Jugando a ser papá

XVII. Confundido

—Buenos días, Fer… te llamo para avisarte que no podré ir al trabajo, lo siento, Alex enfermó y debo llevarlo a consulta… Sí, pediré turno con Diego… Más tarde nos vemos… Gracias.

La voz de Anel se cuela en mis sueños como una dulce melodía que me hace suspirar aún estando dormido. No sé qué hora es, pero no tengo ganas de despertar, mucho menos de alejarme de estas sábanas que desprenden su aroma almendrado que se siente como una caricia al alma. Quiero seguir fantaseando con la idea de esta cama, de esta vida, de esta mujer; pero un cosquilleo en mi nariz, seguido de un fuerte tirón en mi cabello terminan por obligarme a despertar de golpe.

—¡Auch! —me quejo adolorido, sin embargo, al abrir los ojos me encuentro con un par de ojitos marrones que me regresan la mirada, y, si antes había pensado que despertar en la cama de Ann por el resto de mi vida sería suficiente, mi cerebro desbloquea una nueva fantasía cuando Alex me sonríe mostrando orgulloso sus dos pares de dientitos—. Buenos días, campeón —saludo sonriente.

Aún luce enfermo: su nariz escurre, sus ojos están un poco irritados y su piel está caliente, pero, a pesar de todo eso, sonríe.

Es indescriptible la manera en que mi pecho se contrae al tenerlo tan cerca y me nace un inesperado instinto protector, imposible de ignorar.

Me acomodo sobre el respaldo de la cama y lo traigo conmigo. Toco su frente por instinto y Alex me toma por sorpresa acurrucándose en mi pecho. Maldigo internamente pensando en lo cerca que estuvo de ser… mío, y lo mucho que yo quería que lo fuera.

Salgo de la cama llevando a Alex conmigo. Encuentro a Anel afanando en la cocina, malabareando con la sartén en una mano y el teléfono en la otra. Se ve tan linda a primera hora de la mañana, que detengo mis pasos y me permito observarla a consciencia sin que se dé cuenta.

«¿Qué haces, Noah? Pareces un enfermo», me recrimino.

—Oh… ya despertaron —dice Anel, cubriendo el teléfono con una mano—. ¿Cómo sigue?

Parpadeo nervioso y camino hacia ella.

—Su piel está calientita, creo que le está volviendo la fiebre —le informo—. Debemos llevarlo al médico.

—Acabo de agendar una cita para dentro de una hora. Ven —pide—. Tenemos tiempo para desayunar.

Apaga la estufa, saca dos platos y sirve el desayuno bajo mi atenta mirada.

—Hola, cariño, ¿cómo estás? —Mis brazos se sienten vacíos cuando toma a Alex y lo acurruca en su hombro—. Ya vas a sentirte mejor, te lo prometo. Vamos a cambiarte para que comas algo, ¿quieres?

Besa su frente con ternura y debo reprimir el suspiro que infla mi pecho al verla en su faceta de mamá que me conmueve y despierta mis más profundos anhelos. La veo entrar a su habitación y aprovecho para ir al baño, lavarme la cara y enjuagar mi boca en lo que regresa para desayunar.

—¡Noah! —grita Anel desde su cuarto—. Tu teléfono está sonando.

Vuelvo a la recámara y la encuentro cambiando el pañal a Alex; me entrega el teléfono y respondo al ver nombre de Valeria en la pantalla:

—Hola, Valeria, ¿cómo estás?

—Hola, Noah. —Por la manera en que ha dicho mi nombre, sé que está molesta—. ¿Cómo estoy? Estoy sola —increpa con dureza—. ¿Tú cómo estás? —Anel hace cosquillas a Alex y este suelta una carcajada que resuena en toda la habitación—. Parece que se están divirtiendo mucho por ahí. Pensé que el niño estaba enfermo.

Odio cuando dice «el niño», como si Alex no tuviera un nombre propio, o como si en verdad no le importara en lo más mínimo aprenderlo.

—Lo está —digo saliendo de la recámara—. Toda la noche tuvo fiebre. Ahora Ann lo está vistiendo para llevarlo al médico.

—Pues se oye bastante bien.

—Eso es bueno ¿no te parece? —pregunto desconcertado—. Es lo que queremos, que esté bien.

—Sí. Lo siento —masculla secamente—. ¿Cuándo regresas? Estaba pensando en pasar la mañana juntos, ya sabes: desayuno en la cama y todo eso…

—Mm… perdón, Valeria, llevaré a Ann a la clínica…

—Puedes dejarla ahí y regresar a casa —sugiere con voz melosa—. Te estaré esperando como te gusta.

«¿Es posible sentirse mal por no sentirse bien ante una propuesta como esa?», me pregunto, notando que ni un solo vello de mi cuerpo ha reaccionado ante la idea de estar con mi novia.

Sé que debería correr hacia ella y aceptar su oferta. Un novio verdaderamente enamorado lo haría. ¡Diablos! Cualquier hombre racional lo haría, pero… «¿Qué me pasa? Es mi novia», me recuerdo. Debería de ir… pero Anel me necesita. Alex me necesita.

—Perdón, nena. Alex me necesita —murmuro saboreando la culpa—. No puedo dejar que Ann lo lleve en taxi en su estado.

—¿Por qué no? —gruñe entre dientes—. ¿Es la primera vez que enferma? ¿Qué hacía con el niño antes de que llegaras tú?

—¡Deja de llamarlo «niño»! —la reprendo—. Se llama Alex, y está enfermo. Es mi… mi ahijado —balbuceo con incomodidad—. No puedo irme sin saber que estará bien.

La línea se queda en silencio y por un momento pienso que ha colgado la llamada, pero luego escucho su respiración a través del teléfono y suspiro con cansancio.




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