Ren mantenía toda su atención en su libro, los codos apoyados en el escritorio y la frente ligeramente fruncida. Desde la visita del profesor Takayanagi, había tomado la firme decisión de retomar sus estudios. Sabía que no sería fácil. Estaba muy rezagada con respecto a sus compañeros, y la diferencia era abismal. Leía dos veces lo que antes comprendía con una sola mirada. Se esforzaba el doble. Dormía la mitad. Pero no se rendiría.
Estaba concentrada, subrayando un párrafo cuando la campana de la puerta sonó con un eco seco, cortante, casi desafiante. Ren alzó la vista de golpe. Su cuerpo se tensó al instante.
Sabía que ese día llegaría.
Contaba los días como quien espera su ejecución.
—Llegas tarde —dijo con voz firme, cerrando el libro con lentitud—. Pensé que vendrías más temprano.
Saeko cerró la puerta tras de sí con la misma calma con la que alguien baja el volumen de una radio. Su abrigo oscuro caía como una sombra alrededor de su figura esbelta. Observó la clínica con desdén, aunque en el fondo le sorprendía que Ren hubiese logrado ponerla en orden tan rápidamente.
—Vine por cortesía —respondió, con una sonrisa apenas curvada en sus labios—. Pensé que quizás necesitabas que te recordara que el tiempo se te acabó.
Ren se puso de pie con firmeza. No había nadie más en la clínica, salvo Shin, que descansaba detrás de una cortina, en una de las camillas. Pero eso no importaba. Aunque estuviera completamente sola, no iba a ceder.
—Puedes destruir esta clínica si quieres. Puedes matarme si eso te satisface —dijo, su voz fría como acero—, pero jamás voy a aceptar hacer un trato contigo. No nací para ser otra pieza en tu juego, Saeko.
Por un instante, el silencio se volvió espeso, casi tangible. Saeko la observó con ojos entrecerrados, como una serpiente calculando su próximo movimiento. Luego alzó una ceja, divertida, como si acabara de oír una broma encantadora.
—Tan valiente. Tan trágicamente testaruda. —Su tono no era burla ni admiración; era puro desdén—. Deberías haber sido tú la que muriera en lugar de tus padres.
La mención de sus padres fue como un disparo en la oscuridad. Ren se tensó, los dedos crispados sobre el escritorio. Saeko sabía exactamente dónde golpear. Siempre lo sabía.
—Sabes... tal vez debería acabar con tu sufrimiento —continuó Saeko con una voz tan carente de emoción que helaba la sangre—. Al menos así te reunirías con ellos.
Pero entonces, algo cambió. Como si el aire en la habitación se rompiera en mil fragmentos.
La voz de Shin cortó el silencio como un cuchillo:
—Te atreves a repetir eso, y juro que no sales caminando de aquí.
Saeko se giró con lentitud. Shin estaba de pie, apoyado en el marco de la camilla. Su cuerpo aún mostraba signos de agotamiento, pero sus ojos brillaban con una furia pura y contenida.
—No me importa cuántos bastardos tenga que derribar, Saeko —escupió con rabia—. Si tocas un solo cabello de Ren, vas a descubrir que todavía sé cómo matar.
La sonrisa de Saeko se ensanchó, aunque sus ojos se oscurecieron como el cielo antes de la tormenta.
—Qué interesante —musitó, llevándose una mano al mentón con gesto pensativo—. Me pregunto por qué todos los bastardos nacidos para pelear y morir acaban aquí. —Desvió la mirada hacia Ren—. Definitivamente tienes un imán para los hombres rotos.
Se dio media vuelta y caminó hacia la puerta con la misma calma con la que había entrado.
—No voy a matarte, Ren. Tampoco voy a destruir tu clínica. No tendría gracia. —Se detuvo antes de salir y miró a Shin por encima del hombro—. Pero lo vas a lamentar igual. Todos los que la rodean lo hacen.
Abrió la puerta. La campana sonó con su tintineo metálico.
—Siempre supe que eras un traidor, Shin —agregó, antes de desaparecer.
La puerta se cerró.
Ren soltó el aire que no sabía que estaba conteniendo. Sus piernas temblaban, pero no se dejó caer.
Shin se dejó caer lentamente en la camilla, apoyando una mano temblorosa en el colchón.
—No voy a dejar que te toque —dijo con la mirada fija en el suelo—. Lo juro. Se lo debo a Riku.
Ren bajó la cabeza. Su voz fue apenas un susurro.
—Gracias.
Y por primera vez en días, a pesar de la amenaza que acababa de cruzar la puerta, la clínica pareció un poco menos fría.
—¿Pasa algo? —preguntó Shin con voz baja mientras se acercaba, notando la tensión en los hombros de Ren.
Ella alzó la mirada, y sus ojos —grandes, oscuros, encendidos por una inquietud que no podía ocultar— se encontraron con los suyos. Había algo en su expresión que lo hizo detenerse, algo más allá del cansancio o el estrés habitual.
—Tengo un mal presentimiento —dijo al fin, su voz apenas un susurro—. Como si algo terrible estuviera por suceder… y no sé cómo evitarlo.
Shin frunció el ceño, cruzó los brazos con gesto protector y se acercó un poco más, bajando la voz.
—¿Es por lo de Saeko?
#1172 en Novela contemporánea
#495 en Joven Adulto
drama amor juvenil, ficcion urbana, novela urbana contemporanea
Editado: 13.05.2025