Kaze no Yoru

Capitulo 7

El sol ya se alzaba sin timidez cuando Riku empujó la puerta de la clínica con el pie. En una mano traía una bolsa de papel con panecillos aún tibios; en la otra, una bandeja con cuatro cafés humeantes. No dijo palabra. Solo dejó que el tintinear de la campanilla anunciara su regreso.

Ren alzó la mirada desde el escritorio de recepción. Haru estaba sentado sobre una camilla del pasillo, vendándose el costado con el ceño fruncido y movimientos lentos, como si la herida fuera más al alma que al cuerpo.

—¿Panecillos? —preguntó Ren, con una sonrisa suave que apenas rozaba los labios.

Riku casi sonrió. Casi. Pero se contuvo. No iba a regalarle esa satisfacción.

—De los buenos —dijo sin mirarla, dejando las cosas sobre la mesa con un golpe sordo. Luego dirigió la mirada a Haru. Directa. Cargada de intención.

Lo que había escuchado durante la pelea no era poca cosa. Haru no era solo un chico con mala suerte. Había algo más. Su forma de moverse, de reaccionar. Demasiado preciso. Demasiado entrenado. Riku olfateaba la oscuridad en él, y no era del tipo que se consigue por accidente.

—Dime todo lo que sepas sobre Kazen no Yoru.

Haru entrecerró los ojos.

—¿Qué?

—No me hagas repetirlo. —Riku cruzó los brazos, su postura una línea recta de tensión—. Los tipos que atacaron a Ren eran de esa banda. Y tú los conocías. Así que habla.

Haru bajó la cabeza. Terminó de ajustar el vendaje con un tirón seco.

—No estoy con ellos. Solo los he visto en el círculo. A veces apuestan, otras veces pelean. Son escoria con uniforme.

Ren frunció el ceño.

—¿Círculo?

—El círculo de pelea —confirmó Haru, sin inmutarse—. No es exactamente un secreto… aunque debería. Peleas ilegales, apuestas sucias. Ahí es donde gano el dinero que mi madre cree que saco limpiando almacenes.

Riku se quedó en silencio un segundo de más. Luego, habló con una voz apenas audible, como si no quisiera oírse a sí mismo.

—¿Ese círculo… lo dirige un tipo llamado Akihiro?

Haru lo miró, sorprendido.

—¿Tú también lo conoces?

Riku no respondió de inmediato. Dio unos pasos hacia atrás, como si el aire en la clínica se hubiera vuelto irrespirable.

Ren lo observó de cerca. No o conocía lo suficiente, pero podía ver que su mente estaba encajando piezas, que algo se había activado, un engranaje que no quería girar.

—¿Riku? —preguntó, acercándose—. ¿Qué estás pensando?

Él no respondió.

—¡Riku! —insistió ella, con un tono que no admitía evasivas. Cuando él intentó esquivarla, lo tomó por la muñeca con firmeza y tiró de él—. Ven conmigo.

Sin esperar su reacción, lo arrastró hacia el fondo de la clínica, abrió la puerta del cuarto de suministros y lo empujó dentro. Riku no opuso resistencia. La puerta se cerró con un clic sordo detrás de ellos.

—Habla. —Ren se plantó frente a él, bloqueando la salida—. Sé que estás tramando algo. Se te nota en la cara desde que volviste. ¿Qué está pasando?

El cuarto era pequeño, saturado con el olor a alcohol y gasas limpias. Estanterías llenas de frascos, vendas y jeringas rodeaban la escena como testigos mudos.

Riku la miró. En silencio. Como si el simple hecho de verla tan cerca, tan decidida, le hiciera más difícil fingir.

—No es tu problema, Ren.

—No me vengas con eso —espetó ella, sin retroceder—. No después de lo de hoy. No después de haber dicho que lo hiciste por mí.

Riku apretó la mandíbula. El recuerdo de sus propias palabras era una espina que no dejaba de doler. Ya empezaba a arrepentirse de haber cruzado la puerta de esa clínica.

—Akihiro me hizo una oferta —confesó, finalmente—. Quiere que pelee para él. Que compita en ese maldito círculo.

Akihiro no era solo una sombra del pasado. Para Riku, durante mucho tiempo, fue lo más parecido a un hermano mayor. Alguien que le enseñó a pelear, sí, pero también a sobrevivir. A moverse en la oscuridad sin perder el equilibrio. Cuando su mundo se caía a pedazos, Akihiro fue quien le tendió la mano. Por eso dolió más. Porque la traición no vino de un enemigo, sino de alguien en quien creyó. A veces, en sus peores noches, Riku pensaba que, si no hubiera confiado tanto en él, su hermana todavía estaría viva.

Ren lo miró como si lo viera por primera vez. Sabía que había más. Algo que él no estaba diciendo. Algo que lo empujaba al borde.

—¿Y vas a hacerlo?

—No lo sé —respondió, encogiéndose de hombros—. Quizás. No es tu asunto.

—¿Y si te pasa algo? —preguntó ella en voz baja, temblorosa—. ¿Y si no vuelves?

Riku tragó saliva. El miedo en la voz de Ren lo desarmaba más que cualquier puñetazo.

—Entonces… supongo que no habría mucho que lamentar, ¿no?

Ella lo miró con rabia, pero también con dolor. Dio un paso adelante.

—Eres un idiota. ¿Cómo puedes menospreciarte así? ¡Tu vida importa!




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