Jugando a ser papá

XIV. Desastre

Me abrazo a mi cuerpo al sentir la ráfaga de aire que levanta la falda de mi vestido, mientras camino el último tramo que me falta para llegar a la clínica. Hace dos semanas desde que Noah llegó a la ciudad y, después de asegurarle que puedo valerme por mí misma, además de tener que decirle que me hacía sentir asfixiada —aunque sea mentira—, él por fin accedió a dejarme venir sola de nuevo al trabajo.

No es que me desagradara venir con él. Debo admitir que jamás me sentí más cómoda y protegida en toda mi vida; sin embargo, no creo que a Valeria le hiciera mucha gracia ver a su novio desaparecer todas las mañanas y todas las tardes para ir en busca de su amiga al trabajo. Por lo que tuve que tomar la decisión de prescindir de Noah.

El auto de Fernanda ya se encuentra en el estacionamiento, lo que me hace darme cuenta de que estoy llegando más tarde de lo normal. Hoy me costó mucho trabajo despedirme de Alex en la guardería; su semblante decaído me dejó preocupada por lo que le pedí a la educadora que me avisara sobre cualquier problema.

—¡Buenos días! —saludo a las otras asistentes al entrar a la clínica y voy rápidamente a mi escritorio, dejo mi bolso y mi abrigo en el perchero y me acerco a la puerta del consultorio de Fernanda, pero la voz del doctor Aguirre me detiene:

—Fernanda está con un paciente —me informa cruzando los escasos metros que nos separan—. Llegas tarde… ¿estás bien?

—Oh, sí, lo siento…

—No te estoy acusando —exclama alzando sus manos con inocencia—. Perdón si sonó de esa manera. Solo quise decir que no es normal en ti. ¿Hay algún problema en el que te pueda ayudar?

—No se preocupe, doctor…

—Puedes decirme Diego —me interrumpe—. Me haces sentir mayor.

Suelta una risita que deja al descubierto dos huequitos en sus mejillas que lo hacen ver más encantador. «Su sonrisa es tan bonita», me digo y bajo la cabeza, avergonzada al dame cuenta de que sigue mirándome con interés.

—Me entretuve un poco con mi hijo al dejarlo en la guardería —le explico—. Siempre llora, pero hoy fue peor.

—Mm… Fernanda me comentó sobre tu pequeño —murmura pensativo—. ¿Crees que pueda estar enfermo? —pregunta y de pronto recuerdo que los niños son su especialidad—. Podrías traerlo para una revisión… si eso te hace sentir más tranquila, por supuesto.

—Eso me gustaría. Muchas gracias, doc… Diego —me corrijo y él sonríe complacido.

—De acuerdo. Vigílalo esta noche y si lo crees necesario puedes traerlo mañana, o puedes llamarme a la hora que sea. Tienes mi número ¿cierto?

—Mm… sí, lo tengo en mi agenda —mascullo nerviosa sin saber por qué.

Agacho mi cabeza al sentirme intimidada por sus ojos y de pronto siento el roce de sus dedos en mi piel cuando recoge un mechón de mi cabello y lo coloca con cuidado detrás de mi oreja. Diego aleja su mano con rapidez y la esconde en el bolsillo de su bata blanca, como si se avergonzara por haber actuado por instinto. Se aclara la garganta y hace un gesto con su pulgar hacia su consultorio.

—Bueno… debo volver a mi consulta —me informa con nerviosismo—. Estaré esperando tu llamada. Quiero decir… si tu hijo está enfermo. ¡No es que espere que lo esté!, pero…

—Gracias, Diego. —Sonrío tratando de tranquilizarlo—. Te llamaré si es necesario.

Lo veo entrar al consultorio de enfrente, mientras que yo me instalo en mi escritorio.

La primera mitad de la jornada me la paso en una angustia. Mi mente no deja de recrear el llanto apagado de mi hijo y mi instinto me dice que algo no está bien. Mi conciencia me grita que vaya por él y lo lleve a casa, pero mi sentido de la responsabilidad me obliga a cumplir con el trabajo.

A la hora de la comida Diego sale nuevamente y camina directamente a mí:

—Estaba por ir a comer a la cafetería que queda a la vuelta. ¿Te gustaría acompañarme, Anel?

Sus mejillas se tiñen de rosa, lo que resalta el bonito tono aceituna de sus ojos; parece nervioso, como si le hubiera costado mucho atreverse a hacer la pregunta.

—No lo sé… pensaba salir con Fer, pero…

—Está bien —dice mi amiga llegando a nuestro lado—. Ve con él, yo tengo planes con Gustavo. Ah… mira, ahí viene.

Su novio entra a la clínica, se acerca a Fernanda y le propina un beso en los labios antes de notar nuestra presencia. Se le ve tan enamorado, que no me sorprendería ser invitada a su boda antes de que termine el año.

—Hola, Anel. Diego —saluda a ambos—. Perdón que les robe a Fer, quiero llevarla a ese nuevo restaurante que acaban de abrir en el centro. Dicen que la comida es muy buena.

—No te preocupes, amor —dice Fer—. Anel y Diego también tienen planes.

Fer me lanza una mirada que dice «no te vayas a negar» y sonríe con inocencia, despidiéndose junto a su novio. Ambos salen de la clínica, dejándonos solos en medio del pasillo, con la pregunta de Diego todavía flotando en el aire.

—¿Y bien… qué dices? —cuestiona de nuevo.

—Supongo que está bien.




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