Karenina

Cinco días antes de la boda

Jueves 24 de septiembre de 2015

—Mi cabeza…

Abrí los ojos, llevé mis manos a mi cuerpo… estaba desnuda. El frío del aire acondicionado me congelaba y me hacía sentir… falta de algo. Me dolían los pechos y cuando intenté moverme me dolió el trasero. Mierda, ni el gimnasio al que no iba me dejaba así. 

¿Dónde cojollo estaba? ¿Acaso…? Miré a mi alrededor, la cama desarreglada, el dolor en mi parte intima, las cosas tiradas, mi ropa en el suelo, mi brasier colgando de la mesita de noche, oh, Dios… no fue un sueño después de todo. 

Los recuerdos volvieron uno por uno, cada caricia, cada beso, cada… embestida, rayos… ¿Su espalda estará bien? Creo que le rasguñé un par de veces.

Reí con un poco de pesar, era irónico que a los 22 me sentía mal por mirar así al hermanito menor de mi mejor amiga y ahora...

—Mierda, ¿Qué pensará Samantha? —dije por lo bajo, un tanto por la resaca, un tanto por la situación.

La luz de la ventana me dejó sin balance por un momento, pero pude pararme. Me levanté cubriéndome como pude con la sábana y tomé mi ropa rápido, con la camisa a mal abotonar me escabullí por el cuarto y llegué a la sala. Tenía pocos trastes la casa y en el desayunador estaba él. Con una combinación que me recordaba a mis días de universitaria, suéter blanco sencillo y un pantalón chándal estaba tecleando en su computadora… el mismo Sam de hace años, se veía igual.

Al momento de caminar, hice un pequeño ruido tras pisar una caja, era obvio que rompí algo.

—Buenos días, mi vida —me dijo Samuel sin voltearse a verme—, no te preocupes, puse esa caja ahí apropósito, sabía que te ibas a escabullir al despertar. No hay nada importante.

Oh.

—Buenos días —susurré. 

Mi vida, ah caray, eso no me lo esperaba.

Se volteó con una sonrisa —¿Café?

—Por favor —dije con necesidad, la terrible resaca que tenía era algo que no me esperaba. Fui a sentarme al desayunador, él estaba sentado en la silla de al lado, pero se levantó para servirme un poco de aquel líquido que necesitaba con desespero— ¿Cómo está tu…?

—¿Espalda? —asentí rascando mi nuca— Bueno, arde un poco, pero sobrevivo, es interesante ver la fiereza que tienes, Karenina —cerré los ojos con fuerza—, digo, siempre supe que eras así, pero ahora eres aún más que como recuerdo.

—Yo… lo siento, fue el alcohol.

—Mencionaste algo de años de abstinencia auto forzada —se estaba riendo de mí, otra vez—, supongo que esa es la energía acumulada o algo así.

—Cállate mejor. Cojollo… Anoche…

—Ahórratelo, querida —dejó la taza frente a mí, una grande, llena de café, caliente y perfecto—, lo que sea que digas no va a cambiar lo que pasó, ni va a cambiar qué pasará, así que, no lo hagas, Karen —besó mi frente y se volvió a sentar a mi lado.

Sin tardar siguió tecleando.

—¿Tu trasero?

—Gracias por preguntar —reímos—, escoce, pica y duele. No era la única con energía acumulada. Y eso, que estuviste casado.

—Tenía energía referente a ti guardada por años, eso debe explicarlo —respondió.

—Mis pechos duelen también —informé.

—Pido perdón por eso.

—Mi… duele también.

—Si te hace sentir mejor, me duele al espalda baja —escupí mi café de la risa—, el alcohol nos puso agresivos.

—Estamos viejos.

—Ya no somos unos niños —besó mi mano—, pero eso no quita que hagamos cosas así algunas veces, ando destrozado, pero es un precio pequeño por pagar.

Negué con risas al recordar mis gritos —Espero que los vecinos no nos reporten…

—Estabas muy… emotiva, podría decirse, anoche, así que no puedo prometer nada.

—Demonios. ¿Lloré también?

Asintió. 

—También reíste, además, saltaste por todo mi cuarto, cantaste, bailaste, me contaste estos años… etc. Dijiste que buscara mi perrita, así le presentas a Café, quizás eso haga que sea menos cascarrabias —seguí tomando mi café mientras recordaba todo eso con una sonrisa.

—¿Trabajo?

Negó —Es un encargo personal, debo hacer un software para procesar currículums, procesa y elimina los que no entran en parámetros, selecciona los mejores y luego los ordena por orden de prioridad ascendente, es sencillo, solo debo hacer un filtro en base de datos, conectarlo a un sistema de entradas y hacer que el proceso sea…

—¿Qué demonios…?

—Es simple —dijo divertido—, termino de hoy a mañana si me apuro, y eso porque lo hago de cero, si tomo plantillas que ya tengo…

—¿Es para mí? —le pregunté.

Era mucha coincidencia que estuviese haciendo algo, que me facilitaría la vida. Sam no era un tipo de coincidencias.

Me dijo que sí y sentí como el café perdió sabor de pronto… ¿Cómo podía tener al alguien así en mi vida? ¿Cómo podían pasar los años, pero seguir siendo el mismo Sam?

—Anoche, mientras estábamos teniendo un receso antes del segundo asalto, mencionaste que Recursos humanos tarda mucho procesando los currículums, tengo tiempo libre y es un sistema de novatos. Pensé en ayudarte.

Sam seguía siendo el mismo, el mismo niño, solo que ahora… era un hombre, con alma de niño.

—¿Cómo puede existir alguien como tú? 

Extendió su mano y me atrajo a él. 

—¿Tienes resaca, Karen? —asentí— Menos mal no saqué el ron que te ofrecí.

—Lo guardamos para otro momento —le guiñé el ojo—, no perderemos ese Barceló.

—¿Una ducha?

Mierda… sentí la adrenalina de veinte tazas de café cuando me besó.

+

—Señora… 

—Alonzo, querido —le abracé como saludo y le sonreí, había sido muy ruda con él—, ¿Cómo sigue tu novio?

—Pues… anteayer pasamos su cumpleaños bien, recordé que ayer era el suyo, así que quise pasar a felicitarla, pero se había ido.

—Salí temprano, ¿Quieres pasar a mi oficina, Alonzo?

Caminamos hasta ella y empecé a tararear una canción.




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