No estoy muy acostumbrada a la indiferencia masculina, ni a los que fingen indiferencia, lo que implica un reto mayor.
Estoy segura de que Sebastian Novak no es gay, la forma en la que miró mis piernas cuando me senté en su escritorio lo dejó claro.
Si su esposa lo dejó fue por otro motivo. Es posible que él haya sido infiel, aunque Claire dice que no porque jamás lo vio interesado en otra mujer, ni cuando una mujer se le ha insinuado, de hecho, la asistente anterior a la actual fue despedida por eso. Sin embargo, que no se relacione con mujeres de su empresa, no quiere decir que no lo haga con otras que no tengan nada que ver. Pudo haberle sido infiel a su esposa con otra que no tiene nada que ver con su empresa.
Claire teme que mi trabajo esté en juego si sigo con la idea de seducirlo. Claro que la diferencia rige en que en esa época él estaba casado y ahora es divorciado. Tampoco quiero quedar como una regalada y tentar a la suerte.
¿Qué debo hacer? Ser paciente y ganarle la apuesta a Claire.
Miro para un lado y para el otro, ya casi no hay gente en la empresa, al menos no en mi sector, todos se fueron a almorzar y yo decidí almorzar aquí para terminar parte de la presentación que le daremos a Bree y a Truman el viernes.
Me levanto agarrando mis cosas al mismo tiempo que entra una llamada de Bree. Respondo no pudiendo no responder a mi mejor amiga.
—Espero que me llames para decirme que me invitas a almorzar.
Ríe.
—Te llamo para pedirte un favor y como la mejor amiga de todos los tiempos que amo con el corazón y dado que mi esposo te cocina…
—Ya, dime que quieres.
—¿Puedes ir por Triana a la escuela? Franco está lidiado con el restaurante dado que sus padres salieron de viaje durante unos días y eres la única que tiene autorización para retirarla de la escuela además de nosotros.
—Y yo soy la tía genial sin hijos que puede hacerte ese favor.
—Y la mejor amiga del mundo, la más linda y genial.
—Bueno, si me adulas no puedo decir que no—miro la hora—. Bien, iré por ella. Supongo que me da tiempo de dejarla en tu restaurante y volver al trabajo.
—Genial. Puedes traer a Triana al restaurante y te daré el almuerzo.
—Añade un postre.
Finalizo la llamada, agarro mis cosas, salgo de la empresa, subo a mi auto y conduzco con dirección a la escuela de Triana.
Me parece una locura que una niña de tres años tenga que ir a la escuela, por lo menos se hubieran esperado un año más, pero Triana quería ir y supongo que es bueno.
Estaciono el vehículo donde encuentro lugar, asegurándome que se pueda estacionar porque no puedo tener más multas. Lo que no gasto en hijos o viajando, lo gasto pagando multas por colgarme al estacionar.
Me identifico en la entrada en la escuela y me señala el salón donde ir por Triana.
La escuela es muy estricta con la seguridad y eso es bueno. Hay cada pedófilo y loco suelto que es mejor prevenir que lamentar.
En cuanto llego, me toca esperar porque faltan unos minutos para que termine la clase. Y yo pensando que llegaba tarde.
Algunas madres estiradas y elegantes me repasan con la mirada.
—Lamento no tener un bolso Chanel o zapatos de Dolce y Gabana para venir a buscar a una niña a la escuela. —exclamo en voz alta.
Ellas dejan de mirarme y me doy la vuelta apartándome un poco. No me importa lo que piensen, sin embargo, me choca verlas, así que doblo al pasillo y decido esperar ahí.
Solo espero que no toque la campana y muchos niños salgan corriendo por todos lados o me dará un ataque cardiaco.
Los niños son lindos, me encantan, mientras mantengan las distancias, pues no sé como lidiar con ellos.
—¡Ya estoy cansada de tus berrinches! ¡No debes escuchar mis conversaciones privadas!
Escucho a alguien gritando, viene del salón de al lado.
—No debería usar su teléfono, sino ver a los niños.
—¡Mocosa, estoy cansada de ti! Te castigaré.
—La acusaré con mi papá. No hice nada malo, solo le dije que debía ir al jardín a ver a los niños porque es lo que mi papá dijo que debía hacer.
Me asomo en el salón, justo a tiempo para ver a la maestra enfurecida y a la niña rubia con los brazos en jarra mirando mal a la maestra.
Saco el celular y grabo la escena o nadie me va a creer.
—Ya me cansé de ti—la toma del brazo con fuerza—. Te voy a castigar limpiando el librero.
—Oiga, me está lastimando, suélteme.
«Amy, no te metas, no es asunto tuyo, sigue tu camino». Como siempre, no me hago caso. Dejo de grabar, doy un paso al frente y camino con rapidez hacia la maestra bravucona.
—¡Suelte a esa niña! —exclamo.
La maestra la suelta y la niña se acaricia el brazo.
—¿Quién es usted?