Kaze no Yoru

Capitulo 9

La tarde caía sobre Asakawa con una pereza grisácea, como si incluso el cielo presintiera que la ciudad estaba conteniendo el aliento. Un aire espeso, denso, se filtraba por las ventanas de la clínica, donde por primera vez en mucho tiempo no se escuchaba el ruido de pasos, ni papeles moviéndose, ni voces apuradas. Solo silencio… y miradas cargadas de todo lo que no se estaba diciendo.

Haru estaba apoyado contra la pared, junto a la puerta, su chaqueta de un rojo oscuro medio cerrada, los bordes del vendaje asomando por el cuello. Aunque su postura era relajada, sus ojos tenían esa sombra que aparecía siempre antes de una pelea.

—Si realmente quieres entender cómo funciona el Círculo… tienes que verlo con tus propios ojos —dijo sin rodeos, como si estuviera anunciando algo inevitable.

Riku lo observaba desde el escritorio, los brazos cruzados y la espalda tensa. No contestó al instante. Esa idea había estado rondándole la cabeza desde que Haru lo mencionó por primera vez, como un zumbido que no se apagaba. Ahora, sin más barreras, lo tenía enfrente. Cruda. Real. Palpitante.

—¿Esta noche? —preguntó con voz baja, casi como una confesión.

Haru asintió con la cabeza.

—Peleo a las nueve. Es en el sótano de una vieja fábrica al este de la ciudad. Si vas a venir… mantente cerca. No es un lugar para turistas.

Antes de que Riku pudiera decir nada más, Ren apareció desde el fondo de la clínica. Su paso era firme, pero sus ojos ardían con una mezcla de rabia y preocupación. Miró a Haru, luego a Riku, y supo de inmediato qué estaban planeando.

—No —dijo con una firmeza afilada—. No van a ir.

Haru bajó la mirada, incómodo, como si supiera que no tenía cómo defenderse. Riku, en cambio, se quedó inmóvil. El silencio entre ellos pesaba como plomo.

—Haru, estás hecho mierda —Ren lo reprendió con dureza, casi como una hermana mayor—. Lo que necesitas es descansar, no jugar a los gladiadores esta noche.

Luego se volvió hacia Riku, su mirada más dura que nunca.

—Y tú… —la voz se le quebró apenas—. ¿De verdad vas a meterte en eso? ¿Vas a ponerte en peligro como si no importaras?

Riku cerró los ojos un momento. No porque no quisiera oírla, sino porque sus palabras golpeaban en lugares que ella no podía ver. Ren no sabía. No entendía. No podía. Porque no había estado ahí, no había sostenido la mano de su hermana cuando la sangre se escapaba demasiado rápido.

En su mente, por un segundo, la vio de nuevo: Sentada sobre la cama desvencijada de su cuarto, los pies colgando, el cabello desordenado y esa risa suya, frágil pero obstinada.

No todos pelean con los puños, Riku —le había dicho una vez, mientras le curaba un corte en la ceja—. Algunos solo intentan seguir vivos sin romperse del todo.

Esa fue la última vez que la vio sonreír. Y desde entonces, no había vuelto a sentirse limpio.

—Ren… —su voz fue suave, con un tono que casi la rompía—. No voy a pelear. Solo quiero mirar. Entender.

—Así es como empiezan todos —replicó ella, sus ojos encendidos por una furia que solo nacía de la preocupación real—. "Solo mirar". "Solo entender". Y después, cuando ya estás dentro, es muy tarde. Cuando menos te das cuenta, estás sangrando por dinero mientras una jauría aplaude.

Haru desvió la mirada. Las palabras le tocaron demasiado de cerca.

―Yo no peleo porque me guste… —murmuró, sin levantar la vista—. Peleo porque no sé qué otra cosa hacer para que mi mamá no se muera sola.

Ren abrió los ojos. Las palabras de Haru le dolieron como si hubieran salido de su propia herida.

Riku apretó los puños.

—Tú no puedes entenderlo —dijo al fin—. No puedes. Yo tengo que hacerlo.

Ren negó con la cabeza, frustrada. No lloraba, pero había algo en su respiración que temblaba. Estaba harta. Harta de ver cómo la ciudad se tragaba a las pocas personas buenas que quedaban. Harta de que todo en Asakawa pareciera empujar a los que le importaban hacia un único final: la muerte o el olvido.

—¿Y si no vuelves? —preguntó con un hilo de voz.

Riku dio un paso adelante. No la tocó. Pero la miró como si todo su mundo dependiera de que ella entendiera.

—No me estoy yendo a la guerra. Solo necesito respuestas.

—Eso es lo que dicen todos —susurró Ren, bajando la mirada—. Y tú… tú no sabes cuándo detenerte, Riku. Personas como tú no nacieron para salir ilesas.

Haru se frotó la nuca, incómodo, deseando poder desaparecer de esa conversación.

Finalmente, Riku tomó su chaqueta, se la echó al hombro con un gesto resignado, y se dirigió hacia la puerta.

—Estaremos de vuelta antes de medianoche —dijo sin mirar atrás. Pero la seguridad de su voz no engañó a nadie. Ni siquiera a él mismo.

Ren no respondió. Solo se quedó ahí, viéndolos marcharse.

Y cuando la puerta se cerró tras ellos, el silencio volvió a caer sobre la clínica… pero esta vez, no era tranquilo. Era un silencio dolido, roto, como una herida que no deja de sangrar.




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