Miércoles 23 de septiembre de 2015
Un día sin avisos de Samuel.
Hoy no he sabido nada de él.
¿Se ha rendido conmigo?
Ni una llamada ni una visita… ni respondía mis mensajes sobre qué haremos con las preguntas de la columna de Estrella Quisqueya; ¡Ese bandido debería sentirse halagado, yo nunca he escrito primero!
Me ignora, lo sé, quizás tendrá que ver con que literalmente evité cualquier tema personal y fui muy… yo ayer.
A mí, odiar a los hombres, se me hace tan easy, es algo natural, que fluye. No me esfuerzo y es así desde los 20. Sin embargo, es algo que ignoro a la vez; no lo de que los odio, eso lo tengo muy presente, sino lo de que su inicio. Y sé por qué. No quiero aceptar, que irónicamente, un hombre me cambió. Los considero algo terrible. Juro que se habían hecho solos porque Dios solo hace cosas buenas…
Irónicamente, repito, pienso eso porque le di el poder a uno y me cambió.
Mi existencia se basa en jurar que puedo hacer todo lo que un hombre y aún más, pero lo único que no puedo hacer era revertir lo que él hizo. Aunque, quizás… tampoco quiero.
Tuve varios novios en mi adolescencia, era de las que sentían bonito cuando estaba con ellos, pero no profundo, así que se terminaba todo y listo, sin remordimientos ni pegaduras. En la universidad, salí con uno. Creí que sería como todos los que ya había tenido, algo para botar el estrés. Pero Andrés no era así. Me besó tantas veces que se metió en mi… miocardio.
No era a la única que besó tanto para metérsele en el miocardio y en otros sitios, ese fue el problema.
Ya tengo 34, oficialmente, no puedo ser tan inmadura.
Hasta mis pensamientos son inmaduros y culpo a Samuel, se apareció en mi vida y me hace sentir como la Karenina de 22, la que con el corazón roto y mucho, pero mucho rencor, decidió aprender a soltar.
Coño, verlo terminó de hacerme volver a ese tiempo. Desató internamente las cosas que tengo calladas.
Abro la puerta de mi casa y Café viene a mis pies, no corriendo, ese perro de mierda no corre ni por un terremoto, es más cascarrabias que yo. Estando en mis pies solo se recuesta ahí. Lo conozco, cuando hace eso quiere que lo lleve en brazos. Lo hago y sonrío, es lo único que tengo.
Estoy sola, sin mi sobrina. Quizás los Russo sí son la familia de Petra; quizás ella nunca me vió como su madre.
Que pérdida tan lamentable.
—Terrible, Café, tan adulta y soy una niña perdida —acaricio mi perro y camino hasta la nevera. Saco el vino tinto barato, no tengo tiempo para ir a la Sirena[1], así que fui a un colmado[2] cercano y compré el primero que encontré —. ¿Sabías que normalmente las personas viven de 60 a 65 años? Estoy casi terminando la primera mitad de mi vida… y lo único que tengo es un perro cascarrabias y un vino barato.
Dejo a Café en el piso, pero viene hacia mí y se acuesta en mi regazo. Tomo directo de la botella, es uno de esos días en los que desearía que mi pelirroja me abrazara y me dijera “No tomes tanto, tía”.
Fragmentaron mi familia.
Me fragmento yo.
—Samuel debería estar conmigo hoy —sonrío mientras me doy un trago grande del vino tinto la fuerza3—, me sentía un poco feliz de que no perdería mi cumpleaños, así… sola.
Samuel no vino.
Y en un desliz, la botella ya va a medias… y era de las grandes, de las de un galón. Y en un desliz, me recuerdo de las cosas que pasaron. De Andrés, de lo estúpida que me veía, de la chica aquella, de Samantha consolándome, de que dormí en casa de Samantha ese día, que mientras ella dormía me encontré con Samuel en el balcón… de…
—Dios, no debería estar pensando en esto…
De las veces después de eso.
Acaricié a Café y seguí con mi odisea del vino.
Escucho que tocan la puerta. ¿Sara? Ya me ha felicitado y llevado mi regalo, un vestido negro que no me pondré nunca, y lencería. No puede ser ella quien estuviese en la puerta, y afortunadamente es la única persona en mi vida.
—¿Quién es?
—El vecino —¿esa voz es la de…? Abro la puerta — ¿Vino a la fuerza, Karen? ¿En serio?
—¿Qué haces aquí? —entra a mi casa sonriendo. ¿Qué demonios?
—¿Sabías que el apartamento de enfrente tiene una vista hermosa a la ciudad? —pone la botella en la mesa y leo “Carlo Rossi” Como me apetece un Carlo Rossi — ¿Vamos?
—Estoy bien en mi apartamento, pero gracias, Sam —tomo mi botella de vino barato y me voy al sofá, donde me doy un largo trago.
—Tengo una botella de Ron Barceló Añejo. Otra de Carlo Rossi, tengo pastel de café y helado de café con caramelo. Y tengo tu película favorita, Duro de matar, ¿Suficiente? —mientras habla tira todo mi vino barato por el fregadero… Maldito.
—No quiero ir, pero gracias.
Al salir de la cocina toma la foto de Petra que me he negado ver desde hace días… Sonríe levemente y entonces, con una mirada tierna decide hablar.
—¿Prefieres quedarte aquí, con tu vino barato —se acerca a mí, tanto que siento su calor cruzando hasta tocar levemente mi cuerpo—, o ir conmigo?
—Prefiero mi vino barato.
—¿Por qué?
—Porque el vino barato no me tienta tanto.
+
—¿Cuándo lo rentaste?
—Hace tres días, pero estaba limpiando, pasando los servicios y trayendo cosas —responde mientras deja un pedazo de pastel frente a mí, yo nos sirvo el vino Carlo Rossi y sonrío cuando noto los brazos ahora fuerte. Si era sexy cuando era un tierno escuálido, ahora es el triple—. Tuve que mover teclas para que fuera rápido, sino duraban un milenio.
—No cuadra… Te vi hace dos días.
—¿Y?
—No puedes haber… ¡Ya lo tenías planeado!
—Querida, esto fue un trabajo desde adentro —me sonríe de esa manera…
—Sara —asiente y se sienta a mi lado, ignorando de manera muy descarada mi sorpresa—, ¡Esa…!
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Editado: 08.11.2022