Kaze no Yoru

Capitulo 5

El sol apenas comenzaba a deshilacharse entre los tejados de Asakawa, tiñendo las ventanas de la vieja clínica con hilos de luz dorada. Los primeros rayos, tímidos y fríos, se filtraban por las cortinas raídas justo cuando los párpados de la madre de Haru comenzaron a temblar. Un suspiro escapó de sus labios agrietados, casi imperceptible, como si su cuerpo aún dudara entre quedarse o volver.

Ren, se encontraba a su lado revisando la carpeta con sus signos vitales, se incorporó de golpe al notar el movimiento.

—¡Señora! —exclamó con la voz cargada de alivio, acercándose rápidamente—. Me alegra tanto verla despierta. ¿Puede oírme?

La mujer parpadeó, la confusión dibujada en sus ojos oscuros. Intentó hablar, pero solo un susurro rasposo logró romper el silencio:

—¿Dónde...?

Luego, como una ola golpeando la orilla, la imagen de Haru cargándola bajo la lluvia, empapado hasta los huesos y con el rostro endurecido por la angustia, cruzó su mente.

—¿Haru? —murmuró, más preocupada que consciente.

Ren se volvió hacia la puerta entreabierta. En el pasillo, Haru dormía en una silla incómoda, con los brazos cruzados sobre el pecho y la cabeza ladeada hacia la pared. Se había negado a irse, sin importar cuántas veces Ren insistiera. Quería estar cerca. Por si despertaba. Por si algo pasaba.

—Está bien. —dijo ella suavemente—. Está aquí, conmigo. No ha dejado de vigilarla ni un segundo. Es un buen chico, ¿sabe?

Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas. Su boca tembló al intentar sonreír.

—Haru... siempre tan terco. Siempre cuidándome más de lo que debería.

Ren le ofreció un poco de agua, sosteniéndole la nuca con ternura mientras bebía. Luego se sentó de nuevo a su lado, tomando su mano con cuidado, como si temiera romper algo ya demasiado frágil.

—¿Cómo se siente?

—Cansada. Pero viva... —suspiró—. Eso ya es mucho en esta ciudad.

La habitación olía a desinfectante, pero había algo en el aire, casi imperceptible, que le daba calidez. Quizás era la forma en que Ren la miraba. O el silencio sincero que compartían.

—¿Sabe? —dijo Ren mientras acomodaba la manta con delicadeza—. Su hijo no habla mucho, pero se nota cuánto la quiere. Se nota en cómo la mira.

La mujer cerró los ojos un momento. Al abrirlos, la nostalgia los inundaba.

—Soy madre soltera. Haru no tiene a nadie más... Solo a mí. Hice lo que pude. Limpié casas, cargué cajas... trabajé donde fuera. Pero eso no lo salvó. Esta ciudad... se lo tragó igual.

Sus palabras se quebraron. Lágrimas silenciosas se deslizaron por sus mejillas mientras su mirada se perdía en algún recuerdo lejano.

—Cuando era niño, corría a abrazarme apenas cruzaba la puerta. Sus ojos verdes se encendían como si yo fuera todo lo que necesitaba. Ahora... soy yo quien respira aliviada cada vez que él entra por la puerta.

Hizo una pausa, tragando el nudo en la garganta.

—Su padre fue quien le enseñó a pelear. Era fuerte, noble en el fondo, pero... se metió en cosas que no debió. Lo mataron en una pelea callejera. Haru apenas tenía siete. Desde entonces... se obligó a ser más hombre de lo que le correspondía.

Ren la escuchaba con respeto, sin interrumpir, dejando que cada palabra tuviera su peso.

—Sé que pelea. Cree que me engaña, pero una madre sabe. Llega con moretones en los brazos, en las costillas... nunca en la cara. Lo hace para poder seguir mintiéndome sin que lo note. Me abraza. Me dice que solo tropezó. Pero yo... yo sé.

Su voz ya era apenas un susurro entre lágrimas.

—Lo hace por mí. Para que no falte nada. Y eso... eso me duele más que cualquier fiebre. Yo debería cuidarlo a él, no al revés. Quisiera sacarlo de aquí. Salvarlo. Pero no sé cómo.

Ren bajó la mirada. Sus dedos se apretaron con más fuerza sobre la mano de la mujer. Tomó aire antes de hablar.

—Mis padres eran doctores. Esta clínica era suya. Atendían a cualquiera, incluso si no podían pagar. Una noche, una banda entró buscando a un rival herido. Mis padres lo estaban atendiendo. No les importó. Los mataron ahí mismo.

La madre de Haru la miró con el alma arrugada de pena.

—Lo siento tanto...

—Gracias —dijo Ren con un hilo de voz—. Aún soy estudiante, no debería estar al frente de una clínica. Pero no puedo dejar que su sueño muera con ellos. No puedo permitir que esta ciudad se quede sin alguien que intente... hacer las cosas bien.

Ambas mujeres se miraron. Las palabras flotaban, pero no eran necesarias. El dolor reconocía al dolor.

—Asakawa... —susurró la madre de Haru—. Esta ciudad se ha tragado a demasiadas personas buenas. Se las traga sin ruido, como si no importaran.

—Entonces habrá que aprender a reconstruirse —respondió Ren, con voz firme—. Aunque sea con cicatrices.

El silencio que siguió no fue incómodo. Fue íntimo. Como si en esa pequeña habitación, dos almas se hubieran encontrado al borde del naufragio.

Desde el pasillo, Haru escuchaba. Apoyado contra la pared, con la cabeza gacha y los ojos cerrados, como si las palabras de su madre y de Ren le pesaran más que cualquier golpe. Pero algo se había encendido en su interior.




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