Todos trabajaban con determinación, tanto dentro como fuera de la clínica, como si reconstruir aquel lugar también ayudara a sostener algo dentro de ellos mismos. Las manos se movían rápido entre escombros, vendajes y herramientas improvisadas, en una coreografía silenciosa de resistencia.
Cada fragmento de vidrio que caía en el balde metálico sonaba como un pequeño eco de algo que no terminaba de sanar. El tintineo, repetido una y otra vez, marcaba un ritmo sombrío pero necesario. Como si con cada pedazo barrido, intentaran barrer también la amenaza que se cernía sobre todos.
Riku no hablaba mucho. Kaito tampoco. Pero compartían ese tipo de silencio que solo tienen aquellos que han conocido el peso del duelo y siguen de pie, aun con las grietas. Cada movimiento, cada objeto recolocado, era una forma de decir: seguimos aquí.
—Kaze no Yoru está avanzando como una sombra —dijo Kaito al fin, rompiendo el silencio con su tono grave—. Se han estado tragando las calles, una banda a la vez. Los que no se alían con ellos, desaparecen. Literalmente.
Riku, agachado junto a una estantería rota, alzó la mirada.
—¿Por eso estás aquí?
Kaito asintió mientras barría los restos de una lámpara destrozada.
—Ren es fuerte, pero esto ya no es solo entre bandas. Es un juego más sucio. Más político. Y ella... ella podría quedar en medio sin quererlo.
Riku se quedó en silencio unos segundos. Luego, con la voz más baja, preguntó:
—¿La conoces desde hace mucho?
Kaito soltó una pequeña risa, sin humor.
—La suficiente. Nunca deja que nadie la salve, pero siempre está salvando a los demás. Esa manía suya va a matarla un día de estos.
Volvieron a limpiar, cada uno encerrado en sus pensamientos, hasta que Kaito lo miró de reojo.
—¿Y tú? ¿Qué hacías en el Círculo? ¿Tú y Haru? No parecen del tipo que pelea por adrenalina o por dinero.
Riku dudó. Un instante. Dos. Luego dejó caer los pedazos de madera que tenía entre las manos y se apoyó en la pared.
—No estoy ahí por diversión, ni por gloria. Estoy ahí por mi hermana.
Kaito dejó de barrer.
—¿Hermana?
—Murió —dijo Riku con voz tensa, la mandíbula apretada—. Fue hace un año. Alguien de Kaze no Yoru ... se la llevó. Y si hay una mínima posibilidad de encontrar al responsable, está en ese Círculo.
Kaito no respondió de inmediato. Riku miró al suelo.
—Hay días en que no entiendo por qué sigo aquí. Por qué me sigo levantando en un mundo donde ella ya no está. Y me pregunto si su muerte sirvió para algo. Si tuvo algún propósito.
El silencio se volvió más pesado. Kaito se acercó, dejó el recogedor a un lado y se cruzó de brazos, la expresión endurecida, pero sus ojos... sus ojos eran un reflejo distante del mismo dolor.
—Yo también me hice esa pregunta —murmuró—. Mei… fue mi todo. Se la llevaron en medio de una guerra entre bandas. Yo era parte de eso. Me culpo todos los días. Por eso armé Guren. No como una banda más, sino como una barrera. Para que otros no pierdan lo que yo perdí.
Riku levantó la mirada, encontrándose con los ojos de Kaito. Por un instante, no fueron dos tipos diferentes. Eran dos hombres rotos que se entendían sin necesidad de muchas palabras.
—Tu hermana —continuó Kaito—. Tal vez su muerte no tuvo sentido… todavía. Pero tú puedes dárselo.
Riku no dijo nada. Pero algo en su mirada se encendió de nuevo.
—Únete a nosotros, Riku —dijo Kaito, mirándolo con firmeza—. Ayúdanos a ponerle fin a Kaze no Yoru, antes de que esta ciudad no tenga nada más que perder.
Riku se detuvo un segundo, con la escoba en la mano. Alzó la vista y la dejó vagar por el interior de la clínica, observando a Haru en silencio mientras este intentaba reparar una de las estanterías caídas. Sus nudillos aún tenían rastros de sangre seca, sus ojos la sombra de la pelea de la noche anterior. Era solo un chico… y sin embargo, peleaba como si llevara una vida entera arrastrando heridas invisibles.
Merece otra cosa, pensó Riku. Una vida que no esté hecha de golpes y de cicatrices. Una donde no tenga que sangrar para ser visto.
Volteó hacia Ren. Estaba de rodillas, recogiendo algunos frascos intactos del suelo. Su cabello desordenado le caía sobre la frente, pero no se molestaba en apartarlo. Se movía con el tipo de cansancio que viene cuando uno intenta mantener en pie algo más grande que sí mismo.
Ella también merecía algo mejor. Una ciudad que no se tragara a los buenos. Un lugar donde no tuviera que negociar su integridad a cambio de seguridad.
Riku apretó la mandíbula. Luego se giró hacia Kaito, su voz fue firme, sin rodeos:
—Kaze no Yoru… nació de algo que alguna vez fue bueno. Se llamaba Kaze Roja. Era la banda a la que pertenecía —confesó sin apartar los ojos de él—. Éramos como ustedes. Teníamos principios, cuidábamos a los nuestros, queríamos proteger. Pero entonces, Akihiro se vendió. Se alió con alguien más. Nos entregó… y fundó Kaze no Yoru sobre las cenizas de los que murieron.
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Editado: 13.05.2025