Intenta conquistarme

Capítulo 4: Sebastian

—Señor Baker, no es la primera vez que su hija tiene una actitud violenta hacia otro estudiante. Le recuerdo que dos meses atrás mordió a una niña porque esta le sacó su lonchera.

—No estoy justificando el accionar de mi hija. De hecho, la castigué, sin embargo, hay que buscar el motivo por el que lo hizo. La niña que le sacó su lonchera no debió hacerlo, no está bien tomar las cosas de otros sin permiso, ni siquiera en broma porque no sabe como va a reaccionar la otra persona—descruzo la pierna y me acomodo la corbata—. Y el niño que molestaba a Nebula y a su amiga Manda debería ser reprendido también.

—Ya hablé con sus padres. Acordamos que, esta vez, ambos obtendrían una advertencia, aunque es la segunda de Nebula y al tercer incidente será la suspensión. Mi consejo es que se lo comente a un psicólogo.

—Mi hija lleva más de un año yendo al psicólogo por causa del abandono de su madre y este psicólogo me ha dicho que Nebula lleva bien el abandono a pesar de su corta edad porque yo soy una figura paterna presente. Ya le había comentado lo de la vez que mordió a la niña y dijo que es algo normal que puede pasar entre los niños, ni significa que tengan un trauma, solo lo aprendió de algún lado y basta con aclararles que está mal para que no lo hagan. No lo ha vuelto hacer. Mi sugerencia es que haga su trabajo como maestra y esté al pendiente de los niños para asegurarse que el niño golpeado o algún otro no moleste a mi hija, ni a su amiga, ni a ningún otro—me pongo de pie—. No creo que a la directora le gustaría saber que una de sus maestras se queda en el salón hablando por teléfono con su novio o sus amigas mientras los niños se quedan solos en el jardín—ella contrae la mirada—. Tengo buena conversación con mi hija y me ha dicho que usted usa mucho su teléfono. No he dicho nada porque creía que, a pesar de eso, es buena maestra, pero lo estoy poniendo en dudas y no pago mucho dinero al mes para que mi hija no reciba la atención que merece.

—Señor Baker…

—Debo irme al trabajo. Ya hablé con mi hija al respecto—me prendo el botón del saco—. Buenos días. Espero que nos hayamos entendido.

No espero a que agregue nada, salgo del salón, me despido de mi hija a la distancia y abandono la escuela olvidándome de ese drama por un momento.

Confío en que Nebula no volverá a golpear a nadie, ya sabe que no está bien y que debe decirle a la maestra, si esta no hace caso, sabe que debe contarme a mí.

Mi hija no es perfecta, es bastante traviesa, pero no es una niña rebelde ni imposible, solo hay que saber tratarla.

Subo a mi auto y conduzco directo a la empresa. Saludo con formalidad y distancia a los empleados que me cruzo de camino a mi oficina y pongo atención fingida en mi celular.

Si algo aprendí de mi padre es a mantener las distancias con el personal. Hay que ser justos en los pagos y en las acciones en caso de que alguien haga bien o mal el trabajo, pero nada de contacto personal.

Es por eso que mi asistente y el señor Lodwess son los únicos que saben cosas personales sobre mí, inclusive mis problemas matrimoniales y la existencia de mis hijos. Ambos firmaron un acuerdo de confidencialidad que les generará problemas legales si hablan de algo de lo que saben.

Mi ex tenía prohibido aparecer por la empresa y menos con los niños, no es que le importara.

No tengo fotos de mis hijos en la oficina y no he hablado de ellos. Prefiero que sea así para proteger su identidad. No es por miedo a que sean secuestrados, o algo similar. Mis empleados no necesitan saber nada personal de mí, solo ocuparse de sus vidas y hacer bien el trabajo por el que se les paga.

Subo al ascensor y una voz femenina pida que lo detenga por favor, coloco la mano para hacerlo y me encuentro frente a la señorita Amy Castell. Ella lleva la mano a su pecho y agradece con una sonrisa sin ponerme atención.

Admito que es una mujer muy bonita y las pocas veces que la he visto ha estado sonriente y de buen humor. Lodwess habla bien de su trabajo, si bien no mencionó que la invitó a salir y ella lo rechazó.

—¿Tengo algo en la cara que me mira? —voltea y observa su rostro en el espejo.

Mierda. No tendría que haberme quedado mirándola. ¿Ahora qué digo?

—La observaba, nada más.

Sus ojos marrones se clavan en mí.

—¿Me va a decir que le parezco guapa?

—No yo…

—¿No le parezco guapa?

—Sí, supongo, no la observé con esa intención.

—¿Con la intención de admirar mi belleza? —aprieto los dientes dándome cuenta que me pone nervioso.

¿Por qué ella me pone nervioso? Ninguna persona me pone nervioso. En ocasiones mi hija cuando llama la maestra avisándome de alguna macana que se mandó.

—Exacto.

No agrego más nada, no sé que decir. Parece que perdí mi capacidad de socializar con el género femenino.

No es que importe demasiado.

—Bueno, me tomaré su observación como un cumplido silencioso no manifestado.

—Creo que esa oración está mal formulada.

—¿Ah sí? —se muerde el labio y aparto la mirada—. Me gusta como suena, así que no importa.




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