Kaze no Yoru

Capitulo 4

La noche seguía llorando sobre Asakawa cuando Riku salió a la calle. Alzó el rostro al cielo encapotado y dejó que la lluvia mojara su cara, como si buscara limpiarse de algo que no podía nombrar. Eran gotas finas, persistentes, como dedos fríos que le recorrían la piel.

Giró sobre su hombro y echó un vistazo a la clínica. A través del cristal, vio a Ren retirando con paciencia las vendas de las manos de aquel tipo ruidoso. Riku resopló, irritado. Solo quería un poco de paz, un rincón de silencio. Pero aquella noche, se lo habían arrebatado.

Comenzó a caminar con pasos firmes, casi mecánicos, sin un destino claro. O al menos eso creía, hasta que el paisaje empezó a tomar una forma demasiado familiar. Calles viejas, faroles de luz amarilla temblorosa, charcos oscuros reflejando un cielo quebrado. Entonces lo entendió: sus pies lo estaban guiando sin permiso hacia la Calle de los Trece Puentes.

Sintió un leve dolor punzante en el pecho. Ese lugar era una herida abierta. Una cicatriz en la ciudad… y en él. Cada uno de esos trece puentes era un susurro del pasado, un testigo silencioso de secretos y promesas que el tiempo había descompuesto.

Cruzó el primero sin mirar. Luego el segundo. El tercero lo ignoró como si no existiera. Pero cuando llegó al octavo, se detuvo. Siempre se detenía allí.

Era un puente sencillo, de madera oscura empapada por la lluvia. Los faroles oxidados temblaban con cada ráfaga de viento. Nada especial… salvo que, para Riku, ese lugar lo contenía todo. Todo lo que había amado. Todo lo que había perdido.

Allí solía sentarse con su hermana, en noches como esa, donde el mundo parecía al borde del colapso. Ella hablaba con voz suave, soñando en voz alta: una cafetería pequeña, lejos de Asakawa, con cortinas blancas y libros viejos. Una vida tranquila. Un escape.
Riku apenas respondía, fingía no escuchar… pero cada palabra la atesoraba. Aún la oía.

Ahora, solo quedaba el río. Y su reflejo roto.

Y en lo más profundo de su memoria, como un susurro imposible de borrar, la escuchó decirlo otra vez: Prométeme que vas a cruzarlos todos, Riku. Todos los puentes. Incluso cuando ya no esté para contarlos contigo.

Se apoyó sobre la baranda del puente y cerró los ojos. La lluvia le recorría las mejillas. Tal vez eran lágrimas. Tal vez no. Y entonces, como un trueno sin sonido, le golpeó el recuerdo: los ojos de su hermana. Esa forma suya de mirar el mundo como si aún creyera que podía salvarlo.

Y luego... Ren.

Ren tenía esa misma mirada. Cálida, firme, como una promesa que se niega a morir incluso entre ruinas.

Fue ahí, en medio de ese pensamiento, que una voz lo atravesó como una cuchilla:

—No pensé verte de nuevo en este puente. Pero rumores llegaron a mis oídos... Me alegra saber que eran ciertos.

Riku no se sobresaltó. No necesitaba girarse para saber de quién era esa voz. La conocía como se conoce un cuchillo que alguna vez te atravesó el alma.

Se dio vuelta con lentitud. Sus músculos se tensaron al instante.

Bajo un paraguas negro, con el mismo abrigo largo de cuero que solía llevar como estandarte, estaba Akihiro. O como lo llamaban en la calle: Crow.

Aquel que una vez fue su mentor. Su hermano de guerra. Aquel que lo traicionó.

Tenía el cabello largo recogido en una coleta baja, aunque ahora salpicado de canas. En su cuello y sus manos se veían más cicatrices que antes. Pero la mirada seguía igual: aguda, calculadora… peligrosa.

—Te ves igual. Solo que más jodido. —dijo Akihiro, con esa media sonrisa que siempre parecía burlarse de todo.

—Y tú sigues vivo. Eso sí me sorprende. —respondió Riku, sin emoción.

Un silencio denso cayó sobre ellos, más pesado que la lluvia. Un silencio lleno de disparos antiguos, gritos y sangre. De todo lo que se quebró en una noche sin salida.

—Vengo en paz. —dijo Crow, alzando las manos—. No con excusas. Solo con respuestas.

—Las únicas respuestas que me importan están muertas. —la voz de Riku cortó el aire como una navaja—. Como mi hermana. Como Kaze Roja. Gracias a ti.

Akihiro chasqueó la lengua.

—No todo fue lo que creíste. —dio un paso adelante—. Aquella noche fue una trampa. Nos usaron. A mí también.

Riku apretó los dientes.

—Tú nos llevaste. Tú diste las órdenes.

Y volvió el olor de la pólvora, el eco de las balas. El grito de su hermana antes de que todo se volviera negro.

—Sí... y no. —Crow bajó la mirada un segundo—. Me forzaron. Mi familia... los tenían. Yo pagué con la banda. Pero nunca pensé que los ejecutarían. Nunca supe que... que ella...

No terminó la frase.

El viento ululaba entre los pilares del puente. La lluvia continuaba cayendo, lavando una ciudad que no se dejaba limpiar.

—¿Y por qué ahora? ¿Por qué volver como un maldito fantasma a escarbar los restos?

Akihiro dio un paso más. Su voz se volvió más baja. Más peligrosa.

—Porque descubrí quién apretó el gatillo. Quién vendió la ubicación. Quién mató a tu hermana.




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