No demuestro mis emociones en público
Martes 03 de Enero, 2016
Julian
Ahí me encontraba, sentado en una vieja banca afuera de la Iglesia Santa Martha de mi ciudad, aquella en la que una vez un señor me echó agua en mi cabeza para poder estar bautizado. La verdad es que no soy tan creyente, pero siempre he respetado la religión de mi familia así como ellos respetan mi postura. Es lo único bueno que tienen, aprendieron a respetar desde que supieron que no era como los demás chicos de mi edad, ya saben, esos que nunca están en casa porque se la pasan con sus parejas y haciendo mil cosas más que nunca despertaron mi interés.
Mi madre decía que me perseguían los espíritus malignos todas las noches y que no dejaban que me durmiera tranquilo. Bueno, también tengo entendido que mi madre era una mujer un poco sacada de onda y que veía cosas que nadie más podía ver.
Si, puede que suene muy loco, pero esa mujer a veces me da miedo verla por las noches caminando dormida por los pasillos de la casa, es como si buscara algo cada noche por las cosas que susurra. Algo tétrico para alguien que la viera de repente sin saber qué es lo que sucede con ella, pero es algo a lo cual nos hemos acostumbrado y que no importa tanto ahora en día.
El aire alborota los pequeños bultos de hojas secas del parque, los niños se mantienen saltando, gritando y jugando mientras sus padres charlan con los padres de los otros niños. Tranquilos, sin preocupaciones o sin miedo a nada. Claro, olvidé mencionar que al lado de la Iglesia hay un pequeño parque de juegos para los niños de este sector, un poco sucio y descuidado que le daba una apariencia a un lugar abandonado y no a un parque.
Todo se mantiene cerrado al público debido a la hora en la que nos encontramos, el clima es muy raro para ser principios de año debido a que nunca hemos presenciado muy bien climas de invierno.
Un niño se acerca lentamente a mí, en su mano derecha trae una hoja seca de colores muy bonitos. No sé de dónde salieron tantas hojas, no hay tantos árboles cerca como para llenar todo un parque de hojas en pequeños bultos. El niño sonríe y se sienta al otro extremo de la banca y mueve sus pies al ritmo del viento.
Se mantiene callado, coloca la hoja en sus piernas y sonríe mientras la observa detenidamente. No hablo, fijo mi mirada en él tratando de adivinar de dónde lo conozco. Sus facciones son tan espectaculares, su cabello rizado y de color castaño me sorprende y cuando levanta su mirada son sus ojos color azul que me llaman la atención.
—¿Eres nuevo por acá? —Pregunto.
Se levanta de la banca poco a poco, deslizándose por el borde deja la hoja que traía consigo y se marcha dejándome solo y con una pregunta en el aire. ¿Una hoja? ¿De qué me sirve una hoja para aclarar mi duda?
—No te preocupes, es normal que los niños de por acá reaccionen raro con las demás personas —habla un chico que de la nada se sienta en el mismo lugar en donde se encontraba el niño—. Ya sabes, los padres les dicen que no hablen con extraños.
Suspiro.
—¿Vives por acá? —Pregunta, a lo cual asiento—. Lo sabía.
Agita su cabeza para luego quedarse en silencio. No lo puedo ver, sé que debo verlo para saber quien es, pero no puedo verlo. No puedo volver a caer en trampas una vez en mi vida que me lastimarán.
—¿Por qué estás acá sentado al lado mío? —Por fin pregunto para poder romper el silencio que también me incomoda y para no quedar como un idiota que no socializa con las personas del pueblo.
—Si te molesta que este acá contigo lo entenderé —dice—, porque es raro que alguien aparezca de la nada y se siente sin pedir permiso.
—No dije que me molestara que estuvieras a mi lado, solo pregunté la razón por la cual te sentaste acá conmigo.
Sonríe.
—Me pareciste misterioso y quería acercarme para comprobarlo —responde.
Estira su mano empuñada hacia mi rostro, la abre y la hoja del niño se encontraba en la palma de su mano. Con mis dedos congelados por el viento frío la agarro y la observo desde cerca. Su color, su textura, el olor…
—¿Qué hacen ustedes acá?
—Julian, jamás nos iremos de tu lado hasta que cumplas la mayoría de edad y puedas defenderte por ti solo. Es una ley que hemos firmado todos los que te protegemos en esta vida desde que eres un bebé.
—¿Por qué necesito que me protejan?
—Porque eres muy débil, Julian —sus palabras duelen—. Eres tan débil que cualquiera podría herirte sin darte cuenta, y cuando llegues a reaccionar ya estarás tan lastimado que solo querrás salir huyendo.
Respiro profundo, no puedo creer que este escuchando esto de él. Es muy patético estar escuchando estas palabras de alguien que no existe en la vida real, de un ser imaginario que dice ser mi protector y que cuando lo necesito jamás llega.
—Cállate —digo.
—No puedes callarme porque sabes muy bien que entre más me calles más te hablaré y te atormentaré.
—¿Por qué me haces esto? —No pude evitar preguntarle aquello que siempre había querido que me aclararan—. ¿Por qué están aquí? ¿Cuál es su propósito?