Instinto de una básica

Bomba, y no precisamente de humo

Nathaniel

 

Anker: <<Fiesta esta noche??>>

Lancé el móvil al sofá, y me desnudé tirando la ropa sudada después de un par de horas en el gimnasio. Hubiese estado más, pero hoy era uno de esos días en los que lo único que te apetece es tirarte en el sofá y ver si hay algo interesante en la tele.

No estaría de más pedir una pizza para cenar más tarde.

Un sonido bastante desagradable me hizo torcer el gesto. Ya estaba otra vez el vecino moviendo muebles. Esta hora era más o menos decente, pero cuando los movía a las cinco de la mañana me entraban ganas de matarlo.

Después de tomar una ducha que cualquiera consideraría corta pero que para mí era más que suficiente, volví al salón dispuesto a poner en marcha mi plan de no hacer nada productivo lo que quedaba de día.

Ni cinco minutos duró. El plan se había quedado en la intención.

Anker.

Era mi mejor amigo, pero si había algo en lo que destacaba, era en ser un grano en el culo. Un grano que por más que quitases, no dejaba de salir una y otra vez. Ese era Anker. Mi grano personal.

—El número que ha marcado no se encuentra disponible. Por favor, inténtelo de nuevo mañana o la semana que viene. ¡Bip!

—Tan simpático como siempre —canturreó a través de la línea.

—Tienes treinta segundos para decirme qué quieres, o colgaré —advertí.

—Fiesta en casa de Karen.

—¿Y? —Me levanté del sofá y fui a la cocina a coger una de las tantas botellas de agua que tenía en el frigorífico. Algo que desde luego no podía faltar en mi cocina desde que tenía uso de razón. Solo bebía agua embotellada.

—No es una pregunta —afirmó, dando por hecho que iba a hacerlo.

—Ya, claro. ¿Me vas a obligar tú y cuántos más? —me mofé tirándome de nuevo en el sofá.

—¿No echas de menos nada de tu armario? —preguntó con una risa burlona

Si el suelo no fuese de piedra, seguro que lo habría roto de las fuertes pisadas que di cuando fui a mi habitación, producto del cabreo que poco a poco se apoderaba de mí.

Rebusqué y rebusqué en mi armario intentando detectar lo que faltaba. Estuve así unos cinco minutos hasta que por fin descubrí qué era.

Cogí de nuevo el teléfono.

—Escúchame. Estuve limpiando coches un mes para poder comprar esa camisa. Como se te ocurra hacerle algo, no amaneces con vida —amenacé cerrando el armario de un portazo.

—¿Entonces vas a venir?

—Dime la hora —solté tajante, y él se carcajeó sabiendo que había conseguido lo que quería.

—En cuarenta minutos te quiero ver allí. Yo tengo que recoger a Annelise y a Olivia. Nos vemos.

Muy bien. Estaba siendo obligado a ir a una fiesta a la que no quería asistir. No me gustaban las aglomeraciones, y muchas de las personas que sabía que irían no me caían precisamente bien.

Era eso o me iba despidiendo de la camisa que tanto me había costado conseguir.

No es que fuese antisocial ni nada por el estilo. No les veía el sentido a esas fiestas. Lo único que hacían era emborracharse hasta no ser conscientes ni de dónde estaban, y tener sexo con el primero que se les pusiese por delante.

Además, estaba ella. Olivia.

Una chica que quiera o no, me causaba cierto interés. Solo la había visto hablando con Annelise y Anker, y en clase estaba casi siempre sola, así que podía suponer que ella no era del tipo sociable.

No era cotilla. Yo lo llamaba ser observador.

Si me la llegaba a cruzar, lo único que tenía que hacer es ignorarla o molestarla. Algo que encontraba bastante divertido.

Me vestí con lo primero que vi, pero cerciorándome de que combinase. 

Media hora después estaba aparcando mi querido volkswagen en el primer aparcamiento que vi libre. Aparqué a una distancia considerable de la casa porque no iba a arriesgarme a que esos idiotas le hiciesen algo a mi coche, cosa que ya había ocurrido antes.

Fue abrir la puerta y querer salir de ahí de vuelta a mi sofá. Demasiada gente para mi gusto.

<<Juro que si Anker no muere por sobredosis lo mataré yo>>.

Este era el plan:

Paso uno. Buscar al hijo de puta que cogía mis cosas cuando le daba la gana.

Paso dos. Beber al menos una cerveza. No iba a ser tan imbécil de no beber nada cuando ya estaba aquí. Había que amortizar el viaje.

Paso tres. Pirarse.

Busqué al cabrón de mi amigo, pero no conseguía dar con él, así que fui directo a la mesa en la que estaba todo el alcohol.

—Hola, Nath. —A mi lado apareció Ivy. Los característicos rizos de color rojo que solían ocultar parte de su cara estaban ahora recogidos por unos cuantos ganchillos.

—Hola, Ivy. ¿También has decidido venir hoy? —Sabía que era una pregunta absurda, pero no era bueno iniciando una conversación. Solo pretendía ser cortés.



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Editado: 16.10.2022

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