He tomado una decisión. He pensado en retrasarlo, pero ya no más. Es momento de avanzar hacia adelante. Y dejar todos los cabos bien resueltos. No puedo permitirme pensar en seguir en esto. La decisión que he tomado es la mejor.
Llamo a uno de mis mejores amigos. Thomas. Con él y Albert fueron los únicos con quien mantuve en contacto mientras estuve en Londres. Pero cada vez que lo llamaba no buscaba escarbar en el tema titulado “Amelia”
Marco y al segundo pitido descuelgan. — ¿Hola?
—Hola Thomas. —saludo nervioso por lo que le voy a pedir.
—Hermano. Tiempo sin saber de ti, solo se por el mensaje que me enviaste diciendo que estabas aquí.
—Sé que soy muy importante, por eso estabas preocupado.
—Pff. No te creas tan importante.
—No me lo creo. Lo soy. —contesto con arrogancia.
—Perdón. Su excelencia. ¿Cuál es el motivo de su llamada?
Tomo aire. —Necesito un favor tuyo.
—Sabes Axel. Todavía sigue en pie lo de no ayudarte si cometes en un crimen. Yo solo defiendo a gente inocente.
—Perdón Abogado pero te pagaré mucho para que me ayudes. Sino lo haces buscaré la manera de hacerte pagar. –reímos. —Descuida no es un delito. O depende de cómo lo tomes.
—Ahh. Ya entendí. Necesitas una tarde de música, alcohol y un par de mujeres. Dime y yo me anoto. Llamemos a Albert.
Rio. —No. Y además si Anna te escucha te dejará.
—Estas dando entender que porque estoy casado. No puedo divertirme. Ella no es mi dueña.
—Ah, perfecto. Si esta conversación llega a oídos de Anna, me imagino que no te enojas. —digo picándolo.
—No te atreverías. —contesta nervioso. Sé que él nunca le ha sido infiel a su esposa, primero se corta un brazo.
—Rétame. —manifiesto célebre.
Suspira enojado. —Está bien te ayudaré ¿Qué necesitas?
Trago en seco y formulo la frase en mi cabeza. —Necesito la dirección de Lía.
—Okey amigo. Si es para hacer allanamiento de morada. No cuentes conmigo.
—No imbécil. Es para hablar con ella.
Pasa un rato la línea en silencio. —Te la daré. Si me prometes que no le harás daño. Sabes que le tengo demasiado cariño a ella y a mi ahijada.
—Te lo prometo. Solo quiero hablar y pedir… —inhalo y exhalo. —Disculpas.
—Bueno si tus motivos son esos. Te la enviaré por texto.
—Gracias. —Contesto gratificado. Eso fue fácil.
Han pasado tres meses desde que llegué de Haití. En todo ese tiempo no supe nada de Katya, ni a donde fue. Ni como está. Nada. Fue como si se la hubiera tragado la tierra. Era justo lo que ella quería, desaparecer.
***
Reviso de nuevo el mensaje y estoy definitivamente en la dirección que me dio Thomas. Estoy nervioso hasta la mierda. Pero ya he decidido que haré esto y ya no me puedo echar para atrás.
Salgo del auto y sueno la alarma. Me acerco a la puerta de madera y toco el timbre. Pasado un momento no se oye respuesta. Así que si no hay nadie y el destino me dice que no debo hablar con Ella. Así será.
Cuando ya estoy resuelto a irme, se abre la puerta detrás de mí. Me giro y ahí está. A una mujer que amo demasiado.
—Hola Lía. —saludo mientras tratando de acompasar mi corazón nervioso.
Pensé que iba a recibir, un insulto, una cachetada, la puerta en mi cara. Pero nunca imaginé un abrazo. —Axel. No me lo puedo creer. —dice separándose de mí.
La miró y noto que sigue estando hermosa. Aunque su cara ya muestra madurez, sigo viendo a esa joven que conocí hace más de diez años. Su pelo castaño está recogido en una coleta desordenada y sus ojos castaños me miran emocionados.