Julian

Capítulo Doce

Siento que soy insuficiente 

 

Sábado 07 de Febrero, 2019

 

Julian

 

   La mañana había llegado más rápido de lo que pensé, la noche se me había hecho súper eterna y mis ganas de despertar para poder preparar unas tostadas con mermelada me estaban matando. Me levanto lentamente de la cama para no hacer ningún tipo de ruido, no quiero que Harris se levante al mismo tiempo porque quiero llevarle el desayuno a la cama.

   Salgo de la habitación y me reciben los pasillos solos. Nadie se ha levantado de sus camas y eso me da ventaja para adueñarme de la cocina. Pongo unos cuantos panes en la tostadora y exprimo unas cuantas naranjas.

   —¡Carajo! —Exclamo—. A Harris no le gusta con azúcar —digo luego de echarle unas cuantas cucharadas de azúcar al jarro en donde había echado el líquido. —Bueno, creo que un poco de azúcar no le hará daño, al menos no por hoy.

   Abro la nevera y saco la mermelada. Con la ayuda de un cuchillo  esparzo por los panes recién tostados la mermelada y los coloco en un plato. Me doy la vuelta para ir hacia las escaleras y una sonrisa hace que me detenga en medio camino.

   —¿Tratando de llevarme desayuno? —Asiento—. Qué lindo de tu parte.

   Susurra.

   Su voz había cambiado demasiado y no me había dado cuenta de eso. Había crecido un poco más, sus brazos estaban más fuertes y el vello facial se hacía notorio y me encantaba acariciar sus mejillas para sentirla.

   —Harris —digo.

   —Si, Julian.

   Toma el plato en donde llevaba las tostadas y las pone en la mesa de al lado. Regresa su vista hacia mí y se acerca quedando a pocos centímetros de mi rostro.

   —¿Deseas decirme algo?

   —Si.

   —¿Qué deseas decirme?

   —¿Qué haces despierto? —Cojo una tostada y le doy una mordida—. Se supone que tenía que llevarte el desayuno a la cama y tú arruinaste mi plan. Hazme el favor y vuelve a la cama para fingir que estás dormido —sonrío.

   —Me encantaría, pero tu bóxer me desconcentra y prefiero quedarme aquí contigo en lo que los demás hacen acto de presencia.

   Había cambiado en realidad. Ya no era el mismo de antes en muchos motivos. Creo que por fin puedo decir que la pubertad comenzó a hacer de las suyas con mi cuerpo y eso en parte me alegra.

   —¿Tú padre está en casa?

   —Mi padre nunca está en la casa, ya sabes cómo es él —suspira—. A veces pienso que en uno de sus viajes repentinos se quedará y no volverá a la casa. Me asusta pensar en que un día me abandonará —bajo la mirada—, no quise decirlo de esa forma porque sé que te duele que lo diga.

   —Ya no es tan importante tanto ese tema —doy una mordida a la tostada—, me empiezo a adaptar a esta nueva vida sin tenerlos cerca. ¿Sabes? Se siente mejor sin ellos, aunque por veces sienta que me hacen falta para poder pelear —suspiro mientras coloco mi cabeza en su hombro—, no es lo mismo pelear contigo.

   —¡Oye!

   —¿Qué no tienen pantalones? —Beca nos roba una tostada y se sienta al otro extremo de la mesa—. No quiero ver sus miserias, es mucho para mis ojos.

   Hace mucho Beca y yo discutimos acerca de la herencia que mi madre me había dejado. La pelea duro unos cuantos días para ser sincero, aunque en el fondo sabía que no era enojo, era decepción. Hablé con ella a solas, le expliqué que pase lo que pase no la dejaría sola y que siempre tendrá dinero si es lo que pide.

   Beca nos observa fijamente, como si buscase algo que le dijera una respuesta a su pregunta. 

   —¿Qué? —Digo.

   Se encoge de hombros.

   —¿Tenemos algo en la cara? —Dice Harris.

   —Se ven —eleva la ceja—  diferentes.

   —¿Diferentes? —Digo.

   —Para empezar tú tienes barba y creciste un poco más. ¿Desde cuando te creció barba? —Me observa confundida—. No me había dado cuenta y eso que vivimos en la misma casa por el momento. Y tú —señala a Harris—, tienes un trasero más grande.

   —¡Beca! —Grito.

   —¿Qué? —Hace una mueca—. Tengo que ser honesta.

   Se levanta de la silla.

   —Y por favor hermano —la observo—, gime más bajo la próxima vez que te estén cogiendo o al menos dile a Harris que no se la aguantas. Es odioso tener que escucharlos en plena madrugada.

   —¿Ella acaba de decir…

   —Si —contesto—, exactamente eso fue lo que dijo.

   —Pero tiene razón.

   —¿En qué tiene razón?

   —En que tengo más grande el trasero —toma un sorbo del jugo—. Tiene azúcar.

   —Lo siento.

   —No —dice—, está bien, no me voy a morir por beber algo con azúcar.

   —¡Dios! —Beca grita desde la sala—. ¡No!




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