Julian

Capítulo Diecisiete

La fiesta inesperada

 

Miércoles 05 de Noviembre, 2020

 

Julian

 

   Despierto.

   Estaba en mi habitación, Harris estaba dormido a mi lado, babeando como siempre. Su cabello estaba sobre su frente y sonrío de lado mientras acerco mis labios a su mejilla.

   —Buenos días dormilón —susurro—. Ya es hora de despertar.

   Deja salir un quejido.

   —Te juro que te daré una patada si veo el reloj y son las ocho de la mañana —abre los ojos—. ¡Julian!

   Río.

   —Lo siento, pero tenemos muchas cosas que hacer hoy. Será un día agitado así que necesitamos levantarnos temprano.

   —Empieza a correr o ese hermoso trasero se llevará una patada —levanto mi ceja—. Y estoy hablando muy en serio, Julian.

   Me levanto de la cama y retrocedo dos pasos. ¡Dios! Este hombre aún no deja la etapa de la niñez de lado, y amo eso de él. Podemos ser infantiles de vez en cuando y reír como bobos. Siempre es bueno reír y divertirse en este mundo lleno de desgracias y decepciones.

  —Tres —dice.

   Abro la puerta de la habitación.

   —Dos —él se levanta de la cama y me observa fijamente—. Uno.

   Corro bajando las escaleras, él viene detrás corriendo a mi mismo ritmo y ambos caemos de bruces al suelo de la sala. Levanto la cara y con ayuda de la palma de mi mano acaricio mi cara, de la cual sale sangre de mi nariz.

   —¡Auch! 

   —¡Julian! —Grita—. ¿Estás bien? Cuánto lo siento, quería romperte el trasero no la nariz.

   Se acerca a la cocina y coge papel de la alacena. Me lo entrega y lo llevo a mi nariz tratando de controlar la sangre. Beca baja las escaleras y al verme suelta un grito y corre hacia mí.

   —¡Te ves de la patada con la nariz rota! —Grita—. Harris —lo observa—, a la próxima no lo folles tan brusco que me lo matas. Enciende el auto, hay que llevar a este hombre al hospital a que le saturen la nariz o se morirá aquí en casa con dos pésimos chicos que no saben ni ponerse una venda en el brazo.

   —¿Si sabes que no me voy a morir? —Pregunto.

   —No importa —dice—. Harris, ¿por qué no estás encendiendo el auto?

   Harris se levanta y sale de la casa con las llaves en mano. Beca me tiende la mano para levantarme del suelo y coge mi mano para salir de la casa.

   —Al menos dame unos pantalones —digo.

   —¡Ay por Dios! —Exclama—. Solo tienes un pene, todos hemos visto un pene en nuestras vidas, el tuyo no será la sexta maravilla.

   Cierra la puerta y ambos nos subimos al auto. Harris arranca y luego de unos quince minutos llegamos al hospital de la ciudad. Beca me ayuda a salir y entramos a la sala de emergencia para que me puedan atender de forma rápida. Una mujer se acerca a nosotros y nos guía a un cuarto al fondo, nos dice que esperemos unos minutos en lo que entra el doctor a atenderme.

   —Te ves… —dice Harris.

   —…de la patada —completa Beca—. ¿Qué estaban haciendo para terminar en el suelo con una nariz rota?

   Observo a Harris y me encojo de hombros.

   —Lo levanté temprano —digo.

   —¿Solo por eso? —Beca le da un manotazo a Harris en el hombro—. ¿Qué será después? ¿Una pierna? ¿Una costilla? Levantarse a las siete con cincuenta y cinco no es temprano, no sean exagerados.

   —Hola —entra un señor al cuarto—. Supongo que tú eres Julian —asiento—. Cuéntame, ¿cómo te hiciste tremenda rotura?

   —Estaba corriendo junto a mi novio y tropezamos. No pude poner mis manos para alivianar el golpe, así que mi cara dió contra el suelo, para ser específico fue mi nariz la que recibió todo el golpe.

   —¿Qué hacían corriendo?

   —Me despertó temprano en mi día de descanso, eso es una traición —dice Harris.

   —Bueno, creo que tendrás que aguantar un poco en lo que limpio la herida y te pongo unos cuantos puntos. No está tan mal como lo imaginaba —dice limpiando con algodón la herida, hago presión con mis dientes al sentir el alcohol y grito.

   —¿Era necesario? —Pregunto.

   —¿Era necesario correr? —Pregunta el doctor—. Ahora voy a ponerte los puntos, aguántate un poco.

   Beca toma mi mano. El señor se encarga de poner puntos en mi nariz y cuando termina yo estoy que lloro a mares. Harris me abraza por la espalda y el doctor nos observa con atención. Anota algo en una tabla y antes de salir nos sonríe.

   —Hubiese preferido que se me hubiese quebrado un brazo mejor —digo y recibo un golpe en la cabeza por parte de Beca—. ¡Oye!

   —Eres imbécil.

   —Toma estas tabletas para el dolor cada nueve horas, desinféctalo dos veces al día y para ducharte te recomiendo que tengas cuidado con el jabón o shampoo. No hagas movimientos fuertes con tu cabeza —observa a Harris y luego a mí —. Si, me refiero a eso.




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