Kaze no Yoru

Capitulo 31

El cielo de Asakawa estaba cubierto por una espesa capa de nubes grises cuando Haru se desvió por uno de los callejones que conectaban la zona comercial con el viejo distrito sur. Caminaba con el ceño fruncido, con esa tensión incómoda en el pecho que le decía que algo no estaba bien. Llevaba las manos en los bolsillos, alerta, sin mostrarlo. Había estado buscando a uno de sus antiguos contactos, alguien que tal vez pudiera darle pistas sobre los movimientos de Saeko. Pero en el fondo, sabía que era una excusa. Sabía que la tormenta venía por él.

Y entonces la sintió.

La presencia.

El cambio en el aire.

Se detuvo al salir a un pequeño descampado, un lugar entre edificios donde el concreto se agrietaba bajo los años de abandono. Frente a él, con su abrigo oscuro y el cabello recogido en una coleta impecable, estaba Saeko.

—¿Saeko? —dijo Haru, sin emoción.

Saeko ladeó la cabeza y sonrió con la boca, pero no con los ojos.

—Sigues creyendo que puedes moverte sin que yo me entere. Qué tierno.

Haru no respondió. Solo se mantuvo firme.

—¿Por qué no terminamos con esto de una vez?

Saeko dio un par de pasos hacia él, sus tacones resonando con elegancia amenazante sobre el concreto.

—Sabes, al principio pensé que había algo en ti —dijo con tono casi melancólico—. Esa rabia contenida, ese fuego que arde solo por momentos. Me recordabas a alguien. A mi hermano. La misma mirada perdida… la misma violencia dormida.

Haru la miró con los ojos entrecerrados, pero no habló. Saeko continuó:

—Supuse que podría usar eso. Que me servirías, como un arma bien afilada. Pero resulta que eres un incordio. Un maldito recordatorio de que los sentimientos no sirven para nada más que para arrastrarnos al fondo.

Se detuvo a unos pasos de él. Sus ojos brillaban con una frialdad que dolía mirar.

—Y si aún quedaba una duda, se acabó cuando supe cuánto te importa Ren.

Haru dio un paso adelante, tenso.

—Déjala fuera de esto.

Saeko rio suavemente.

—¿Fuera? No, Haru. Todo lo que ella es me repugna. Esa fe estúpida en las personas, esa bondad que se niega a morir. ¿Sabes qué me molesta más? Que personas como tú la rodeen… como si merecieran su afecto. Ella cree que puede salvar esta ciudad. Cree que puede sanarla. Pero no se puede sanar lo podrido. Asakawa ya está sentenciada. Y voy a asegurarme de que lo entienda. Si matarte es lo que hace falta para abrirle los ojos… entonces que así sea.

Haru apretó los dientes, pero antes de que pudiera moverse, escuchó los pasos detrás de él. Se giró.

Cinco, seis, ocho hombres. Todos armados. Algunos con bates, otros con cuchillos. Todos con la misma mirada vacía, obedientes a una reina sin alma.

—Míralo bien, Ren —susurró Saeko como si hablara con un fantasma—. Míralo bien mientras se apaga su luz.

El primero se lanzó contra Haru, y él lo recibió con una patada directa al pecho que lo lanzó varios metros hacia atrás. El segundo vino por el flanco y Haru esquivó por poco, bloqueando el golpe con el antebrazo y contraatacando con un puñetazo en la mandíbula. Cayó con un crujido.

Pero eran muchos.

Demasiados.

Lo rodearon como una jauría y aunque Haru peleó como un demonio acorralado, los golpes empezaron a colarse. Un puñetazo al costado. Un bate contra su espalda. Un cuchillo rasgando su costado. Cayó una vez, se levantó. Cayó otra vez. Siguió. El suelo se manchó de su sangre. Sus piernas temblaban.

—¡Maldita…! —alcanzó a gruñir, lanzándose contra dos de ellos al mismo tiempo.

Uno cayó con un grito de dolor. El otro lo atrapó con una cadena al cuello. Haru tiró, lo arrastró consigo, lo golpeó con el codo, lo derribó. Pero no pudo evitar el siguiente golpe. Un tubo de metal lo alcanzó en el costado de la cabeza y todo se volvió confuso. Los gritos, los pasos, el dolor.

Cayó al suelo. Esta vez no se levantó.

El sabor metálico de la sangre llenó su boca.

Saeko se acercó con calma, los tacones sonando igual que al principio, como si la violencia a su alrededor no fuera más que una ópera cuidadosamente coreografiada.

Se agachó frente a Haru, lo miró con frialdad.

—No me decepcionaste del todo. Diste pelea. Pero ahora sí estás roto. Justo como quería.

Haru apenas podía verla. Sus párpados pesaban. El frío comenzaba a invadir su cuerpo.

Saeko se levantó y les hizo una seña a sus hombres. Uno de ellos se acercó y le dio una última patada en las costillas. Haru no gritó. No tenía fuerzas para hacerlo.

—Déjenlo aquí. Que lo encuentre alguien. Si vive, que sufra. Si muere, pues… mejor.

Los pasos se alejaron. El silencio volvió a llenar el callejón. El viento arrastró una hoja seca por el concreto.

Y Haru quedó solo.

Ensangrentado. Roto. Pero vivo.

Por ahora.




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