Temo a enamorarme
Miércoles 03 de Junio, 2015
Julian
La vida empezaba a darme vueltas, a ponerme pruebas difíciles de las cuales tenía que aprender lo costoso que es poder salir adelante ileso. Muchas de esas pruebas demostraron lo débil que soy, que no soy capaz de hacer las cosas solo y que siempre necesitaré la ayuda de segundas y terceras personas.
Era difícil, todo lo era, desde aprender inglés hasta poder socializar. Nada era sencillo para mí, mis padres son liberales pero a la vez también son muy estrictos. Me prohiben muchas cosas que los de mi edad hacen sin miedo alguno, pero estaba yo, encerrado sin tener amigos con quienes salir a caminar.
Me inquietaba ser un chico muy solitario, cuando iba a la escuela me daba cuenta de que todos tenían sus grupos para hablar y reírse en la hora del receso y yo me sentaba en una mesa al fondo para comer solo. Los niños me miraban como si fuese un fantasma, e inclusive alguien raro del cual tenían que huir.
Decidí abandonar la escuela, mis padres se encargan de pagar mis clases privadas para hacerme sentir mejor y no excluido.
Comencé a esforzarme para entender mis clases de manera virtual, decidí darlo todo para aprender el idioma que tanto me costaba y que un día comencé a hablarlo fluidamente sin haberme dado cuenta de ello.
No había experimentado lo que era tener a alguien al lado, tampoco había experimentado lo que se siente besar, abrazar o poder reírme al lado de una pareja. Era todo un inexperto en todos esos temas, aunque a mi corta edad debería de estar pensando en otras cosas, aunque esto es lo que más me gustaría hacer y tener.
Revisaba mis redes sociales que había descargado con el permiso de mis padres, entraba a perfiles de chicos y chicas que me parecían atractivos a simple vista. No me fijaba tanto en chicas, pero cuando veía a un chico sin camisa tenía esa sensación de querer tocarlo, de sentirlo y de experimentar.
No sabía lo que era, no hasta que investigara sobre el tema y que mi profesor me hablara de ese tema como si no pudiese incomodarme.
Lo entendí.
Yo no era igual que todos, era único en mi clase y tenía que decirle a mis padres lo que sentía y quería para mi futuro. Lo hice, fue terrible confesar mis gustos y no imaginaba que al principio sería rechazado.
Fue un infierno.
Si que lo fue.
Recuerdo vagamente la primera vez que salí solo a la calle, iba sin miedo alguno sobre la gente que encontraría en el camino. Varios chicos y chicas me saludaron con una sonrisa, no sabía que hacer más que ignorarlos y ganarme sus miradas de desprecio por actuar de esa forma.
Caminé hasta llegar a la vieja cafetería del centro, un lugar en donde el silencio no era bienvenido. Las personas gritaban con sus amigos, se reían de sus chistes y en otras mesas habían parejas demostrándose cariño.
Solo observaba, era lo único que podía hacer.
La mesera se acercó a mi mesa con un menú en sus manos, me lo entrega y sonriendo se da la vuelta para ir a otras mesas. Lo reviso. No tenía antojos de comer algo fuerte en este momento.
Levanto la mano la atraer la atención de la mesera y cuando viene hacia mí le dicto lo que quiero comer y recoge el menú.
—¿Eres nuevo por acá? —Preguntó—. Tu cara no se me hace conocida.
No lo era, era un fantasma para muchos.
—No —respondí—, vivo en la colina, a unos cuantos kilómetros de aquí.
Sonreí.
—¿Eres un Gutiérrez?
Su tono de voz había cambiado de amabilidad y a un toque de desprecio. No sabía a qué se refería con respecto a mi familia, hablaba como si algo malo hubiésemos hecho para ganar su desprecio.
—Si —dije.
—Espero que al menos seas diferente.
Se dio la vuelta dejándome en la mesa confundido, con mil preguntas a punto de salir de mi boca y unas ganas de defenderme.
Ese fue el primer día en que salí solo, con la mente dispuesta a socializar y que terminé haciendo todo lo contrario. Me gané sonrisas, miradas de desprecio y una que otra burla de las personas al verme.
¿Por qué?
Sabía que era distinto, que mi aspecto no era el mejor porque no encajaba en los estereotipos de belleza que día con día hacían que entrara en una fase de depresión. Ya no quería sufrir todo aquello, me estaba desvaneciendo poco a poco.
Ahora me encontraba de pie frente al espejo, colocándome una gorra blanca y sonriendo como un chico que acaba de cumplir su sueño. Era el momento en que ocurriera, sentía que todo era irreal y que estaba dentro de uno de mis mil sueños.
Había quedado en salir a comer un helado con Joshua. Era un chico alto, con cabello rubio que estudiaba conmigo antes. Hablábamos a diario, me hace sonreír y me ayudaba con mis problemas. Le empezaba a coger cariño y hoy, después de muchas semanas, nos veremos cara a cara para hablar y hacer las pases si es que todo salía bien.