La calle frente a la clínica estaba bañada por la luz naranja de un farol parpadeante. El silencio, por una vez, era bienvenido. Detrás de ellos, la clínica seguía en ruinas, pero al menos ahora Ren descansaba en calma.
Riku se paró frente a Kaito y Tetsuya, las manos en los bolsillos, el rostro serio.
—Mira… —empezó Riku, bajando la voz, el tono más honesto que desafiante—. Yo también estoy preocupado por ella. Entiendo que desconfíes de mí, Kaito. De nosotros. Pero no estamos acá para empeorar las cosas.
Kaito entrecerró los ojos, cruzado de brazos, con la mandíbula tensa.
—Te vi, Riku. A vos y a Haru. En el círculo. En las peleas. ¿Y sabes qué? Eso es más que suficiente para no confiar en ninguno de ustedes.
Riku sostuvo la mirada sin pestañear. Asintió con lentitud.
—Tienes razón. No voy a negar lo que viste. Pero tampoco sabes todo. Nosotros no estamos ahí porque nos guste. No porque disfrutemos pelear. Hay cosas que… que no podemos evitar. Motivos que no se explican fácil.
Kaito lo miró en silencio unos segundos. Luego desvió la vista hacia el suelo, como si buscara algo que no iba a encontrar en el asfalto.
—Igual no cambia el hecho de que Ren se está viendo envuelta en algo jodido. Y lo último que necesita es que le sumen más caos.
—Por eso estamos acá —respondió Riku—. No quiero arrastrarla a más problemas. Lo único que quiero… es que esté a salvo.
Tetsuya miró a ambos y soltó una exhalación larga.
Kaito lo miró de reojo, luego volvió a centrar su atención en Riku. Finalmente, bajó los brazos, con un suspiro resignado.
—Está bien. Una tregua. Pero si te veo dudando, si la pones en riesgo una sola vez…
—No va a pasar —interrumpió Riku, con convicción.
Un silencio breve pasó entre los tres. No era una amistad. Pero sí un acuerdo. Suficiente para empezar.
Kaito se giró hacia Tetsuya.
—Vamos a necesitar ayuda. Convoca a los de Guren. Que vengan mañana temprano. Vamos a dejar esa clínica como nueva.
Tetsuya asintió con una sonrisa leve, como si por primera vez en mucho tiempo algo estuviera en su sitio.
Riku miró hacia la ventana iluminada de la clínica, donde aún se adivinaba la silueta de Ren, sentada. Por primera vez en días, el peso en su pecho aflojó apenas.
—Gracias —dijo, sin apartar la vista de ella.
Kaito no respondió. Pero tampoco dio un paso atrás. La tensión en el aire se mantenía, como una cuerda tensa a punto de romperse.
—Quiero hablar con ella —dijo Kaito finalmente, con voz más baja, como si esas palabras fueran más una necesidad que una solicitud. Su mirada se desvió hacia la ventana iluminada de la clínica, y por un momento, sus ojos no reflejaron furia, sino una preocupación callada, profunda.
—Asegurarme de que está bien.
Riku asintió lentamente, sabiendo que no podría impedirlo. Podía entender lo que Kaito sentía, aunque no sabía si lo que realmente le preocupaba era el bienestar de Ren… o si había algo más, algo más personal, detrás de su inquietud. Después de todo, Kaito no era de aquellos que mostraban abiertamente sus emociones, pero esa solicitud, tan directa, hacía que algo en Riku se retorciera de curiosidad.
Sin embargo, Riku no dijo nada. Solo dio un paso atrás, permitiéndole el acceso a la clínica, aunque su mirada aún estaba llena de cautela.
Dentro de la clínica, la luz era tenue, Ren continuaba sentada sobre la camilla, observando fijamente la pared. Al oír la puerta abrirse, levantó la vista, y sus ojos se encontraron con los de Kaito.
Él se acercó con paso firme, pero algo en su actitud cambió al verla. Era evidente que no solo era la preocupación por su bienestar lo que lo impulsaba, sino también un algo más profundo.
—Ren —dijo Kaito con suavidad, su tono menos áspero que de costumbre—. ¿Cómo te sientes?
Ren asintió lentamente, notando la seriedad en su mirada, pero intentó mostrar que estaba bien. No quería preocuparlo más, aunque sabía que Kaito no iba a dejarlo pasar tan fácilmente.
—Estoy…bien —respondió, forzando una sonrisa pequeña—. Gracias por preocuparte, Kaito.
Tetsuya, que se había quedado en silencio a un lado, cruzó los brazos, observando la interacción sin hacer ruido, como si prefiriera mantenerse al margen.
Kaito, sin embargo, no se conformó con las palabras. Se acercó un paso más y, sin previo aviso, la envolvió en un abrazo. Era breve, pero lleno de una carga emocional palpable. Ren no pudo evitar sorprenderse, pero en el fondo, se sintió reconfortada. No era algo que sucediera a menudo, y la cercanía de Kaito, por más inesperada que fuera, le dio una sensación de consuelo.
Fue como aquella vez, hace años, cuando lo conoció por primera vez. La lluvia caía con furia sobre los callejones de Asakawa, y Ren, con apenas dieciséis, sostenía entre sus brazos a un hombre herido que no paraba de sangrar. Kaito no dijo nada entonces. Solo se apoyó contra la pared de su clínica y dejó que ella le suturara la herida en el costado, temblando, pero sin quejarse.
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Editado: 13.05.2025