Karenina

Cuatro días antes de la boda

Viernes 25 de septiembre de 2015

—¡Buenos días, señorita Atalaya! —entró el larguirucho de Alonzo canturreando por mi oficina— Espero que haya dormido bien, porque hoy nos espera un día movidito, debemos ir a supervisar la imprenta y tenemos tres reuniones. Pero antes, un buen café —respiré en paz cuando dijo eso—. Aquí está su café con leche de coco —subí la mirada.

—¿A ti te hiede la vida? ¿eh? 

Me miró extrañado.

—Mi café —dije cerrando los ojos para contenerme— ¿Con leche de coco?

—Es que… vi que le gustó la última vez y por eso… 

Me paré del escritorio. Tomé el embace que había dejado delante de mí y no sabría decir cómo demonios, pero lo lancé por la ventana. 

—¿L-le ha sucedido algo… señora? —lo ignoré mientras esperaba la maldita, pero maldita mil veces página que no salía de la condenada impresora— Ayer estaba… feliz.

—¿Y hoy estoy? —lo miré— Es más, ni me digas nada. Solo busca la maldita agenda del día y lee. Pero antes habla con Sara, dile que necesito que su departamento reporte las cuentas para el final del día.

—P-primero, señora, redacción me pide que le confirme la llegada de la exclusiva del nieto de la señora Payano… es para final de este mes.

—Diles que no se preocupen. Ya tenemos la portada, necesito unos días para conseguir la exclusiva del… engendro y todo estará solucionado. Lo peor ya se hizo.

—Entiendo —anotó rápido en su libreta—, antes de decirle la agenda para hoy, tiene una cita personal.

—¿Tengo una cita personal? —le pregunté masajeando mis sienes— ¿Es mi hermana, mi sobrina o mi perro quién murió? —negó— Si no se ha muerto nadie, o no tiene que ver con alguno de ellos, diles que no puedo ahora. 

—No… señora, pero dice que es alguien importante, que en cuanto escuche el nombre entenderá.

Me moví al sofá y me lancé sobre él, tenía una migraña que solo empeoraba con la presencia de este ser.

—Dilo.

—¿Qué?

Perdí los estribos —¡El nombre! ¿¡Qué más va a ser?! 

—Sam Payano —susurró.

Diablodiosmio.

—No.

—Pero, señora Karenina, la mujer…

¿Qué mujer? 

—¡Karenina, mi amor! 

Ese timbre…

—Samantha —susurré acostada en el sofá. Me levanté como un resorte y miré mal a Alonzo por dejarla entrar.

—Le dije que esperara afuera, señora…

—¡No sabes cuanto te extrañé, Karen! 

Dios mío, demasiadas buenas vibras para mí… Los Sam Payano me van a matar. Sí, la migraña empeoró por estos seres.

+

—Luego de la universidad perdí contacto contigo —le dije.

—¿Conmigo? Perdiste el contacto con todos, Kar —respondió—. Nadie supo de ti, luego de la graduación cambiaste el número, te fuiste de la ciudad, cuando llamé a Ingrid solo dijo que querías unos meses de espacio…

—Fue un tiempo difícil —confesé—, no supe que hacer luego de terminar la carrera, papá y mamá murieron en un accidente de tránsito, me sentía perdida…

—Sí, escuché de eso, pero no supe cuándo fue el funeral, no contestabas mis llamadas —puso sus manos sobre las mías—. Sé que no lo pude decir en ese momento, pero lamento tu pérdida, amiga… 

—Sigues igual de hermosa —intenté sonreír—, no hemos cambiado tanto.

—Sigues siendo igual de evasiva —reímos—, no hemos cambiado tanto.

Tome un sorbo de mi taza de café. El líquido pasaba por mi garganta y relajaba mi ser. La cafeína solía darme una paz que no entendía, pero ahora mismo necesitaba más de cuatro grecas para calmarme completamente. 

—Escuché que te casaste con Ezequiel —asintió tomando su té—, ¿Cómo te ha ido?

Estábamos en un café cerca de mi oficina… el mismo café donde Sam y yo nos encontramos aquella vez.

—Maravilloso, Kar, luego de terminar la universidad, nos mudamos juntos, nos casamos y me volví maestra. Justo como te dije el día de la graduación. Maravilloso —sus ojos se veían brillantes al hablar de su esposo.

Dios mío, ¿Esa era su definición de maravilloso?

—Tenemos dos hijos —sonrió, la misma sonrisa de Samuel—. Mira —vi la foto de los niños, me recordaron a Petra de niña—. La niña es Sara, el niño es Said. Sara tiene dos, Said tiene tres. A que son tiernos…

—Muy tiernos.

Mientras ella siguió hablando de sus hijos, de su esposo el profesor de matemáticas, su trabajo como profesora de párvulo, entre otras cosas, yo solo pensaba en por qué ella tenía un trabajo mediocre, en una escuela mediocre, conducía un carro mediocre, dedicaba su vida a su esposo, hijos y demás… y se veía feliz, más feliz que yo.

Yo era la gerente de una de las revistas más famosas de la isla, se daba en cuatro idiomas, los más prominentes del país solicitaban que les entrevistemos, el maldito presidente había solicitado estar en una de nuestras entrevistas el año pasado, vivía en uno de los edificios más caros de la ciudad capital, tenía un mejor carro y aun así… no tenía ni la mitad de felicidad que ella.

Sus ojos se veían llenos de gracia, ni diez mil tazas de café me daban esa energía; ni siquiera cuando estaba con Samuel, que era mi catarsis más fuerte, me veía así. 

Ni cuando me ganaba el premio a la excelencia como gerente de la empresa, o cuando ponía otro diploma en mi repisa me sentía así. ¿Qué tenía que hacer para ser tan feliz?

—Tenía tanto sin verte, amiga —Sam se levantó de su silla y me abrazó—, cuando Samy —así le llamaba ella a su hermano menor— me dijo que se reencontró contigo me sentí tan aliviada, no podía esperar a verte. No me podía creer que las cosas fueron tan fáciles entre los dos. Siempre se llevaron mal, discutían por todo; no me creía que ahora se llevaban bien.

—Yo tampoco —intenté sonreír como ella. Me alejé y me bebí mi taza de café.

Por un momento creí que ver un atisbo de picardía en su mirada —Me contó todo.

Me atraganté.

—¿Qué?

—Sí, me contó que tienes un novio. ¿Cuándo lo conoceré, Karenina? —¿qué demonios? — Sí, dijo que estás muy enamorada y toda la vaina. 




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