Jugando a ser papá

XII. Con mi vida

Los brazos de Ann se separan de mi cuerpo y mis propios brazos se sienten vacíos. Su rostro, discretamente maquillado y empapado en lágrimas, me observa con desconcierto al escuchar la voz de Valeria a sus espaldas.

—Ho-hola —saluda Ann aclarando su garganta con incomodidad—. Soy Anel… pero eso ya lo sabes. —Sonríe apenada, bajando la cabeza—. Es un placer.

Anel extiende su mano hacia Valeria, pero esta la envuelve en un efusivo abrazo que la separa por completo de mí. Ann busca mis ojos con los suyos y de pronto me siento tan culpable por acorralarla de esta manera.

—¿Qué pasa? —pregunto por instinto después de haberla escuchado llorar de esa manera.

Me asomo hacia el interior del departamento, como si pudiera encontrar la respuesta a su dolor en esas cuatro paredes; Anel hace cuanto puede por apartarse del abrazo de Valeria y agacha la cabeza, recoge un mechón de su cabello con sus dedos y lo coloca detrás de su oreja en ese gesto tan característico que me indica su nerviosismo.

Se ve tan bonita, tan sofisticada, con ese aire angelical que la envuelve y la hace parecer de otro mundo, pero, debajo de la máscara, sé que oculta un profundo dolor que se esmera en esconder frente a Valeria.

—Nada… pasen, hace un poco de frío aquí afuera —responde a mi pregunta, instándonos a entrar al departamento.

Como un detective, comienzo a recorrer con mi mirada cada rincón del pequeño espacio: parece diferente, pero no logro identificar qué es lo que ha cambiado.

—Perdón por venir así —dice Valeria rompiendo el silencio—. Tal vez debimos llamar antes, ¿cierto, bebé?

«Trágame tierra», pienso al escuchar la manera en que me ha llamado. Le he dicho un millón de veces que no me diga así frente a mis amigos.

La mirada de Ann se centra en mí y limpia discretamente una lágrima rebelde que se desliza por su mejilla.

—Dime qué pasa —pido acercándome a ella—. ¿Por qué estás llorando?

—No es nada —musita entre risas nerviosas lanzándole una mirada de soslayo a mi novia—. Solo, me da mucho gusto verte de nuevo, eso es todo. Y, Valeria, me alegra por fin conocerte, también he escuchado mucho sobre ti —miente. Lo sé porque apenas y he tenido tiempo de mencionarle su nombre y un par de detalles más.

—Espero que cosas buenas. —Sonríe Valeria soplando un beso en mi dirección.

Desde que la conocí, aquella noche en el bar, me gustó su energía y su seguridad; esa misma noche, luego de aceptar la apuesta de Dylan, la llevé a mi departamento y desde entonces comenzamos a salir. Descubrí que me gusta más que cualquier otra chica con la que he salido antes y decidí tomar las riendas de mi vida, le pedí que fuera mi novia al poco tiempo y aquí estamos.

—Por supuesto —responde Ann apretando una sonrisa.

«Nunca ha sabido mentir». Sonrío para mis adentros al darme cuenta de que sigue siendo tan transparente como siempre, tanto así que estoy seguro de que hay algo que no me está diciendo.

—¿Dónde está Alex? —pregunto intentando no presionarla demasiado.

—Oh… él está dormido. Siempre cae rendido después de… de su baño.

—Mm… ¿Y Gael? Pensé que ya estaría aquí.

Sus ojos se vuelven cristalinos y niega lentamente antes de murmurar:

—Él ya no vive aquí —espeta en un hilo de voz—. Se fue hace poco más de un mes.

—¿Qué? —cuestiono aturdido—. ¿Cómo que «se fue», Ann? Te dejó… ¿es lo que estás diciendo?

—Noah…

—¡No! No intentes suavizar las cosas, Ann —exijo, haciendo un esfuerzo enorme por no salir corriendo en busca de esa escoria y darle una buena lección de responsabilidad—. ¿Por qué yo no sabía nada de esto?

—No quería preocuparte…

—¡¿No querías preocuparme?! ¿Quieres decir que has estado sola con Alex desde hace un mes y no pudiste decirme una sola palabra de esto?

Anel solloza cubriendo su boca con una mano y debo inhalar una honda bocanada de aire para poder tranquilizarme; me acerco a ella y la envuelvo en mis brazos.

—Perdón… lo siento por reaccionar de esa manera, pero sabes cuánto me preocupo por ti.

«Idiota —me maldigo internamente—. Cómo pudiste desatenderte de ella durante todo este tiempo».

—Entiéndela, bebé —dice Valeria, recordándome que sigue aquí—. Debe ser horrible ser abandonada por tu esposo, sobre todo teniendo un hijo.

—¡Gael no era su esposo! —gruño dejando salir todo el resentimiento que me quema por dentro—. Él es solo un imbécil que tuvo la fortuna de coincidir con una buena mujer y no supo valorarla.

—Pero puedes interponer una demanda —aconseja Valeria y comienzo a recriminarme el haberla traído conmigo—. Después de todo, el niño es suyo; no puede desentenderse de él, ¿cierto?

—Anel no necesita a ese bueno para nada ni su asqueroso dinero —bramo encolerizado—. Te prohíbo pedirle un solo centavo —murmuro solo para Anel, pero Valeria se interpone de nuevo:




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