma madrugada, partieron en el primer vuelo disponible. A decir verdad, el lugar al que iban no se trataba de un mero pueblo pobre, abandonado o desconectado de la realidad. Al contrario, era como una pequeña ciudad que gozaba de la más avanzada tecnología y agricultura. Fácilmente, Cassie estaba en la capacidad de concluir que era un sitio fantasioso. Justo por esa razón, le resultaba inherente que su jefe no quisiera visitarlo.
—Puede comer sin preocupación. —le avisó a Skyler al notar cómo jugaba con el plato. Faltaban pocas horas para que aterrizaran, así que estaban comiendo uno de los platillos de primera clase. —Me aseguré de informarle a las aeromozas de sus alergias. —comentó con una sonrisa dada en obligación a la cortesía.
—¿Es así? —jugueteó el pelinegro, como si estuviese dudando. La secretaria ensanchó su sonrisa a fin de que no se le notara cómo su vena del cuello se remarcaba en concordancia con su cólera desmedida.
—Sí. —se limitó a confirmar. Entonces, se dispusieron a comer para después solicitar a las azafatas que retiraran sus platos vacíos. Un tiempo más tarde, el avión aterrizó a mediodía, logrando que Cassie se pusiera alerta. No había podido dormir a diferencia de su jefe quien descansó como si fuera su cama usual.
Cuando tocó desembarcar, ella se encargó del equipaje. Lo más sorprendente es que al caminar, la gente miraba con corazones en los ojos a su superior quien lucía tan radiante que la hacía dudar respecto a si habían viajado ambos en el mismo avión. Él se veía bastante joven y energético mientras ella apenas sobrevivía por el cansancio acumulado. Podía asegurar que incluso tenía baba en la boca y maquillaje corrido del insomnio.
—¿Qué hace para verse tan bien? —quiso saber el secreto.
El hombre sonrió pícaro y echó su cabello hacia atrás.
—Yo soy perfecto, Cass. —respondió arrogante, provocando que la muchacha torciera la boca. —No puedes ser igual que yo ni aunque volvieras a nacer. —recalcó con ahínco, como si fuese algún tipo de modelo Top. —Pese a que también eres una hermosa pieza de arte, mi belleza es superior a la tuya. —se dio halagos con naturalidad, sin negar que tuviera una secretaria competente y preciosa. Asimismo, se colocó un par de lentes de sol, completando su outfit de aquel día.
Cassie no supo si tomarlo como un elogio o no.
—Allí está el auto. —cambió de tema, apuntando hacia la camioneta estacionada. Como era de esperarse, el pelinegro se enfrascó en su mundo donde su autoestima alta prevalecía y la ignoró. —Agache la cabeza. —pidió paciente luego de abrirle la puerta y poner su mano en la parte de arriba para que no se chocara.
—¿Coordinaste con el viejo? ¿O de frente te dio la dirección? —exteriorizó su curiosidad una vez que Cassie metió el equipaje y programó la ruta en las coordenadas de la camioneta autónoma.
—Ambos. —respondió por instinto antes de poner andar la camioneta. Asimismo, se abrochó el cinturón de seguridad y trató de disfrutar del viaje. La población de esa pequeña ciudad no era igual a una grande, sin embargo, no había nada por envidiar. Ni siquiera se dio cuenta de en qué momento se perdió hasta que ingresaron a los terrenos de la hacienda principal y un hombre robusto los detuvo.
—Buen día. ¿A quién vienen a ver? —saludó con educación mientras se acercaba a la camioneta del lado donde casi estaba sentada. La muchacha observó de reojo a su jefe quien se limitó a quedarse callado y con la quijada sobre su mano.
—Un gusto, monsieur. —devolvió el cálido saludo a medida que bajaba la ventana. —Soy Cassie Beaumont, secretaria personal del bufete Arnaud, venimos para reunirnos con el abogado Dubois. —se presentó, dejando en claro su propósito. El hombre que hacía de seguridad junto a otros, pareció escribir algo en un dispositivo similar a su brazalete y al instante, comentó:
—El señor Dubois está esperándolos. —confirmó su cita, entonces iba a alejarse para que pasara la camioneta de no ser, porque hizo una expresión de sorpresa al ver más de cerca a su jefe. —¿Joven Ilhan? ¿Está de regreso después de tanto tiempo? ¿En verdad es usted? ¡Es una alegría que esté de regreso! Usted sabe que… —cambió de ánimo en cuanto reconoció a un familiar que no paró de charlar.
—¿Monsieur? —se desconcertó por el nombre que empleó. Skyler ignoró por completo al hombre y avisó:
—Mueve la maldita camioneta si no quieres que te despida. —se irritó demasiado rápido, como si le hubiera disgustado que lo llamaran de tal forma. Entonces, Cassie alejó con pena al hombre, argumentando que estaban ajustados de tiempo. Sólo así le dieron permiso para entrar. —Tenía que encontrarme al más chismoso, ahora todo el mundo se enterará. —bramó fastidiado mientras se mordía las uñas. —Ni siquiera tus grandes habilidades callarán la boca de ese bastardo. Es peor que los paparazzis. —se preocupó en extremo.
En ese instante, Cassie vio otra cara de su jefe que la hizo angustiarse. Es más, desde la noticia del fallecimiento de sus padres, notó que él se encontraba inestable emocionalmente que no importaba cuánto tratara de ocultarlo, igual se veía reflejado en su comportamiento.
—Parece que mi amenaza funcionó. —alardeó un hombre mayor, recibiéndolo en la entrada cuando bajaron de la camioneta. Ella mostró respeto mientras que Skyler exudaba irritación. —Sabes que ni el Estado mismo se ha tomado estas molestias ¿no? —lo regañó, siendo evidente que al pelinegro no le interesaba. —En fin, es bueno verte, Ilhan. —puso una expresión de amor sincero. No obstante, el nombrado se alejó en cuanto Dubois quiso abrazarlo.