Karenina

Tres días antes de la boda

Sábado 26 de septiembre de 201

—¿Mandaste a Sara a hacerme las preguntas, Karen? Intentó contactarme esta mañana diciendo que te rendías.

—Señor Payano, para nosotros sería una alegría si usted contestase esas preguntas como quedamos al inicio de nuestro acuerdo, acuerdo que hizo con la señora Sara desde el principio. Le aseguro que está en buenas manos, la señora Sara es igual de capaz que yo —le dije subiendo al ascensor. 

—Karenina, ¿Por qué me lo tratas como si fuese uno más? —preguntó Samantha divertida subiendo conmigo y presionando el botón que correspondía para bajar al primer piso.

Estábamos los tres en aquel cuadrado de hierro, maravillosamente incómodo para mí, pero también agradecida de que no era sola con él. 

Diablodiosmio, llegué al punto de temer quedarme sola con él. Que bajo caí.

 —¿Kar?

—Señor, obténgase de utilizar sobrenombres conmigo —le corté—, prefiero que lo mantengamos profesional. 

Me miró pícaro y subió sus pobladas cejas —¿Profesional dijiste?

—Porque en lo personal no funcionamos —se me zafó decirle con agries.

Mire a Samantha que parecía estar felizmente cómoda con la situación. ¿Acaso no sentía la incomodidad de mis vibras? 

Escuché su voz divertida —Estás aceptando que no puedes hacer ese trabajo y por eso se lo dejas a una subordinada, ¿Lo sabes?

—No, solo soy una jefa responsable que cree en sus capaces empleados y confía en sus aptitudes, créame está en buenas manos. Delego, es bueno para la confianza laboral. 

Si él creía que iba a caer en sus juegos mentales había dejado de conocerme. Samuel usaba mi propio ego en mi contra para guiarme a hacer exactamente lo que deseaba, pero no más. Yo no era una boba, o al menos no lo sería con él otra vez.

Antes muerta que boba.

—¿Al menos irás a la fiesta de Samantha?

—¿No me ves de camino?

—Sí, pero conociéndote das para no ir, desviarte repentinamente a la oficina —intentó hacerme reír—, por cierto, anoche ni te vi.

—Tenía mucho trabajo —respondí simple, no era mentira, y en cuento se abrieron las puertas de metal salí caminando; aunque el instinto era de ir rápido, la verdad es que no iba a dejarle pensar que huiría. Hoy no había tomado café, porque a las seis de la mañana ya estaba Samantha en mi puerta tocando para que me alistara, algo con una reserva que hizo en un hotel en Boca Chica y no sabía qué más.

Todo sería tan fácil si Samuel no fuese quien tomaría la carga de la señora Rosa; si fuese Samantha hubiésemos salido más rápido de todo este embrollo, ella respondería las preguntas y ya.

Caminé con mis bolsos y demás hacia el auto. 

El clima estaba soleado y completamente despejado, ni una sola nube, contrario al pronóstico que leímos. Literalmente decía que llovería a cantaros. Henos aquí, bajo el sol, de camino a Boca Chica.

Mientras terminaba de subir mis cosas y preparar mi auto noté a una mujer alta, delgada, de piel canela, y he de admitir, el cutis más hermoso que jamás haya visto, su piel se veía como de porcelana, contra mi voluntad decía que quería tocarla, en fin, como sea, la vi abrazar a Samantha. Samuel la saludó con un leve abrazo y tomó su bolso. 

A ella le tomó el bolso, pero yo tuve que venir con tres y no se ofreció. Maldito.

—Magdalena, supongo —susurré para mí misma mientras acomodaba todo en los asientos de atrás. 

Estaban a una distancia considerable, más de cuatro metros, donde estaba el parqueo que le correspondía a Sam. 

Ella era hermosa. Tenía un cuerpo delgado. No iba a caer en sentir que yo no era hermosa, porque lo era y lo sabía. Que ella lo fuera no quitaba que yo lo fuera. Por otro lado, yo era alta, más alta aún, mi piel era más clara, mi cabello era largo hasta la cadera, y mi cuerpo tenía más curvas en el área de la cadera. Éramos poco parecidas, parecíamos contrarias. Ella se veía más joven, eso sí. 

Le daba uno veintiocho, cuanto mucho.

—Tienes treinta y cuatro, Karenina, no te rebajes a muchachadas —me recordé en voz baja—. No hiciste escenas de celos en la adolescencia, no las harás ahora. Contrólate.

Respiré profundo y con la felicidad que no tenía, practiqué la sonrisa.

—Karenina —se acercó a mí… hice un esfuerzo por contener el mal humor que destilaba, eran las nueve y no había bebido ni una gota de café. Conocer la exesposa de mi… ¿Amante recurrente? no era una manera de reemplazar mi cafeína— Al fin nos conocemos —besó mi mejilla con amabilidad. Yo aun no descifraba si era amable o hipócrita, eso aun lo estaba viendo—. Soy Magdalena.

—Un placer —le dije—, soy la amiga de la universidad de Samantha.

—Eres más que eso —me sonrió.

No se sintió hipócrita, pero sí como que tenía más, mucho más que decir.

—Exacto, es como una hermana —intervino Samuel sonriendo y poniendo su mano sobre el hombro de ella.

Hermanas las dos galletas que le daría. 

—¿No deberíamos irnos?

Solo estaba procesando la intervención del cucaracho.

—Kar, recogeremos a Ezequiel y a los niños en la parada, y nuestro auto estará lleno —me informó mi amiga… Demonios, ya sabía lo que pediría. No era mi día, apenas eran las nueve y ya sabía que no lo era—, ¿Podrías llevar a Magdalena?

¿Y un lazo no podía llevar en mi cuello también?

—Claro, ve a copiloto, Magdalena —sonreí.

Diablodiosmio.

—Gracias, amiga —respondió Samantha, me di vueltas y cuando me dirigía a mi auto Samuel me tomó de la mano.

—Kar —me llamó Samuel, no iba a ir, pero sería muy inmaduro ignorarlo cuando Samantha y ella estaban aquí en frente. Caminé hasta él y nos alejamos un poco de ellas. La parte más interna de mi persona estaba un poco, lo aceptaba, ilusionada. Seguía enojada porque me dejó sola en la cama para irse con ella, casi a medianoche, pero la verdad es que… seguía queriendo que me mirase como siempre lo hacía. Quería que me diera una razón para creerle, para no sentirme mal por su decisión. En mis adentros rogaba por una condenada explicación. ¿Qué iría a decirme? ¿Me explicaría? ¿Me abrazaría? ¿Acaso me besaría aún delante de ella? ¿Me convencería de que no pasó nada?  —, no lo hagas incómodo para ella, por favor. 




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