Kaze no Yoru

Capitulo 34

Las ruedas de la camilla chirriaron contra el suelo pulido del hospital mientras Tetsuya corría a su lado, el corazón latiéndole tan fuerte que le dolía el pecho. Haru estaba pálido, inconsciente, cubierto de sangre seca y tierra. Los médicos gritaban órdenes, empujaban puertas, pero Tetsuya solo podía mirar una cosa: el rostro casi sin vida de ese muchacho que no debería haber estado allí, no así, no tan roto.

—¡Trauma abdominal! ¡Posible hemorragia interna! —gritó una enfermera.

Tetsuya seguía corriendo. Ni siquiera se dio cuenta de que lo habían apartado hasta que la puerta de la sala de emergencias se cerró frente a él, con un golpe seco. El mundo se quedó en silencio.

Apoyó una mano contra la pared y bajó la cabeza.

Y entonces el pasado lo alcanzó.

Sangre. Otra vez sangre.

El mismo color. El mismo olor metálico.

El recuerdo lo envolvió como un vendaval.

Mei, en los brazos de Kaito, jadeando, sus labios manchados de rojo. El grito de su hermano, la desesperación en sus ojos, el silencio que vino después, más duro que cualquier sonido.

Su padre, en un charco de sangre, el con la camisa empapada en rojo, y su padre diciéndole con la voz temblorosa, que viviera. "Prométemelo", había dicho. “vas a tener un vida larga”
Y Tetsuya había asentido, incapaz de hablar, con las manos también cubiertas de sangre.

Y ahora Haru.

Otro chico que no merecía pagar los pecados de su ciudad.

—No otra vez… —murmuró Tetsuya, apretando los dientes, la mandíbula tan tensa que le dolía.

No sabía por qué Haru le importaba tanto. Tal vez porque lo veía como un reflejo de lo que habían sido ellos: niños sin elección, lanzados al barro, criados en el ruido y la furia. Haru era testarudo, emocional, joven... demasiado joven para estar tan cerca de la muerte.

Tetsuya se dejó caer en una de las sillas del pasillo. Sus piernas ya no respondían. Apoyó los codos en las rodillas y hundió el rostro entre las manos. Se suponía que todo lo que hacían era para evitar esto. ¿De qué servía Guren si no podían proteger a uno de los suyos?

El rostro de Kaito volvió a su mente.

La rabia en su mirada cuando vio a Haru en ese charco de sangre.

Y más que rabia… miedo.

Ese mismo miedo que Tetsuya vio en él el día que perdió a Mei.

—Aguanta, chico… —murmuró con los dientes apretados—. Solo un poco más.

El pitido de una máquina médica le hizo levantar la cabeza. Una enfermera pasó corriendo. Tetsuya se puso de pie como impulsado por un resorte.

Se quedó ahí, de pie, esperando.

Por Haru.

Por Kaito.

Por la promesa que había hecho a un padre moribundo, y por el juramento silencioso que renovaba ahora con cada latido.

Tetsuya sintió una mano firme posarse en su hombro.

Giró de inmediato, casi con un destello de amenaza en los ojos… pero se detuvo al reconocer el rostro de Riku.

—Está mal —dijo Tetsuya sin rodeos—. Haru puede morir.

Riku no dijo nada al principio. Su expresión se torció con lentitud, como si las palabras le calaran hasta los huesos. Sus puños se cerraron con una violencia muda, los nudillos blancos, temblorosos. La rabia, el miedo, la impotencia… todo le subía como una marea oscura que amenazaba con romperlo por dentro.

Su rostro se endureció. La sombra del rencor se deslizó por su mirada como una cuchilla desenvainada. Iba a matarlos. A todos. A Akihiro, a Saeko, a quien se atreviera a tocar a los suyos.

Entonces, sintió algo cálido sobre su mano.

Ren.

Su mano pequeña, temblorosa pero firme, envolvía su puño apretado. Riku la miró. Sus ojos lo buscaron como si supieran que él estaba a punto de romperse, de desaparecer dentro del monstruo que sabía cómo ser.

Y ella no le dijo nada.

No hizo falta.

Fue suficiente con esa mirada, con esa ternura silenciosa, con ese contacto que no exigía nada pero lo sostenía todo.

Riku tragó saliva, los ojos se le llenaron de lágrimas que no pidió, que no esperaba. Bajó la cabeza, vencido por la emoción, y la abrazó.

La envolvió con los brazos como si en ella pudiera esconder lo que dolía, como si Ren fuera el único lugar donde el mundo no se venía abajo.

Ella lo sostuvo sin palabras.

Tetsuya desvió la mirada, dándoles espacio. A lo lejos, las luces del quirófano parpadeaban. El destino de Haru aún pendía de un hilo invisible.

Pero al menos, en ese momento, no estaban solos.

La sala de espera del hospital estaba inmersa en un silencio espeso, apenas interrumpido por el sonido lejano de pasos y máquinas monitoreando vidas. La madre de Haru se había unido a la vigilia, con el rostro pálido y las manos temblorosas aferradas a un pañuelo húmedo. Ren no se había apartado de su lado ni un segundo, sentada junto a ella, sus dedos entrelazados como un ancla silenciosa. Le ofrecía palabras suaves, pero era su presencia lo que realmente sostenía a aquella mujer que apenas se mantenía entera.




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