Julian

Capítulo Diez

La desesperación es mi doble

 

Martes 07 de Septiembre, 2018

 

Julian

 

   Un año y meses habían transcurrido desde aquel día en el que mis padres decidieron irse de casa sin dejar explicación alguna. Meses llenos de inquietud de mi parte, meses sin tener ningún rastro de su paradero y mucho menos una carta que dijera sus motivos.

   Sabía que mi padre se había divorciado de mi madre para casarse nuevamente con el otro hombre. Publicó un libro bajo el sello de la mejor editorial de nuestra ciudad y aparte de eso entregaron la herencia.

   Herencia.

   La palabra que hizo que Beca peleara conmigo aquel día, diciéndome todo aquello que me duele en lo más profundo de mi alma. Eso me dolía y, como si fuera normal en nuestras vidas, me dolía que fuera ella quien me dijera eso.

   No habíamos recibido más cartas, cajas o sobres con documentos. Solo nos dejaron saber que mi madre cedió su custodia al matrimonio, dejando de lado su maternidad y yéndose a otro lugar lejos de todo.

   Mamá.

   —¡Vaya! —Exclamo—. Debí aprovechar el tiempo a tu lado.

   La relación con mamá no era la mejor, a pesar de que siempre estaba al tanto de mi bienestar y de todo lo que yo quisiera le hizo falta demostrarme amor. Sé que estar al pendiente de mis necesidades lo demuestra, pero me refiero al afecto, a los abrazos, besos y esas sonrisas que te demuestran que te aman de verdad.

   Peleábamos al menos tres veces a la semana al desayunar. Beca siempre interrumpía por tal de que aquello no se volviera rutina de todos los días para no amargarles la primera comida.

   Ella solo desviaba la vista y seguía comiendo. Yo, por lo tanto, me estaba derrumbando por dentro. 

   Con mi padre era similar, no demostraba tanto cariño, no estaba al tanto de mi binetestar ni el de mis hermanos. Pero había algo que él hacía que mamá no, él me hacía feliz con cosas tan sencillas como llevarme a comer helado cuando era niño, llevarnos al parque, leernos un texto del periódico que se le hacía divertido. Pero un día todo eso se esfumó y jamás supe el porqué.

   Lo extrañaba, extrañaba todo aquello que me hacía feliz. 

   ¿Por qué crecí?

   Siendo niño lo tenía todo, nada me hacía llorar con facilidad, tenía todo lo que estaba a mi alcance. Lo tenía todo.

   Al crecer las cosas cambian, la vida te enseña que todo lo que tenías fácil ahora lo tendrás más difícil. La estabilidad emocional cae, el autoestima se mantiene como un sube y baja. Muchos problemas llegan a nuestro cuerpo y mente, creando desórdenes en nosotros. Este era uno de mis miedo, crecer.

   No sabía cuánto llevaba esperando el momento de enamorarme al nivel de aferrarme tanto que no podía estar sin él. Tenía miedo a enamorarme y salir herido. 

   Cuando iba a una escuela personal las personas que tomaban clases conmigo se burlaban de mi aspecto físico, creando en mí odio a mi propio cuerpo. Dejé de comer como lo hacía antes, lloraba cuando era necesario, vomitaba después de comer de vez en cuando y todo aquello llevó a que bajara de peso de manera precisa que dejó peor mi salud.

   Decidieron sacarme de la escuela y pagarme clases desde mi casa. El odio a mí mismo seguía, y esta vez cuando me veía al espejo ya no veía al Julian de antes, a aquel que tenía tres lonjitas en lo que debería de ser el abdomen perfecto. Solo había una, pero aquella una aún me hacía sentir lo peor del mundo.

   No me tomaba fotos, no salía de casa por el miedo a que alguien más se burlara de mi. Fue ahí cuando Beca un día entró a mi cuarto y por medio de chistes hizo que saliera con ella a comer un helado al local cerca de la casa.

   No recordaba lo que era respirar aire puro, socializar y mucho menos probar comida en locales cercanos. Ese día sonreí después de mucho tiempo, charlé unas cuantas horas con mi hermana y también tomé una fotografía que ahora es mi mayor recuerdo.

   Luego de eso salí más veces con ella, poco a poco me iba atreviendo a hacerlo solo. Iba al parque cerca de la Iglesia, me sentaba en aquella banca a ver a los niños jugar en el parque y llevaba mi libreta para mancharla para no hablar con nadie.

   Fue así como conocí a Harris.

   Llegó como si me conociera de toda la vida, hablamos de algo que no tenía sentido alguno y que no logro recordar. Me mantenía serio pero por veces no podía evitar soltar una sonrisa rápida. Me hacía sentir bien aquello de hablar con alguien que no fuera mi hermana, me sentía mejor tratando de generar amigos nuevos.

 

“Soy como un ángel guardián.” Dijo una vez.

 

   Y si que lo era, estaba ahí dándome su apoyo, demostrando que pase lo que pase no me abandonará. Me hacen sentir fuerte sus abrazos, su voz me calma y sus caricias me hacen sentir seguro de aquello que no me deja vivir tranquilo.

   Una vez dije que no dejaría que nadie me viera desnudo, que nunca tendría algo sexual con alguien por miedo a que se burlara de mi cuerpo y se largara. Fue diferente, besaba cada rincón de mi cuerpo y repetía una y mil veces que todo de mi era maravilloso.




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