—¡No te soporto! —El grito de mi madre atravesó las paredes de la cocina como un rayo, haciéndome saltar en el sofá. Mi corazón empezó a latir con fuerza contra mis costillas, una alarma conocida que, aun así, nunca dejaba de aterrarme. Sabía que venía, sentía la tensión en el aire desde hacía días, semanas, quizá meses. Pero ninguna advertencia te prepara realmente para el momento en que tu mundo se desmorona.
Mi padre, con esa calma tensa que precede a una explosión, respondió. —¿Qué dices? ¿Te quieres divorciar de mí después de tantos años juntos? ¡Vas a arruinar la vida de tu hija!
Escuché el golpe de una mano contra la mesa, el sonido sordo que confirmaba que la discusión escalaba, que esta vez no era una simple pelea más. Mi madre, a pesar de la voz quebrada, contraatacó con una furia helada.
—¿Y qué te esperas que yo haga, Ricardo? ¿Qué esperas que haga si tienes otra familia? ¿Cómo crees que se va a sentir tu hija cuando descubra que tienes otra familia? ¿Cómo crees que se sentirá cuando se entere de que muchas veces te desvivías por darle de comer a ella para ir a dársela a tu otra familia, aparentando lo que no eres? ¿Esa es la educación que quieres darle a tu hija?
El aliento se me atascó en la garganta. Otra familia. La frase giró en mi cabeza, una y otra vez, como un disco rayado, cada repetición más fría y desoladora que la anterior. No era solo una pelea, no era solo un divorcio; era una traición. Una mentira. Mi padre, el hombre que yo creía conocer, el pilar de mi vida, tenía otra vida en algún lugar, otra mujer, quizá otros hijos. Y no solo eso, ¿había escatimado en mi comida? La bilis subió por mi garganta. Intenté levantarme, huir, pero mis piernas se sentían como gelatina. Me quedé allí, en la penumbra del salón, oyendo cómo mi familia se rompía en mil pedazos.
Ya las peleas entre mis papás eran normales, un telón de fondo de mi adolescencia. Las había normalizado tanto que, a veces, incluso esperaba los gritos, como si fueran una extraña señal de que seguían ahí, que la casa no estaba vacía. Pero el divorcio... el divorcio era otra liga. Y mi papá, ¿otra familia? Esa revelación fue un puñetazo directo al estómago, un maremoto que arrasó con cada certeza que creía tener. Mi cabeza empezó a dar vueltas, mi respiración se volvió superficial. Era como si el aire se hubiera vuelto denso, incapaz de llenar mis pulmones. Mis ojos picaban con lágrimas que no se atrevían a caer, atrapadas por el shock. Me sentía vacía, hueca, como una muñeca de porcelana a punto de hacerse añicos. El silencio después de la discusión de mis padres fue incluso peor que el ruido. Un silencio cargado de fracturas, de lo irremediable. ¿Quién era mi padre, realmente? ¿Quién era yo, si mi propia existencia se basaba en una mentira?
Mientras me ahogaba en esos pensamientos, en la neblina de mi propia desesperación, el sonido vibrante de mi teléfono me sacó abruptamente de mi letargo. Un salvavidas. Miré la pantalla: Darsy. Mi mejor amiga. El rayo de sol que siempre lograba colarse incluso en mis días más oscuros.
Tomé una bocanada de aire, forzándome a componer la voz, a disfrazar el temblor que sentía en cada fibra de mi cuerpo. No tenía ganas de hablar, mucho menos de contarle a nadie mi dolor. Prefería fingir, aunque fuera por un momento.
—¿Hola, Ade, cómo estás? —Su voz, siempre tan llena de energía, fue un bálsamo.
—¡Hola, Dars! ¡Excelente, preciosa! —mentí, sintiendo cómo la palabra se atascaba en mi garganta, pero salía, milagrosamente, con la ligereza suficiente para ser creíble.
Nuestra conversación fluyó con la familiaridad de siempre, saltando de un tema a otro, de anécdotas de clases a los chismes de la preparatoria que ya no nos importaban tanto. Yo me aferraba a su voz como a una tabla de salvación, intentando no pensar, no sentir, no recordar lo que acababa de escuchar. Me reía a carcajadas de sus ocurrencias, forzando una alegría que no sentía, pero que me permitía respirar por unos minutos.
Y entonces, soltó la bomba.
—¡Estoy aquí en Nueva Jersey!
Mi corazón dio un vuelco. Sabía que cuando Darsy venía a Nueva Jersey, y me lo decía con esa emoción en la voz, era para una sola cosa: ¡remodelar su nuevo clóset! Era su tradición. Cada vez que tenía un plan de estilismo ambicioso, mi casa en Nueva Jersey se convertía en su cuartel general de moda. Pero esta vez era diferente. No la esperaba, no había mencionado nada.
—¿Aquí? ¿Ahora? —pregunté, la sorpresa borrando por un instante el dolor.
—¡Sí! Estoy afuera. ¿Cuándo nos vemos? ¿O mejor dicho, cuándo me abres?
Me levanté del sofá con una mezcla de pánico y alivio. Pánico porque tenía que enfrentarla con la máscara puesta, y alivio porque su presencia era una distracción, una necesidad urgente. Bajé las escaleras a trompicones, la puerta de la cocina cerrada, el silencio de mis padres pesando como una losa. Abrí la puerta de golpe y allí estaba Darsy, con su sonrisa brillante y su cabello castaño ondeando al viento, cargada con una mochila que, sin duda, contenía el inicio de su nueva obsesión estilística.
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es una novela de amor juvenil., es amor en todas sus dimensiones, es mi primer libro aqui
Editado: 07.12.2025