Instinto de una básica

Au revoir, gilipollas

Olivia

 

—¿Y no le has pedido el número de teléfono?

—Oh, claro, porque lo normal después de que alguien te acuse de ladrona es pedirle el número para volver a quedar. Además de ladrona, acosadora. —Ante mi tono sarcástico, Lise sacó una patata de la bolsa que tenía entre manos y me la lanzó a la cara, pero yo fui más rápida y la atrapé en el aire para después llevármela a la boca.

—Y dime… ¿era guapo?

¿Por qué sentía que hablarle a Lise era como hablarle a Siri?

Aunque bueno… no iba a negar lo innegable. Era posiblemente el chico más atractivo que había visto en toda mi vida. Eso si no contábamos a actores famosos o cantantes. 

Ese chico no tenía nada que envidiarle a Brad Pitt o a Harry Styles. Es más, si alguien me dice que ese chico es modelo, yo me lo creo.

Me deslicé hacia mi cama y abracé mi almohada con fuerza.

—No estaba mal —murmuré haciéndome la desinteresada. Si tuviese el mismo problema que Pinocchio, ahora mismo mi nariz sería más alta que la mismísima torre de pisa. 

—No sé por qué, pero no te creo. —Agarró tantas patatas que algunas se escaparon entre sus dedos.

Suspiré, y giré aún abrazando la almohada para mirar a mi compañera de cuarto.

—Con suerte no me cruzaré mucho con él.

—¿Es el gimnasio que está a menos de un kilómetro de aquí? ¿Uno pequeñito? —preguntó con interés, y asentí en respuesta—. Ahí también va un amigo. Quizás te lo cruces alguna vez. Se llama Nathaniel.

 

 

A la mañana siguiente me desperté sobre las diez, así que tuve que conformarme con una barrita de cereales que tomé <<prestada>> del escritorio de Lise porque me había perdido el desayuno.

Solo era mi tercer día aquí, pero había descubierto que a Lise no le gustaba permanecer demasiado tiempo en la habitación encerrada. Todo lo opuesto a mí, que podía tirarme incluso una semana sin salir de mi cuarto. Se despertaba sobre las ocho, desayunaba y desaparecía hasta la hora de comer. 

 Me estaba planteando seriamente quedarme tirada en la cama todo el día, pero tenía la necesidad de moverme y de hacer algo con mi vida. Así que recogí mi cabello en una coleta lo más peinada posible, enfundé mis piernas con las primeras mallas que saqué del armario junto con un top deportivo, una camiseta y mis zapatillas de deporte, que habían estado más en la caja que en mis pies.

Me tomé mi tiempo en llegar al gimnasio, y me tomé mi tiempo al entrar, dudando en si volver a la residencia o no. Al final entré, aunque espiando durante mi recorrido si estaba el indeseable.

Genial, debía ser de esos que venían temprano y se iban.

La sala de máquinas estaba prácticamente vacía, por lo que pude escoger con total libertad por donde empezar —probablemente el mismo sitio donde iba a acabar—. La bicicleta elíptica fue la elegida. Fácil de usar y con un buen reposa móviles en el que dejar el mío y ver un capítulo de cualquier serie.

Estuve ahí arriba alrededor de veinte minutos, a punto de terminar un capítulo de Modern family, serie que había visto como mínimo diez veces, cuando una mano se posó en uno de los manillares. Alcé la vista y un hombre de unos treinta años me sonreía.

Hola.

—No soy de aquí, y no hablo danés —me excusé lo más rápido que pude.

Definitivamente debería de aprender algunas palabras o frases como supervivencia básica para estos meses. 

—Hablo inglés, no te preocupes.

<<Eso me preocupa más>>.

El chico me dedicó una sonrisa que podría salir perfectamente en cualquier anuncio de pasta de dientes. Su mano se tensó en el manillar y todos los músculos de su brazo salieron a relucir.

—¿Eres nueva por aquí?

—Sí, eh… me apunté ayer.

—Yo soy entrenador personal. Podría hacer un buen trabajo contigo.

Era tonta, pero desde luego que no era gilipollas. Me estaba tirando los tejos descaradamente, todo acompañado de una propuesta indecente.

Va a ser verdad eso de que cuando estudias fuera ligas mucho.

En Madrid no destacaba en lo más mínimo. Si comparaba mi vida con un libro, yo sería el alumno número dos de la clase, o como mucho la mejor amiga de la protagonista. Las pocas veces que iba de fiesta, cuando se me acercaba un chico era para pedirme información acerca de mis amigas.

Triste pero cierto.

Nunca estaba de más recibir un poco de atención. Joder, yo también quería sentirme deseada alguna vez en mi vida.

Antes de poder pensar en una respuesta ingeniosa, escuché una carcajada ahogada. Moví mi cabeza mirando detrás del señor que estaba tratando de hacer algo más aparte de entrenarme en el gimnasio, y ahí estaba el chico de ayer echándonos una mirada socarrona mientras le daba un trago a una botella de agua.

<<¿Pero este tío vive aquí o qué?>>



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Editado: 16.10.2022

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