Sebastian
Nunca me había arrepentido tan rápido de mis palabras, no necesité pensar en estas para hacerlo porque en cuanto salieron de mi boca supe que había cometido el peor error de mi vida, ahora si estoy seguro de que lo he echado todo a perder, la mirada de Ania me lo confirmó, la salida corriendo de mis hijos lo dejó muy claro y ahora solo me siento profundamente triste por dentro, es como si una parte de mí se hubiera roto y no sabía que decepcionar tanto a dos niños podía afectarme tanto.
—¿Qué haces aquí Malena? —miro a esta que no ha dejado de mirarme
—Mi padre es accionista Sebas
—Tu padre, no tú —dejo claro mirándola —estoy trabajando.
—Todavía no me quedó claro por qué los traías de tu mano —ella bufa —en fin, creo que deberías despedirla, ¿no crees? —sonrío
—Es verdad —miro a la tal Marisa —Marisa, estás despedida
—Qué? —esta solo se queda con la boca abierta y volteo para irme, Malena me sigue —Sebastian no puedes
—Ya lo hice —me detengo y la miro
—Es mi amiga
—Pues tu amiga encerró a Ania y engañó a sus hijos para que la despidieran, ella es una mala persona Malena y ese tipo de conductas no la tolero en mi empresa —mascullo cerca de su rostro
—Es una empresa, cada quien busca subir de distintas formas amor
—Ya veo por qué son amigas —me alejo de ella
—Sebastian no puedes hablarme así ni despedir a mi amiga
—Ve y dale las quejas a tu padre —bramo sin dejar de caminar —me importa poco Malena, esa mujer no volverá a trabajar aquí —dejo más que claro y entro a la oficina en donde Ania debería de estar, pero no está ahí y paso una mano por mi rostro, luego golpeo con fuerza la puerta, ella se fue con ellos y estoy seguro de que los tres están más que decepcionados de mí, debo arreglarlo, pero cómo? No tengo ni idea, nunca he tratado con niños, no los entiendo y dudo mucho que ellos me entiendan porque no hay excusa que pueda justificar lo que he hecho.
Con insistencia toco el timbre de la puerta varias veces hasta que al fin Ania abre esta, alza una ceja y no sé por qué demonios le sorprende verme aquí.
—Te fuiste con ellos, ¿por qué? —se cruza de brazos
—Acabas de negar a tus hijos
—Por favor —río mirando sus ojos —eres quien menos puede juzgarme
—Y no lo estoy haciendo —aprieto mis dientes —pero has roto el corazón de los gemelos Sebastian —sé que tiene razón y bufo
—Lo sé... y voy a arreglarlo
—¿Cómo? —su pregunta me descoloca y me alejo un poco de la puerta, desde que subí a mi auto llevo haciéndome la misma pregunta
—No sé —me encojo de hombros —compraré juguetes, los niños siempre aman tener juguetes nuevos —la miro y no hay expresión alguna en su rostro
—No los conoces
—¿Y? ¿Qué solución me das? —Ania se acerca a mí cerrando la puerta tras de sí
—Ve y pídeles perdón, explícales las cosas y háblales claro —la miro confundido
—Son niños
—Si Sebastian, son niños, pero en todos estos años cuando me he equivocado les he pedido perdón para que cuando ellos se equivoquen también pidan perdón, no vas a arruinar años de buena educación, vas a ir y vas a hablar con ellos como un hombre —señala la puerta dejándome estupefacto
—Por Dios —sonrío incrédulo, ¿cómo voy a hablarles? ¿Qué les diré?
—Mis hijos no mienten y piden perdón cuando se equivocan porque así les he enseñado, pero todo es por el ejemplo Sebastian, son niños y absorben lo que ven —sus palabras me hacen mirar sus ojos
—Por el ejemplo dices —ella asiente —nunca les hablaste sobre mí ni les has dicho que me dejaste abandonado sin decirme sobre ellos
—Ellos lo saben —río sin creerle
—¿Cómo?
—Ya hablé con ellos y pedí perdón
—¿Y por qué te quieren tanto? —me acerco más a ella que traga en seco —no respondas a eso —levanto una mano —¡joder! —le doy la espalda, ellos saben todo y la defienden de mí.
—Nunca quise hacerte daño Sebastian —sus palabras me hacen cerrar los ojos
—Lo hiciste
—Y ojalá pudiera devolver el tiempo, no sabes lo mucho que me he arrepentido de todo eso, pero supongo que ya es demasiado tarde
—Lo es Ania, ya es demasiado tarde —digo como si fuera un mantra cuando sé que verla de nuevo ha cambiado todo en mí, me giro hacia ella y una vez más veo sus ojos llenos de lágrimas, solo quiero abrazarla, pero ¿de qué serviría? Voy a casarme en menos de dos meses con otra mujer, prometí que no volvería a pensar en ella y me esforcé durante años para olvidar todos mis sentimientos, esos que ahora comienzan a salir sin obedecerme.
—Me quedaré aquí —rompe el silencio dejando de mirarme —ve y habla con los gemelos, ellos son niños buenos y van a entender lo que sea que les digas.
—No quería negarlos —mira mis ojos —me ganaron los nervios Ania, yo —suspiro —simplemente no sé cómo ser padre.
—Entonces comienza siendo amigo de ellos —asiento con lentitud por sus palabras y luego paso por su lado, camino por la pequeña y bonita casa hasta llegar a la habitación de los gemelos, una vez ahí, toco la puerta.
—No tenemos hambre mamá —escucho la voz de Kai y respirando hondo entro a la habitación, los dos me miran rápido y luego bufan, obviamente les molesta verme.
—Vete —Kilian se acerca —¿qué haces aquí?
—Quiero que hablemos
—No hay nada que hablar —dice Kai —no eres nadie, no somos tus hijos, eso dejaste claro —ambos dejan de mirarme y suspiro, mi teléfono suena y lo miro, tenso mi mandíbula cuando veo en la pantalla el nombre de mi hermano y luego apago este.
—Me equivoqué —admito yendo hacia la cama —soy un imbécil, ya lo sé —me siento en esta y ambos me miran —no merezco tenerlos como hijos, he sido un idiota, un canalla que no debía negarlos, claramente eso demostró que no soy un buen padre, pero —los miro a ambos —yo los quiero, juro que los quiero, juro que quiero ser padre y juro por dios que los llevaré a mi casa y frente a toda mi familia los voy a presentar como mis hijos —los gemelos se miran entre sí y luego dejan de mirarme dándome la espalda.
Editado: 20.05.2025