Kaze no Yoru

Capitulo 23

La clínica olía a desinfectante y lluvia húmeda.

Kaito, Tetsuya, Haru y Riku irrumpieron en la recepción, cargando al oponente inconsciente entre ellos. Las luces blancas parpadeaban en el techo, y el sonido de sus botas mojadas resonaba como tambores de guerra sobre el piso de baldosas.

Ren estaba allí, de pie junto a una camilla vacía, hojeando unos papeles. Apenas los vio entrar, su rostro se heló. La carpeta resbaló de sus manos y cayó al suelo con un golpe seco.

Su mirada se clavó en el hombre herido... y luego en Riku.

El horror en sus ojos fue un puñal para él.

Riku apartó la vista enseguida, bajando la cabeza, apretando los puños hasta que los nudillos se pusieron blancos debajo de la sangre que los cubría. Se volvió levemente, ocultando el rostro como si la mera visión de él pudiera romperla.

Ren, recomponiéndose, respiró hondo y se plantó con autoridad.

—¡Llévenlo adentro, ya! —ordenó, señalando con firmeza una camilla del fondo.

Kaito y Tetsuya obedecieron, casi cargando el peso muerto entre ambos. Haru iba detrás, preocupado, lanzando miradas ansiosas a Riku, que seguía estático en la entrada, como si sus pies estuvieran encadenados al suelo.

Ren se puso guantes rápidamente, encendió una lámpara de examen y comenzó a revisar al herido con movimientos expertos.

—¿Qué demonios pasó? —preguntó, sin levantar la cabeza, mientras presionaba el costado ensangrentado del hombre.

Silencio.

Kaito, que estaba a su lado, endureció la mandíbula y miró hacia otro lado.

Ren levantó la vista, entre furiosa y preocupada.

—¡Kaito! ¡Te pregunté algo!

Él no respondió. Solo endureció más la expresión, hermético.

Ren chasqueó la lengua y giró hacia Tetsuya, que trataba de parecer muy ocupado ajustando las correas de la camilla.

—Tetsuya —dijo Ren, en un tono dulce y mortal al mismo tiempo—. Si no me dices ahora mismo qué pasó, voy a cortarte yo misma y ver si aprendes algo de anatomía en el proceso.

Tetsuya soltó un pequeño quejido nervioso.

—¡Vale, vale! —se rindió, levantando las manos—. Fue Riku. ¡Se volvió loco! ¡Perdió el control y casi lo mata a golpes!

Ren se quedó inmóvil un segundo, mirando de reojo a Riku, que seguía encorvado en un rincón, con el rostro oculto por la sombra de su capucha.

Se volvió hacia Kaito, su voz quebrándose apenas.

—¿Es verdad?

Kaito suspiró, pesadamente.

—Sí —admitió en voz baja—. Pero no fue sin razón. Descubrió algo... algo que lo destrozó.

Ren apretó los labios en una delgada línea y volvió su atención al herido.
Manos rápidas, certeras. Saturó cortes, estabilizó fracturas, preparó inyecciones.

Kaito observó en silencio cómo Ren trabajaba sobre el cuerpo maltratado del oponente. Sus ojos, normalmente duros y calculadores, se suavizaron un momento, como si entendiera más de lo que decía.

Finalmente, rompió el silencio, su voz ronca, grave.

—No podemos dejarlo morir —dijo, cruzando los brazos, la mirada fija en Riku—. No solo porque lo necesitemos con vida para saber la verdad... sino porque si ese hombre muere, Riku también va a morir con él. Aunque su corazón siga latiendo.

Ren alzó un instante la mirada hacia él, sorprendida por la crudeza de sus palabras, pero no dijo nada.
Solo volvió a enfocarse en su tarea, más decidida que nunca.

—No va a morir —aseguró Ren al fin, con una determinación férrea en la voz.

Kaito asintió, grave.

Tetsuya, incómodo, se rascó la nuca.

Haru se acercó a Riku, poniéndole una mano en el hombro.

—Ven —le dijo en voz baja—. Deja que Ren se encargue.

Riku asintió apenas, como si sus huesos pesaran toneladas. No podía levantar la mirada. No todavía. Porque sabía que, en ese momento, si miraba a Ren... Vería en sus ojos no solo horror. Vería decepción.

Y no estaba seguro de poder soportarlo.

—Necesito tiempo —murmuró, la voz ronca, casi un susurro.

Haru, que lo había estado observando en silencio, dio un paso adelante, preocupado.

—¿A dónde piensas ir? —preguntó con cautela, como si temiera que Riku simplemente desapareciera.

Riku lo miró entonces, directo a los ojos, y en su mirada había una mezcla de dolor, rabia y algo más antiguo, más roto.

—No te preocupes —le dijo, forzando una sonrisa cansada—. Estaré en el puente número ocho... Solo necesito estar solo un rato.

Haru apretó los puños, luchando contra el impulso de detenerlo. Pero al final solo asintió, entendiendo que había heridas que uno tenía que enfrentar en soledad.

Riku se dio la vuelta y salió, su silueta desdibujándose en la lluvia que volvía a caer, como si la ciudad misma llorara junto a él.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.