Karenina

Dos días antes de la boda

Domingo 27 de septiembre de 2015

—Buenos días, café de mi vida —besé su cuello con ternura. Se estremeció y sus carcajadas guturales terminaron de despertarme.

Devilmygod, sí era un orgasmo andante.

—No puedo esperar a poder despertar así todas las mañanas —me respondió con la voz gruesa.

Dios mío… me tembló la dignidad que perdí ayer; y las piernas también.

Justo ayer había prometido nunca ser una boba. Hoy andaba esperando una boda.

—No te despertaré así todas las mañanas —le indiqué mientras me sentaba sobre él. El cuarto de hotel en que nos quedamos, el de él, había sufrido las consecuencias de que ambos seamos unas bestias y había un par de lámparas destrozadas—. Solo en las que la noche anterior me hayas hecho el amor así.

¿Cómo podía merecer, no una segunda, sino una tercera oportunidad de él? 

Me gustaría tener el corazón y la dedicación de Sam. Poder amar así de fuerte, así de malditamente directo, debe ser un tipo de don. Sin embargo, no lo tenía, yo le había hecho sufrir. Esperaba que su dolor no haya sido equivalente a su amor; porque no creo que una vida me dé para pedir perdón y resarcir las veces que le lastimé entonces.

Le dije que no le amaba, le oculté como si fuese un amante, le hice tener celos sin poder reaccionar, le dije miles de veces que solo era una etapa en mi vida, que no sería una prioridad, que solo era el hermanito de mi amiga; en la segunda oportunidad ya le había hecho tanto daño que siempre sentía que él no me lo daba todo y le discutía por ello; Pero ¿cómo podría haberme dado todo, si cuando lo hizo le grité que solo era un clavo para sacar el dolor de Andrés?

Mierda.

Samuel Payano debía significar amor, en algún idioma no muy lejano.

Amor de verdad, porque no era normal que se amase a alguien por más de una década, siempre tener chances que dar y mantener una sonrisa para esa persona.

—Eso equivale a todas —devolvió Sam mientras quitaba los botones de la camisa que cubría mis pechos.

Cuando me tocaba, sentía que mi hoguera se encendía. Samuel era mi hoguera. 

El tacto de su mano pasando por mis hombros con lentitud y deslizándose a mis brazos, mientras contemplaba mis pechos, me estaba enloqueciendo. Las sábanas blancas hacían contraste con su piel un poco oscura y mis manos se dirigieron a su pecho. Las moví con delicadeza para sentir cada uno de sus centímetros; lo turgente de sus músculos y lo suave de su piel era descomunal.

—¿Ya puedo llamarte mi mujer? —me susurró.

Yo era su mujer desde que tenía 22 años, solo que hasta los 34 lo he aceptado.

—No me has propuesto matrimonio —me saqué la camisa completa—. No sé si puedas.

—Karen, querida, la vida es una, y las propuestas de matrimonio son anticuadas. Los nuestro es mejor que eso.

—Solo no quieres proponérmelo —quité sus manos de mis pechos, ya que los masajeaba, y me crucé de brazos.

—Te lo propuse anoche —acertó con risas.

—No te vi de rodillas.

—¿Cómo iba a estar de rodillas si te sentaste sobre mí mientras estaba acostado?

—No te vi con un anillo —señalé sin perder tiempo.

—¿Cómo iba a tener el anillo ahora si lo que se retrasó aquella noche fue eso? —sonrió sabiendo que había debatido mis dos argumentos “infalibles” — Anoche si cuenta como propuesta de matrimonio.

Rodé los ojos.

—Kar, mi vida, fue en un atardecer, tenías ese hermoso vestido negro que hacía ver tus pechos tan malditamente hermosos, fue perfecto… hasta fue en la playa.

—Boca chica —le reproché—, ¡Boca chica!

—Es una playa como sea, quizás no sea la mejor del país…

—Pudo ser en la novia del atlántico —volví a reprochar.

Negó con risas mientras acariciaba mis mejillas —La luna de miel, lo prometo, será allá.

—¿En serio?

—Mujer, ya tengo todo listo. Solo debes poner el cuerpo en la boda, y ya.

Sonreí.

—Lo recordaste… 

Me sonrió y me atrajo hacia sí mismo —Yo siempre recuerdo todo si se trata de ti.

Cuando volvimos, en aquel verano, vimos una película. En ella la novia estaba estresada descubriendo como planificar una boda y no morir en el intento. Me enojé, porque le novio solo puso el cuerpo. Ella tuvo que hacer todo, sola. 

Recuerdo empezar a alegar, sin motivo porque Sam ni me respondía, solo me miraba divertido, como si fuese un espectáculo. Y parte de lo que dije es que, si alguna vez me casaba, sería el novio. Que me llamaran para poner el cuerpo cuando la boda esté lista. Que no quería tener que planificar nada.

—¿Sam?

—¿Sí, mi vida? 

Cerré los ojos.

—Te amo —le dije por primera vez. 

+

—¡Karenina!

—Sara —la recibí en mis brazos y le sonreí. Tenía un vestido playero hermoso, con escote en corazón, de rosas negras y fondo azul… y tenía pinceladas amarillas. El vestido era muy ella. Elegante pero electrizante—, ¿Qué haces aquí?

¿“Elegante pero electrizante”? ¿Era yo o estaba de muy buen humor?

—Que feliz te vez, por Dios… Te va yendo bien —sonrió sin dejar de mirarme de esa manera tan peculiar—. Sam me llamó, me invitó y ya sabes, si seré la madrina no puedo faltar; debo estar dos días antes mínimo. Por cierto, ya pedí excusas en el trabajo. Alonzo y Mario se encargaran. 

Ay, cojollo, verdad, faltan dos días para la boda.

Un momento, ¿Acaso escuché bien? ¿Ella dejó a nuestros asistentes haciendo todo…?

—¿Disculpa?  —entró Samantha— Me presento, soy Samantha, la mejor amiga de Karenina. La futura madrina de su boda.

Sara me miró y luego la miró. Puso su mejor cara de Póker y asintió.

—¿Conoces otra Karenina? Que coincidencia —su voz de “quítate, perra” me sorprendió y me tomó del brazo—, mi mejor amiga también se llama Karenina. ¿Sabías que se casa pronto?

—No me orinen —reí.

—Sí, ni lo intenten. Ya es mía —intervino Sam besando mi mejilla. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.