Kaze no Yoru

Capitulo 21

El reloj marcaba las 22:48 cuando Riku y Haru llegaron a la dirección. La ciudad parecía contener el aliento en ese rincón olvidado: un viejo almacén industrial, oxidado y tapizado de grafitis, en las afueras del distrito portuario. Las luces de neón apenas alcanzaban a rozar la fachada, y el retumbar de bajos electrónicos se filtraba desde el interior, como un corazón oscuro latiendo bajo tierra.

Había gente por todas partes: corredores, apostadores, camellos, curiosos. Todos sabían que esa noche iba a correr sangre. Todos habían venido a ver el espectáculo.

Afuera, bajo la lluvia que aún persistía con finura invisible, esperaban Kaito y Tetsuya, acompañados por Guren, el tipo de mirada afilada que siempre parecía estar midiendo distancias para un disparo invisible.

—Llegaron —dijo Kaito apenas los vio, encendiendo un cigarrillo con una mano enguantada en cuero negro.

—¿A tiempo para la carnicería? —agregó Tetsuya, dándole a Haru una mirada rápida—. Buena suerte ahí dentro. Ese lugar huele a traición desde tres cuadras.

—Manténganse atentos —ordenó Kaito, su voz era baja pero cortante como un bisturí—. Mézclense entre la gente, escuchen todo. Si algo se siente raro… lo es. No bajen la guardia.

Asintieron. Luego, se encaminaron hacia la entrada.

Un portón metálico se deslizó con un chirrido macabro, dando paso a una atmósfera densa, cargada de sudor, humo y apuestas gritadas. El interior del almacén había sido transformado en un coliseo clandestino. Jaulas de acero, focos rotos, público apiñado. Todo gritaba ilegal y peligroso.

Apenas cruzaron el umbral, un hombre los interceptó. Vestía de negro, con un brazalete rojo en el brazo derecho: el sello de Akihiro.

—Ustedes son los nuevos —dijo, sin molestar en disimular su desprecio—. El chico pelirrojo va primero.

Haru alzó una ceja.

—¿Así nomás?

—Tu oponente te está esperando. Lo llaman Tank. Mide dos metros. Se sabe que mata cuando el público paga lo suficiente por ello.

Riku frunció el ceño. Kaito dio un paso hacia el hombre.

—¿Y por qué no informaron de eso antes?

Lo estoy haciendo ahora —dijo el hombre, con tono seco y sin molestarse en disimular la indiferencia—. Además, fue decisión del jefe. ¿Ustedes querían jugar? Pues bienvenidos al maldito juego.

Haru miró al fondo, donde la jaula central era iluminada por luces rojas. Dentro, su rival ya calentaba con movimientos lentos y pesados. El tipo parecía una mole de concreto, con tatuajes en espiral subiéndole por los brazos hasta perderse bajo el cuello. La nariz rota, cicatrices en el pecho, sonrisa de tiburón.

—Genial —murmuró Haru, más para sí—. Siempre quise morir bajo reflectores rotos.

—¿Estás seguro? —le preguntó Riku, en voz baja.

—No. Pero no vine hasta acá para dar media vuelta.

Kaito lo miró un segundo más, luego asintió con gravedad. Riku se cruzó de brazos y se quedó en su sitio, pero su mirada seguía escaneando cada rincón del lugar.

Entonces los oyeron.

Fragmentos de conversaciones, susurros apenas camuflados entre los gritos de apuestas.

—...ese chico… Haru, ¿no? El que jodió a Cuervo…

—Escuché que el jefe de Kaze no Yoru lo quiere fuera. Literalmente. Esta noche, si tiene suerte, solo lo van a dejar cojo…

—...una pelea es perfecta para un accidente…

Riku y Kaito se miraron de inmediato, serios.

—Están preparando algo —dijo Kaito, tenso.

—Lo van a querer muerto antes de que termine la noche —respondió Riku, la mandíbula apretada.

Pero no hubo tiempo para más. Una alarma sonó, un timbre de campana rota. Las luces parpadearon. Y Haru ya estaba caminando hacia la jaula.

Cuando entró, el público rugió.

Tank lo esperaba con los brazos abiertos, sonrisa burlona. Haru no dijo nada. Solo se sacó la chaqueta, la dejó en un rincón, y caminó hacia el centro.

La puerta de la jaula se cerró tras él.

El árbitro bajó la mano.

La pelea comenzó.

Tank atacó con una fuerza descomunal, como un tren desbocado. Haru esquivó por instinto, por entrenamiento, por desesperación. Cada golpe que no lo alcanzaba sonaba como un martillo contra el aire. Pero Haru no buscaba fuerza. Buscaba ritmo.

Golpe en el costado. Paso atrás. Codazo bajo. Patada giratoria a la rodilla.

Tank gruñó. Siguió. Embistió como un toro. Haru rodó por el suelo, se impulsó, encajó un puñetazo en el diafragma. El gigante se tambaleó.

El público gritaba. Apostaban. Reían. Alguien pedía sangre.

Haru no dejaba que lo tocaran. Ni una sola vez en la cara. Se movía como un relámpago, como una sombra roja. Sus nudillos se teñían de sangre ajena, pero su rostro seguía limpio.

Cuando finalmente Tank cayó, lo hizo con un crujido sordo, como una estructura vieja colapsando. El árbitro se lanzó para separarlos, aunque ya no era necesario.




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