"Kaikos"

Capítulo 15. El precio del alma.

15 de marzo de 1972

Germaine de Saint-Preux recorría apresuradamente los espacios del globo terráqueo, permaneciendo en el interior de un vagón sin ningún rasgo especial de un tren de cercanías – en aquel vagón en ese momento realmente bullía la vida: cada uno de los pasajeros de dicho tren, con las emociones más intensas, no siempre positivas pero tampoco siempre negativas, discutía sobre el estreno de la nueva película El Padrino.
A Germaine de Saint-Preux hoy no le interesaban en absoluto las películas. Con particular fijeza, a través de la transparencia de la ventana, miraba en la transparencia de este mundo, observando cómo un paisaje pintoresco se apresuraba a sustituir a otro igualmente encantador; sin embargo, a causa de los sentimientos que dominaban su alma, solo veía en esos paisajes la belleza externa: tras el rechazo de Sandra Scales ya no le era posible ver en ellos el alma. No eran más que piedras encantadoras, montañas majestuosas, arroyos incesantes – eran únicamente materia, polvo perecedero.

En el azul del cielo no había vida: no era más que pintura, la cual, gracias a cierta combinación de circunstancias, se había extendido de manera caótica por la bóveda celeste. El canto de los pájaros no era sino un proceso fisiológico natural. De pronto, un instante después, distraído, distinguió en el vidrio del vagón su propio reflejo – el reflejo de Germaine de Saint-Preux: aquel a quien Sandra Scales había rechazado. Junto a su reflejo distinguió también el de su amada – ¿acaso era aquello la realidad o solo su visión? La razón dibujaba su silueta por todas partes… incluso en las piedras sin vida, después de su rechazo… su cabello en las ramas y sarmientos de los árboles… sus ojos en el azul del cielo… sus lágrimas en los arroyos… y su juvenil figura en los prados.

Fue en ese instante cuando en su alma despertaron versos de la siguiente índole:

«…Abriéndose con el alma entera,
el joven su confesión le dio –
a la más tierna, dulce doncella,
cuyo ser amó con fe y candor:
Al recibir por toda respuesta
el hondo y áspero silencio,
forjó él mismo la cruel molestia
de un alma joven en su inicio.

En mil fragmentos se partía,
rompiendo en fuego su unidad,
riendo con ojos, llorando en la risa,
mil chispas eran su verdad.
¡Qué ciego fue en sus arrebatos!
No supo el joven que, al tocar,
invariable queman los actos,
aunque él quisiera lo contrario hallar.

Y sin embargo, obtuvo al cabo,
de aquella que su ser hirió,
un manojo de letras frías
que el pergamino devoró,
palabras como hierro oscuro,
golpeando el alma sin piedad,
eran rechazo y desventura,
la falta de amor hecha verdad…

¡Germain! ¡Germain! Triste viajero,
errante espíritu – ¡Ahasverus! –
sentiste en carne, muy sincero,
cómo los gusanos del suplicio
devoran ávidos las esferas,
el cuerpo muerto del amor –
en este mundo los que sufren
son los que viven, ¡no los que son polvo!

Al no conocer tu alma, Germain,
ni querer jamás conocerla,
¡Oh Sandra, reina de tu juventud! –
hay que admitir la gran certeza:
que no comprendiste la medida,
ni las cualidades, ni la fuerza
del ímpetu ardiente de un poeta,
que ante tu poder inclina su frente.

Bastaba un gesto, solo una mirada,
para que con pasión desbordada,
creara un sinfín de obras cantando
tus ojos azules, tu leve andar,
tus mejillas, tus rizos al viento,
tu piel tan semejante a las nubes
en su blancura resplandeciente…

Germain, cuyo ancestro fue Adán,
no te dejes tentar por visiones,
no creas en labios engañosos,
aunque la ames con locura.
No busques causas: es el enemigo,
el que en disfraces juveniles
suele acechar a los que avanzan
a dar un paso traicionero.

Lo pasado ya no se cambia,
pecado es pretenderlo así;
ni por ternura corrompida
se deben los hitos invertir.
No te disfraces, oh poeta,
que el pasado no se rehace.
Por más que amaste en otro tiempo,
en el futuro amarás de nuevo.

Créelo: lo anuncia el movimiento
del mundo, de Dios y de las estrellas…
Mas el demonio lo que anhela
es que por dulces sueños y deseo
le rindas tu altar secreto,
inclinando dócil la frente –
¡pero tú siempre has creído en Dios!
Así sigue creyendo, firme,
rechazando cánticos de engaño:
el Señor te recompensará,
como a uno de sus profetas,
alzando entonces tu alma y tu carne…».




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