Jueves 08 de enero, 2059.
Desde la conversación con su hermano mayor, Étienne se confinó por voluntad propia en su habitación, experimentando una etapa del duelo que creía poder saltarse. Lloró y lloró, queriendo que su madre lo abrazara e inclusive la llamó incansablemente durante la noche, pero las únicas que vinieron a su encuentro fueron la ama de llaves y la muchacha que lo atendió de bebé. En ningún momento, apareció su mamá o papá, reflejándose cuánto los necesitaba aún. Tampoco podía refugiarse en los brazos de su único hermano, porque parecía que lo odiaba. De tal forma, no volvió a conciliar el sueño, consiguiendo que se formaran un par de ojeras en su rostro.
—Señor Dubois, ¿mis ojos son feos o escalofriantes? —preguntó de repente cuando estaban desayunando en el balcón de su dormitorio. El abogado lo visitaba a menudo para verificar su bienestar mental y físico hasta que Skyler firmara el documento que lo convertiría en su tutor. —Él dijo que eran horribles. ¿Es cierto? —se refirió al pelinegro, ocasionando que la expresión de Dubois se congelara.
Las mucamas que se encontraban cerca, desviaron su atención hacia otro lado. Para nadie era un secreto, que el señor Ilhan aún permanecía hospedado en el penthouse del hotel más lujoso de la ciudad junto a su pareja. Era como si buscara desesperar a su hermano menor, ya que ni bien terminó algunos pendientes en la hacienda, se volvió a su hospedaje, arrastrando a la jovencita que lo asistía.
—Claro que no. —respondió un minuto tarde, sabiendo el trauma de Skyler. —El tono de tus iris son llamativos, justo como tu papá decía que significaba tu nombre. —trató de compensar el tiempo que se tardó en contestar. Entonces, lo animó a comer, observando cómo el pequeño parecía cansado de aferrarse a la vida. —Haré lo posible para que seas feliz, Étienne. —recalcó confiado, recordando la promesa que le hizo a la anterior señora.
Étienne asintió por reflejo, jugando con la comida a medida que el señor Dubois buscaba cualquier tema para aliviar su angustia. Para el pequeño, estos días eran como una cuerda fina que su hermano podía cortar en un instante, pensó despidiéndose más tarde del abogado. Entonces, volvió a quedarse en su habitación, estando acostado en su cama mientras abrazaba el retrato de sus padres. Sin embargo, su tranquilidad se rompió en cuanto le anunciaron que su hermano y Cassie ingresaron a los territorios de la hacienda.
Pronto, la muchacha que siempre acompañaba a su hermano, apareció en su puerta, solicitando que le permitiera verlo. Incluso si no deseaba ver a nadie, tenía que asegurarse de contar con su apoyo. De esa forma, se arregló y se sentó en la mesa ubicada en el balcón, esperando a Cassie.
—Bonjour, Étie. ¿Cómo has estado? —saludó energética, asomándose con esa enorme sonrisa forzada en su rostro. El pequeño devolvió el gesto, incomodando indirectamente a Cassie quien no controló su expresión. —¿Quieres que te muestre algo? Encontré esto y me pareció conveniente para ti. —explicó animosa, sacando un pequeño colgante dorado. Étienne enarcó una ceja. —Permíteme. —pidió permiso para agarrar el retrato que él cargaba. —He visto que siempre lo cargas, así que esto será perfecto. —anunció emocionada. Entonces, presionó un botón del colgante e hizo que este escaneara el retrato. —¿Qué tal? —comentó, enseñándole el resultado final.
Étienne observó cómo después de escanear el retrato, Cassie cerró el colgante y lo abrió otra vez, proyectándose una pantalla holograma donde figuraba la fotografía de sus padres. El pequeño fingió su reacción y le sonrió al notar que era genuino el esfuerzo de la francesa. ¿Cómo no iba a saber de eso? Si ese producto lo fabricaba su familia y antes de salir al mercado siempre se lo obsequiaban a él. No lo había hecho antes, porque no quería despegarse de ese retrato que fue fabricado a mano por sus padres. Aún así, no rechazó el gesto de Cassie y se prometió que lo usaría mientras guardaba bastante bien su otro preciado recuerdo.
—Muchas gracias. —se mostró agradecido al mismo tiempo que agachaba la cabeza para que ella le pusiera el colgante y le aplaudiera. Aunque su estado de ánimo era deprimente y no quería desquitarse con nadie, no pudo evitar preguntarle: —¿Por qué mi hermano es así? —la cuestionó como si la castaña lo supiera. —¿Por qué? —repitió herido.
Mientras Étienne seguía vistiendo ropas negras y viviendo su duelo, Skyler parecía que no le interesaba en lo absoluto el decoro, puesto que usaba colores llamativos y sonreía como si su mayor enemigo se estuviera pudriendo en el infierno. Al principio, pensó que esa era su forma de lidiar con el dolor, pero poco a poco abrió los ojos. El francés no sentía respeto por sus padres, tampoco le interesaba lo que le sucediera a su hermano menor. Al tener ese tipo de pensamientos, no evitó sollozar cansado de esto.
Cassie se quedó estática, pensando que había hecho bien en persuadir a su jefe para que se encargara de su hermano. Sin embargo, parecía que eso dañaba más al pequeño.
—Él… sólo no sabe lidiar con sus propios problemas. —soltó la única excusa que dedujo durante toda su estadía con el pelinegro. —Por eso, estoy a su lado, porque me necesita para estar bien. —habló un poco sobre su rol y estatus junto a Skyler. —No te preocupes, yo te ayudaré, Étie. —aseguró decidida y tomó sus manos, llamándolo por ese apodo que se le ocurrió. —Si necesitas saber algo, puedes acudir a mí. —intervino por cualquier medio para consolarlo, entonces lo acobijó entre sus brazos, notando cómo el niño se aferraba a ella y drenaba toda su tristeza acumulada.