Kaze no Yoru

Capitulo 20

El cielo había empezado a llorar cuando Haru llegó a la clínica. La lluvia caía con una intensidad serena pero constante, golpeando el asfalto con una cadencia que arrastraba el polvo de la madrugada y teñía la ciudad de una melancolía gris y pesada. Cada paso suyo dejaba un eco mojado en la entrada.

Su chaqueta empapada chorreaba agua al cruzar el umbral, formando un rastro detrás de él. Una delgada línea de sangre seca le cruzaba el pómulo, como la firma de una batalla reciente. No parecía apurado, pero tampoco en paz. Solo… agotado.

Riku fue el primero en verlo.

—¿Qué carajo te pasó? —soltó, dejando el vendaje que estaba enrollando sobre una camilla.

Haru se quitó la capucha con un gesto cansado, el cabello empapado pegado a la frente.

—Buenos días para ti también —respondió con una media sonrisa—. Me topé con Saeko Mikame.

El nombre cayó como plomo entre ellos. Riku entrecerró los ojos, su expresión se endureció de inmediato.

Desde el fondo, Ren apareció con una carpeta en las manos. Pero al escuchar el nombre de Saeko, se detuvo en seco. Los papeles resbalaron de sus dedos y cayeron al suelo, sin que ella se diera cuenta.

—¿Qué? —su voz sonó más aguda de lo habitual—. ¿Estás loco? ¿Qué hiciste?

Haru levantó las manos, en un gesto de paz, aunque su tono seguía siendo el de siempre.

—Ella me encontró a mí, no al revés —aclaró—. Me ofreció unirme a su alegre pandilla de asesinos. Le dije que no.

Intentó sonar despreocupado, como si contara una anécdota cualquiera, pero su mirada delataba la tensión que aún se le agarraba al pecho. No quería alarmar más de lo necesario a Ren. Ya era bastante con la sombra que esa mujer había dejado en su rostro.

—¿Estás bien? —preguntó ella, acercándose, con los ojos escaneándolo como si pudiera leer bajo la piel, ver fisuras invisibles.

—Estoy bien. De verdad —dijo Haru con una sonrisa torcida—. Nada que no cure un poco de café.

Ren no pareció convencida. Sus ojos se detuvieron en la línea de sangre en su rostro.

—No te preocupes —añadió él rápidamente—. No es mía.

Riku, aún con los brazos cruzados, miraba en silencio. Su mandíbula estaba tensa.

—Esto cambia las cosas —dijo finalmente, la voz baja y firme.

En ese instante, como si el universo respondiera a sus palabras, los teléfonos de ambos vibraron. Riku sacó el suyo del bolsillo del pantalón. Haru, del interior de su chaqueta húmeda.

Un mensaje sin firma.
Una dirección.
Una palabra: CÍRCULO.
Hora: 23:00.

La pelea estaba confirmada.

Riku y Haru intercambiaron una mirada. Fue breve, pero en ella se decía todo: esto ya no era una simple pelea clandestina. Era el umbral hacia algo más oscuro. Más peligroso. Pero también necesario.

—¿Vas a ir? —preguntó Ren, aunque su voz ya conocía la respuesta.

—Claro que sí —respondió Riku, su tono tranquilo pero inquebrantable—. Es la única forma de acercarnos. De obtener lo que necesitamos.

Haru asintió, resoplando con la exhalación cansada de alguien que ya sabía lo inevitable.

—Si Kaze no Yoru quiere jugar, jugaremos. Pero con nuestras reglas.

Ren los observó, el corazón latiendo como un tambor desbocado. Caminó hacia Riku cuando este se dio media vuelta, y lo sujetó suavemente del brazo antes de que avanzara.

—Yo la admiraba —dijo de repente, en voz baja, como quien arranca una astilla del alma—. Saeko.

Riku y Haru se detuvieron, sorprendidos por la intensidad en su voz.

—Fue mi profesora en la universidad —continuó Ren, la mirada perdida en un rincón de la memoria—. Era brillante. Determinada. Humana... o eso creí. Yo quería ser como ella. Era mi ejemplo. Mi norte. Hasta que... descubrí lo que realmente hacía.

Su voz tembló apenas.

—El tráfico. El lavado de dinero. El día que vino a esta clínica... cuando la destruyó como si no valiera nada, no podía dejar de pensar en cómo se había convertido en eso. En alguien a quien ni siquiera reconocí.

Riku bajó la mirada. Haru cerró los puños.

—Prométeme algo —dijo Ren entonces, mirándolo directo a los ojos—. Cuida a Haru.

Riku asintió, sin dudar.

—Y tú —añadió, tocándole el pecho con la palma—. Prométeme que vas a volver. Que no vas a hacer ninguna estupidez.

Riku le sostuvo la mirada. El silencio entre ellos era pesado, íntimo, cargado.

—Lo prometo —dijo al fin.

Y en esa promesa, había más que palabras. Había la decisión de un hombre que, por primera vez en mucho tiempo, tenía algo por lo cual volver.

Ren sostuvo su mirada unos segundos más, como si quisiera memorizarla, por si acaso. Luego se volvió hacia Haru.

—Y tú, intenta no hacer chistes mientras te parten la cara.

—¿Quién, yo? —dijo Haru, alzando una ceja—. ¿Acaso no me ves? Soy el epítome de la seriedad.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.