Si había algo que Kaito despreciaba más que una pelea injusta, eran los cobardes: los que atacaban por la espalda, los que se escondían tras máscaras, los que se creían invencibles solo por ir en manada.
Por eso, cuando lo acorralaron en su propio terreno, no tuvo piedad.
La explosión del vidrio en la parte trasera del taller cortó el aire como un grito. Kaito, que ajustaba el carburador de una vieja motocicleta, apenas tuvo tiempo de alzar la cabeza antes de escuchar el golpe seco de un bate contra el muro y la carcajada estridente de quienes creen que el miedo puede quebrar el alma.
Cinco tipos irrumpieron en el lugar como una manada de hienas: chaquetas oscuras, rostros cubiertos, y los nudillos marcados con símbolos que hablaban de guerras callejeras.
Kazen no Yoru.
Kaito alcanzó a empujar a uno de sus chicos lejos de un golpe dirigido a la cabeza antes de que lo tumbaran al suelo. Pero se levantó con la furia de un león. Los ojos inyectados en fuego. Las manos listas para responder.
—¿Qué hacen aquí? —preguntó con voz baja, tranquila… pero con filo de navaja.
El líder del grupo dio un paso al frente. Se quitó la máscara con un gesto pausado, como si saboreara el momento.
Una cicatriz profunda le atravesaba la cara desde el pómulo hasta la mandíbula. Sus ojos eran un pozo: negros, vacíos, insondables.
—Tienes una cuenta pendiente con nosotros —dijo con una voz tan neutra que sonaba inhumana.
Kaito frunció el ceño, sin perder la calma.
—No les debo nada. —Se cruzó de brazos, firme como una torre—. En todo caso, ustedes son los que tienen asuntos pendientes con Guren.
El desconocido esbozó una sonrisa torcida, casi burlona.
—¿Guren, eh? Había oído hablar del "León de Asakawa", pero creí que se había retirado… que se había vuelto doméstico.
Desde el fondo del taller, una voz rompió el silencio:
—Qué fastidio… —dijo Tatsuya, con un suspiro teatral—. Ustedes no saben nada de historia.
Los intrusos giraron con rapidez.
Allí estaban. Guren.
Siluetas oscuras que surgieron entre el humo y la luz parpadeante. Rostros decididos. Puños apretados. Ojos afilados. Tatsuya al frente, con la sonrisa de alguien que no ha olvidado cómo arde la calle.
—Vienen a nuestro territorio creyendo que pueden intimidarnos —dijo, estirando los hombros con calma—. Lástima que eligieron al grupo equivocado para asustar.
El silencio que siguió a las palabras de Tatsuya fue apenas una pausa, el tipo de respiro que toma el mundo justo antes de estallar.
Los miembros de Kazen no Yoru giraron en seco, sorprendidos. No esperaban refuerzos. Mucho menos que aparecieran Tatsuya y otros cinco miembros de Guren, todos con chaquetas negras, símbolos rojos bordados con el emblema del león: el rugido silencioso de Asakawa.
—¿En serio pensaron que iban a jugar solos en nuestro patio? —dijo Tatsuya, haciendo crujir los nudillos con un chasquido seco.
Kaito se sacudió el polvo del hombro. Sus ojos eran pura furia contenida. Con un solo gesto de cabeza, se posicionó al frente, espalda recta, manos relajadas pero listas para estallar.
El tipo de la cicatriz escupió a un lado. —Somos cinco. Ustedes también. No hay armas de fuego. Que sea limpio.
—Claro —dijo Kaito, ya caminando hacia él—. Lo que tú digas… mientras tengas cómo hablar después.
La tensión explotó como una chispa en gasolina.
El primero en moverse fue un matón de Kazen no Yoru, que cargó con su bate hacia uno de los miembros de Guren, pero Tatsuya lo interceptó con un giro ágil y una patada directa al pecho que lo lanzó contra el contenedor de chatarra. El golpe resonó como un gong metálico.
Otro de los atacantes intentó abalanzarse sobre Kaito con un cuchillo corto, pero el líder de Guren lo esquivó con un giro de torso y le atrapó la muñeca, torciéndosela hasta hacer que el arma cayera al suelo. Lo remató con un puñetazo directo a la mandíbula que lo dejó inconsciente al instante.
—¿Esto es lo mejor que tienen? —murmuró Kaito con desprecio, sacudiendo la mano.
Mientras tanto, los otros miembros de Guren se movían con precisión. No eran pandilleros improvisados. Eran veteranos de las calles, formados bajo el nombre de un símbolo que aún hacía eco en Asakawa. Golpes secos, rápidos. Técnicas callejeras mezcladas con instinto de supervivencia.
Uno de los tipos de Kazen logró conectar un golpe en la costilla de un chico de Guren, pero eso solo encendió más la mecha. El golpe de respuesta le rompió la nariz, con un sonido que hizo fruncir el ceño hasta al más insensible.
En medio del caos, Kaito atrapó al de la cicatriz contra una de las vigas del taller, presionando su antebrazo contra su cuello.
—¿Quién los mandó? —preguntó, la voz más fría que antes.
—No lo sé… —gruñó el tipo, forcejeando—. Solo seguimos órdenes… por puntos… por rango.
Kaito frunció el ceño. ¿Rangos? ¿Puntos? No era solo una banda de matones: estaban organizados.
#1172 en Novela contemporánea
#495 en Joven Adulto
drama amor juvenil, ficcion urbana, novela urbana contemporanea
Editado: 13.05.2025