Karenina

El gran día

 

Martes 29 de septiembre de 2015

—Estoy nerviosa… 

Nerviosa era poco, sudor caía un montón.

—Hoy es la boda, así que es normal —contestó Magdalena.

Magdalena se veía en el espejo. Tenía un vestido negro hermoso, sencillo y elegante.  Lo lucía.

—Sí —confirmé emocionada en busca de servilletas.

Mi vestido blanco con flores lilas de pistilo amarillo era hermoso tambien. Pero lo más hermoso era mi perro Café corriendo por toda la sala. El perro que solo comía, cagaba y dormía ahora corría sin parar con la perrita de mi futuro esposo, Canela. 

Que no se debía juntar jamás el café con la canela, pero estos dos eran muy tiernos.

Sí, tiernos. 

Aunque a decir verdad, más hermoso era la taza de café que sabía a  café de campo, la  tenía en la mano y no podía dejar de verla. Eso sabía el campo. Por Dios. ¿Qué marca era?

Era como tener en la mano un trozo de latinoamérica.

Degustar ese café era como tomar la cultura de todos los países latinos, y sentirlos en tu paladar. Aunque quizás era demasiado suave aún, era más fuerte que muchos de los cafés que había tomado.

Arreglé mi vestido un poco y contesté el mensaje de Xavier pidiendo que confirmara el estado de la preparación; ese hombre se tomaba demasiado en serio todo esto. Estaba tan estresado que hacía ver al resto despreocupados.

Mi hombre, por otro lado, estaba muy concentrado declarando su amor por mensaje, y dando fé de que no podía esperar a casarse conmigo hoy. Además, confirmaba haber comprado el vuelo a Las Vegas.

—Como madrina, debo decir que es la mejor boda de todas —enunció emocionada Samantha mientras hablaba con Ezequiel por teléfono.

Al final de cuentas, quizás la vida es solo disfrutar un café viendo a tu perro correr como loco, a tus amigas sonreír  y esperar ansiosamente tu futuro amor.

Mi mejor amor era mi futuro. 

—Al final lograste ser madrina —dijo sin dejar de lloriquear Sara arreglando el escote de su vestido.

—Soy la primera hija, la primera nieta y soy esposa consentida, tengo todo lo que quiero desde que nací, te acostumbras —alegó Samantha con la sonrisa más grande jamás vista.

Sara rodó los ojos.

—¿Qué marca es este café? —todas ellas me miraron—  El que me trajo el hotel por la boda, ¿De qué marca?

Samantha miró la bandeja donde lo trajeron —Creo que Bustelo…

—No creo volver a poder beber del Santo Domingo. 

Ellas rieron.

—Nosotras nerviosas y ella tan… tranquila.

—Magda, querida, me caso en unas horas y me voy a Las Vegas con el amor de mi vida —brindé—, no podría estar más tranquila con mi vida.

Se rieron otra vez.

Además, esta iba a ser la única taza de café que podría beber hoy…

Ya estábamos listas y por lo visto, los hombres igual. porque Xavier no podía estarse quieto. Como le prohibimos molestar a Sara me tenía fundido el celular.  Ese hombre se estresaba tanto… Con razón se veía tan… maduro. 

Era una forma de decir “viejo” sin decirlo.

Mi perro Café vino a mis pies, y siempre que hacía eso, era porque quería que le subiera. Lo tomé en brazos y el jodido chihuahua era demasiado tierno.

—Entonces, ¿Dónde quedó el cascarrabias? —le pregunté.

Meneó su cola en modo turbo.

—Sisisi, así me tienen a mí también —ladró juguetón—,  solo usa condón. No seas como tu dueña.

—¡No has usado condón, Karenina! —se alarmaron Samantha y Magda, Sara solo dejó de atracar las pobres galletas.

La ansiedad de Sara se me iba a pegar, ya lo veía.

—Ustedes no están en esta conversación —les devolví entre risas.

Magda me miró —Kar…

—No juzgo, porque perfectamente soy yo —miramos a Sara.

—No creo que fuera muy necesario  usar condón con Magdalena aquella vez —dije.

Samantha nos miró con preguntas —Espera ¿qué?  

Ignoramos que Samantha quedó en shock.

—No se refiere a mí —se burló Magdalena mirándose en el espejo. Necesitaba poder hacerme el delineado con esa precisión —. El cáncer quizás me quitó por un tiempo la estabilidad de las manos, pero mamá aún lo tiene.

—¿Xavier? —le pregunté a Sara sorprendida—, pensé que apenas volvían.

—Volvimos el mismo día que lo vi….

Subí mis cejas —Pero ese día ustedes dos….

Señalé a Sara y a Magdalena.

—Sí, pero fue antes de que volviéramos —respondió mi amiga.

—Paren, ¿Magdalena y Sara…?

—Fue cosa de una vez —dijo la que terminó su delineado.

—¿Xavier lo sabe? —pregunté entre risas. 

Se me antojó una de esas galletas. 

—Claro que se lo dije —respondió mi amiga con un poco de diversión—, debía vengarme y darle un poco de celos por todo eso que me hizo pasar.

—Entonces… ¿Ya lo hicieron otra vez?

—Karenina —dijo obvia Magdalena—, está embarazada.   

Me atraganté con mi propia saliva.

—¡Solo han pasado unos días! —grité y el pobre perro salió corriendo despavorido de mi regazo.

—Relájate, Magda, aún no estoy embarazada, bueno, aún no lo sé —se rió Sara—, Xavier y yo decidimos que lo haríamos sin condón, para tener un bebé. Así que aún no sabemos, apenas han pasado días.

—Has pasado treinta años de tu vida cuidándote, ¿Qué pasó?

—Simple, Kar. Hombre correcto, tiempo correcto, decisión correcta —dijo.

Sonreí.

No podía dejar de sonreír —Yo… estoy embarazada.

Ellas se voltearon a la vez.

—Yo cada vez entiendo menos —susurró Samantha.

—¿Puedes repetir, mujer?

—Estoy embarazada… —dije lento—, me hice las pruebas de embarazo esta mañana… 

Las busqué algo temblorosa en mi cartera

—Positivas, las ocho…

—¿Ocho? —se rió Sara.

El ocho significaba fuerza, responsabilidad… Sam., su amor por mí.

—Es nuestro número —dije—, pero en fin… Seré mamá.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.