Karenina

Ocho días antes de la boda

Lunes 21 de septiembre de 2015

Disfruto de lo que sé que es una de las mejores vistas de toda la capital; Santo Domingo es un lugar bastante diferente a mi ciudad natal, Santiago, sin embargo, admito que la vista de la ciudad tiene sus gustos. Ante la falta de mi sobrina y mi hermana solo tengo a un tonto perro, y él solo se mueve para cagar, mear, comer y mirar mal, entonces, mirar por la ventana es un buen distractor…

Básicamente todo está listo, a excepción de mi café, claro está. Y si las cosas siguen igual de estresantes y solitarias pues serán unos veinte kilos de granos de café para este mísero cuerpo que llamo móvil de vida.

Sin el líquido negro el día es insoportable. ¿Tener que lidiar con gente sin haberme bebido mi café triple? No, mi amor, eso significa solo una cosa: que alguien tendrá el ojo morado para el medio día y últimamente no quiero más querellas policiales.

—¿Café?

Levanta la cabeza y simplemente se retuerce en la cama. Me ignora.

—Debí dejarte en la calle… —mascullo—, esta casa solo tiene espacio para un cascarrabias.

Pulgoso.

Escucho la greca sonar… ahí viene mi café. Y en el ritual que siempre hago tomo una de las mil tazas que colecciono, la miro detenidamente y dejo caer el café en ella. Lo veo, lo huelo, lo deseo y luego, tras todo aquello, lo pruebo.

Ningún hombre, nunca, me va a sacar una sonrisa así.

Debo admitir que tengo muchas obsesiones en esta vida; el café, las grecas y las tazas son de las más fuertes. 

Tengo más de treinta años, soy próspera —no coqueta—, ¡Tengo todo para ser feliz!, pero estar sin ellas se siente extraño, estar sola por primera vez en mi vida no es placentero. Mi sobrina siempre fue mi razón de ser, la sonrisa que amaba ver después de volver del trabajo o pasar a buscarla por la escuela; fue la alegría que mi vida perdió. Ingrid y yo jamás fuimos de esas hermanas que hacen todo juntas, a decir verdad, cuando nos fuimos a hacer los últimos años de secundaria a Estados Unidos y ella se decidió a quedarse para hacer la universidad allá, no dudé en volver; porque Santiago era mi lugar, no New York. Y nunca me arrepentí de estar lejos. Ese era su lugar, sus amigos, su amor no correspondido… y yo necesitaba mi propio espacio.

Ingrid puede haberse ido a San Juan de la Maguana o a Valverde, no tenía que irse al otro lado del mundo y Petra pudo quedarse conmigo. 

A mi alrededor todo es callado, lejano y completamente vacío, el perro no ayuda a aplacar mi soledad; en otros contextos eso me haría feliz, pero no a la ausencia de quién era como mi hija.

Tomo el café sorbo a sorbo mientras miro por la ventana a aquel lugar movilizado —triplemente en horas pico— y bullicioso.

Ver esos autos me recuerdan mi juventud, recordar cómo conducía y viajaba haciendo turismo interno… Cómo creía que la pasión de una carretera o un beso anulaban las responsabilidades y la realidad.

—Kar, por fin di con un área con internet —escucho la voz de Ingrid cuando atiendo el teléfono.

— Que no hayas sacado un momento para llamar a tu hermana es algo que no tiene perdón de Dios

—Yo también te amo, Kar —escucho sus risas.

—Ingrid, ¿Cómo sigue ella?

Dejo la taza en el fregadero, la lavaré al llegar.

—¿Es en lo único que piensas?

—Es mi niña. Una de las dos tiene que pensar en ella.

—No hables cómo si a mi no me importara… Sabes muy bien que ella está mejor.

Ambas sabemos que ella jamás vió a Petra como su hija, aunque ella la adoptó sin siquiera consultarlo. Un día solo volvió al país y me dijo que cuidaría a la hija de su amiga. No digo que ella no la ame, solo no como su hija. Más como una tía. Para mí sí es mi hija. La que se quedó hasta tarde cuidándola, le preparó el desayuno, la que estuvo en sus primeros pasos, sus primeros días, sus graduaciones… y cuando le hacían bullying en la escuela iba yo a masacrar a esos niños. ¡Era yo! 

Y, a decir verdad, no creo justo que me la quitaran así. Mi vida giró alrededor de mi niña; solo me dejaron en el vacío ahora.

—Bueno —busco las llaves del auto en la mesita que tengo en la sala, unas fotos de mi pelirroja me hacen sentir nostálgica, pero sigo mi camino, ya va siendo hora de salir —, hablé con Louan hace unos días. Me dijo que todo iba bien, que tenía buenas amigas. 

—Ella no te va a decir lo contrario tampoco.

—Louan nunca la dejaría pasar problemas sola. 

—Es lo que siempre hizo —le respondo, porque mi veneno tiene que salir—, ¿O no es eso el significado de abandonarla?

—Louan no la abandonó  —defiende mi hermana.

—Ingrid, cuando se trata de Louan tu no piensas bien. 

—No entraremos en ese tema.

—No, no lo haremos —salgo del lugar—, tienes más de una década no haciéndolo así que, tenemos práctica.

Quedamos en silencio, cuando hablábamos de esa mujer, Ingrid se cierra. 

—Sabes que aquí no tengo mucha conexión —inicia otra vez—, por eso no me comunico tanto. 

Prefiero no responder a eso. Pongo seguro a mi puerta y subo al ascensor. Me espera un día de mierda.

 —La extraño mucho —confieso.

—Yo también extraño a mi…

—¿A tu hija?  —dejo salir un poco de dolor —La entregaste en cuanto ellos quisieron, como si fuera un envío por Western Union. 

—¿Nunca vas a perdonarme?

No respondo a eso.

—No pasé años protegiéndola de medio mundo, para que tremendo imbécil quiera hacerle daño. 

—Calma, Kar, nadie teme por Petra más que yo, pero también es bueno para ella estar con su hermana y su madre.

—Su madre estaba aquí —le digo para luego aclarle—, está aquí; yo. Es más hija mía que tuya o de Louan.

Salgo del ascensor y camino por el silencioso lobby. Mi apartamento es el más alejado de la primera planta, cosa que agradezco porque significa que me ahorro tener contacto con los humanos, bullicio, problemas y demás inmundicia. Y también soy afortunada de que el departamento del laso esté vacío.




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