El cielo estaba encapotado cuando Riku y Haru llegaron a la clínica. El aire olía a lluvia estancada, y la calle frente al edificio estaba inusualmente vacía. Desde lejos, algo ya no se sentía bien. Las luces del interior parpadeaban, y la puerta principal no estaba del todo cerrada, como si alguien la hubiera empujado con prisa y no se hubiera molestado en asegurarse de que encajara bien.
Riku fue el primero en notar los vidrios rotos en el suelo de la entrada.
—¿Qué demonios…? —murmuró, acelerando el paso.
Haru lo siguió, más silencioso, pero no menos tenso. Apenas cruzaron el umbral, el desastre los golpeó de frente: camillas volcadas, bandejas médicas vacías, cajas esparcidas por el suelo como si una tormenta las hubiera barrido desde dentro. El instrumental quirúrgico estaba desparramado por todas partes, muchos frascos vacíos o rotos, y algunas manchas oscuras que no eran fáciles de identificar.
—Ren —llamó Riku, su voz quebrándose en la última sílaba.
No esperó respuesta. La angustia le subió como una ola violenta. Se abrió paso por entre los escombros con el corazón latiéndole en la garganta. Su instinto le gritaba que algo muy malo había pasado.
Cruzó el pasillo, dobló la esquina del almacén trasero y se detuvo en seco.
Ren estaba allí. Agachada, recogiendo pedazos de vidrio, con las manos temblorosas, aunque aún llevaba los guantes puestos. Su cabello estaba suelto, algo despeinado, y había un corte pequeño en su ceja que sangraba lentamente. No se había molestado en limpiarlo.
La escena le rompió algo por dentro.
—Ren… —dijo, con voz suave, como si hablara con alguien a punto de derrumbarse.
Ella levantó la cabeza, como si recién notara su presencia. Durante un segundo, lo miró sin reconocerlo. Luego sus ojos se enfocaron. Parpadeó, una vez. Su mandíbula se tensó. Iba a hablar, quizá a decirle que se fuera o que estaba bien.
Pero entonces, todo se rompió.
Ren se levantó con un impulso repentino, cruzó la corta distancia entre ellos, y se lanzó a sus brazos.
Riku apenas tuvo tiempo de abrir los suyos antes de que el peso de ella lo golpeara, no físicamente, sino con la fuerza contenida de alguien que se ha mantenido firme demasiado tiempo.
Y Ren… lloró.
No como se llora en silencio o con dignidad. Lloró con todo el cuerpo, con sollozos que parecían salir de lo más profundo de su pecho, como si cada lágrima arrastrara algo que llevaba horas reteniendo. Se aferró a él con desesperación, como si por fin pudiera dejar de resistir, solo por un momento.
Riku no dijo nada. Solo la sostuvo. Fuerte. Seguro. Una mano acariciando su espalda, la otra protegiéndola del mundo, como si su abrazo pudiera contener todo el dolor.
Haru apareció en el marco de la puerta. Vio la escena y no preguntó nada. Solo se quedó ahí, en silencio, observándolos unidos en un momento de intimidad, dejando que el tiempo se detuviera un instante para ellos.
Cuando el llanto de Ren comenzó a calmarse, Riku la sostuvo un poco más fuerte. No tenía las respuestas, no sabía qué había pasado exactamente, pero sí sabía algo: No iba a dejarla sola nunca más.
Haru permaneció en el marco de la puerta, con los puños apretados a los costados, como si contenerse le costara cada segundo. Pero al ver a Ren temblando entre los brazos de Riku, su expresión cambió. No era momento de preguntas, ni de rabia. Era momento de cuidar.
—Voy a buscar algo caliente —dijo con suavidad, sin esperar respuesta—. Té, café… lo que encuentre.
Riku asintió levemente, agradecido. Haru desapareció por el pasillo rumbo a la pequeña cocina, sus pasos resonando entre los restos de la destrucción.
Ren seguía aferrada a Riku, pero su cuerpo empezaba a relajarse, como si el llanto la hubiera vaciado. Cuando por fin se separó, lo hizo despacio, con los ojos aún húmedos y las mejillas teñidas de un rojo tenue. No dijo nada. Simplemente lo miró con una mezcla de vergüenza, alivio y algo más difícil de nombrar.
Riku le dedicó una sonrisa suave, apenas un gesto con los labios, y luego la tomó de los hombros.
—Ven —le dijo—. Siéntate un momento.
La guio con cuidado hasta una camilla que aún quedaba en pie, aunque ladeada. La enderezó con una mano mientras la ayudaba a subir con la otra. Ren se dejó llevar, como si no tuviera energía para resistirse.
Una vez sentada, Riku se inclinó un poco, observando su rostro con más detalle. Frunció el ceño.
—¿Qué te pasó aquí? —preguntó, señalando el corte en su ceja.
Ren tocó la herida con cuidado, como si recién recordara que estaba ahí.
—Un vidrio —respondió en voz baja—. Se rompió… y yo… no lo vi venir.
—¿Puedo?
Ella asintió. Riku fue hasta uno de los cajones menos golpeados y sacó una gasa, un frasco de antiséptico y cinta. Sus movimientos eran precisos, pero suaves, como si temiera lastimarla más de lo que ya estaba.
Mientras le limpiaba el corte, su voz volvió, calmada pero firme.
—Ren… ¿qué pasó?
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Editado: 13.05.2025