Kaze no Yoru

Capitulo 22

La campana oxidada apenas había dejado de vibrar cuando el enmascarado se lanzó hacia Riku. Rápido. Preciso. Un cuchillo en movimiento.

Riku esquivó el primer golpe, sintiendo el filo del viento rasgar su mejilla. No era una pelea de fuerza bruta: era una danza mortal. Cada movimiento, cada decisión, podía significar vivir o morir.

Durante los primeros minutos, ninguno hablaba. Solo el sonido de los golpes cortando el aire, el retumbar de los pies sobre el suelo metálico, los jadeos cortos y controlados.

Pero luego, en un giro inesperado, en medio de una llave que Riku logró bloquear justo a tiempo, el enmascarado murmuró algo apenas audible:

—No confíes en Akihiro.

Riku, sorprendido, empujó a su oponente hacia atrás, creando espacio entre ellos.

—¿Qué mierda estás diciendo? —espetó, jadeando.

El enmascarado no respondió de inmediato. Atacó de nuevo, una serie de golpes rápidos que Riku apenas logró desviar. Se movían en círculos, midiendo, estudiándose.

Finalmente, entre choque y choque, la voz volvió, esta vez más clara:

—Kaze Roja cayó... porque Akihiro quiso que cayera.

Riku sintió un golpe, no en el cuerpo, sino en el pecho, como si las palabras le arrancaran el aire.

—¡¿Qué sabes tú de eso?! —gruñó, lanzando un derechazo que el otro esquivó por centímetros.

El enmascarado sonrió bajo la máscara rota, aunque sus ojos no mostraban alegría, solo una amarga resignación.

—Sé más de lo que te gustaría —dijo, lanzando una patada baja que Riku apenas bloqueó con el antebrazo—. Tú eras parte del plan también... Pero algo salió mal.

Un rodillazo golpeó a Riku en el costado, haciéndolo retroceder un paso. Pero la rabia mantenía sus piernas firmes.

—¿Qué plan? —escupió, cerrando la distancia con un puñetazo al abdomen.

El enmascarado absorbió el golpe, jadeó, pero no retrocedió.

—Akihiro planeaba deshacerse de ti, Riku. Tú eras un riesgo. Sabías demasiado. Cuestionabas demasiado. —El enmascarado bloqueó el siguiente golpe y lo atrapó en un agarre breve, suficiente para acercarse y susurrarle al oído—. El problema fue que tu hermana se cruzó en el camino.

Riku sintió como si el mundo se congelara por un instante.

—¿Qué…? —La palabra se le quebró en la boca.

—Ella pagó el error que ibas a pagar tú —dijo el enmascarado con amargura—. Todo fue culpa de Akihiro. Siempre lo fue.

Con un rugido furioso, Riku rompió el agarre y arremetió con renovada violencia. Ya no peleaba para sobrevivir. Peleaba para descubrir la verdad. Para aplastar esa mentira que había llevado demasiado tiempo cargando.

El público rugía. Algunos vitoreaban. Otros apostaban frenéticamente. Pero para Riku, ya no existía el ruido. Solo el latido de su corazón, martilleando en su pecho, mezclado con el zumbido de esas palabras.

Kaito, observando desde fuera, frunció el ceño.

—Algo cambió —murmuró, viendo la forma en que Riku ahora peleaba. Más salvaje, más dolido.

Haru, apoyado en la baranda, sintió el mismo escalofrío recorrerle la espalda.

Sabían que esta pelea no era solo física. Algo mucho más grande acababa de estallar en el círculo.

Y Riku no iba a salir de esa jaula siendo el mismo.

La furia en Riku explotó como un relámpago desatado.
Con un rugido primitivo, se abalanzó sobre su oponente, llevándolo al suelo de un brutal tackle. El golpe resonó como un eco sordo en el almacén, pero Riku no se detuvo.

No veía nada.

Nada más que rojo.

Sus puños descendían una y otra vez, pesados, frenéticos, manchándose de sangre. El enmascarado apenas podía levantar los brazos para cubrirse. Cada golpe era una descarga de dolor, de rabia contenida, de años de traición no dicha.

Gritaban desde el público, pero para Riku no existía el público.

Solo la necesidad animal de hacer desaparecer el dolor.

Otro puñetazo. Otro. Otro.

Hasta que, de repente, algo detuvo su brazo en el aire.

Una mano firme, de fuerza inamovible.

—¡Basta, Riku! —gritó Kaito, sujetándolo con ambos brazos—. ¡Vas a matarlo!

Riku forcejeó, los ojos enrojecidos, los dientes apretados como una bestia herida.

—¡¿Y qué importa eso?! ¡Él sabía! ¡Todos sabían y nadie hizo nada!

Su voz se quebró entre el odio y la angustia.

Kaito intentaba retenerlo, pero Riku era pura adrenalina desbocada, el cuerpo temblando de rabia.

Entonces, otra voz lo alcanzó, una más suave, más humana, cargada de algo que perforó su furia como una flecha certera.

—¡Nos importas tú, Riku! —gritó Haru, desde el borde de la jaula, la voz desesperada—. ¡Cuando esta ira se pase, si lo matas, no vas a poder vivir contigo mismo!

Esas palabras...




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