La primera luz del amanecer se colaba tímidamente por las rendijas del taller de Kaito, filtrándose entre las herramientas colgadas, los vidrios polvorientos y las vigas expuestas que crujían con el viento de la madrugada. Había un olor a metal, a aceite, a humo… y a guerra inminente.
Riku permanecía de pie, apoyado contra una vieja mesa de trabajo cubierta de polvo y manchas de aceite seco. Sostenía su teléfono entre las manos con tensión, pero no lo miraba; su atención estaba muy lejos de la pantalla. Su rostro era una máscara de hielo, endurecido por la espera, por el recuerdo, por la anticipación. Sin embargo, sus ojos se movían con un ritmo casi imperceptible, como si cada parpadeo fuera parte de un cálculo silencioso. En su mente, se dibujaban rutas, se analizaban posibles emboscadas, se repetían nombres que pronto serían cenizas.
Kaito estaba en una silla de metal oxidado, ligeramente reclinado hacia atrás, girando una vieja llave inglesa entre los dedos como si fuera un arma en espera. El tintineo del metal contra su anillo era el único sonido constante en la sala. Sus movimientos eran precisos, rítmicos, casi hipnóticos. No hablaba. No tenía que hacerlo. Cada vuelta de la llave era un latido más cerca del conflicto que lo estaba devorando por dentro.
Tetsuya y Shin ocupaban el desvencijado sofá contra la pared, un mueble tan roto como el mundo que compartían. Tetsuya estaba encorvado hacia adelante, los codos sobre las rodillas, con un cigarro apagado entre los labios, mascando ansiedad. Shin se reclinaba en el extremo opuesto, los brazos cruzados sobre el pecho, observando a los demás con una calma tensa que no era más que una máscara de su propia rabia contenida.
—Va a llegar —dijo Riku de pronto, rompiendo el silencio—. El mensaje. Es cuestión de tiempo.
Kaito levantó la vista.
—¿Estás seguro de que será esta noche?
—Sí. Akihiro es un cabrón de rituales. Siempre da 24 horas exactas entre el aviso y la ejecución. Quiere que me reviente por dentro antes de levantar los puños.
Tetsuya giró hacia él.
—¡Vaya pedazo de cabrón!
Fue entonces cuando un golpe seco retumbó en la puerta metálica del taller. Todos se pusieron en tensión al instante. Kaito se incorporó como un resorte, Tetsuya dejó de morderse la uña y Shin se irguió en el sofá, con la mano instintivamente sobre la funda de su cuchillo.
La voz grave y áspera que vino desde el otro lado no tardó en cortar la tensión.
—¿Puedo pasar, o están planeando una emboscada sin invitarme?
Riku levantó la vista del suelo y miró a Kaito con una mezcla de sorpresa y resignación.
—Es él —murmuró, como si hubiera estado esperándolo todo el tiempo.
Kaito no dijo nada, pero avanzó hasta la puerta, quitó el cerrojo y la abrió con cautela. En el umbral, de pie bajo el pálido resplandor del amanecer, estaba el inspector Tajima.
Un hombre imponente, alto, de espalda ancha y porte imperturbable. Llevaba una gabardina oscura que olía a tabaco y a lluvia, un portafolio gastado colgando de una mano, y al cinto una vieja pistola de servicio que parecía más una extensión de su carácter que un arma. Su cabello canoso estaba recogido en una coleta discreta y sus ojos, grises como el acero, barrían la escena como si ya supieran lo que encontrarían. Eran ojos que lo habían visto todo… y a los que ya nada parecía sorprenderles.
—Inspector —dijo Riku, erguido, con una nota de respeto que no alcanzaba a ocultar del todo cierta tensión.
—Me alegra que me llamaras, muchacho —respondió Tajima, señalándolo con la barbilla mientras cruzaba el umbral—. Pensé que ibas a seguir jugando al lobo solitario hasta que terminaras muerto en un callejón.
Dejó el portafolio sobre la mesa de trabajo con un golpe sordo y miró a cada uno de los presentes como si pudiera leerles las intenciones con una sola ojeada.
—Así que estos son tus amigos —añadió, con una media sonrisa que no alcanzaba sus ojos—. Bien. Entonces hablemos de cómo acabar con esa plaga llamada Kaze no Yoru.
Tajima abrió el portafolio con precisión militar, revelando una pila de documentos, fotos aéreas, mapas callejeros marcados con rotulador rojo y un dispositivo portátil que encendió para proyectar una imagen sobre la pared desgastada del taller.
—Durante meses he tenido que ver cómo Kaze no Yoru tejía su red en las sombras —dijo mientras pasaba algunas de las fotos—. Sabía que estaban envenenando la ciudad desde dentro, pero cada vez que intentábamos atraparlos, se escurrían como ratas por las alcantarillas.
Se detuvo sobre una imagen que mostraba una antigua fábrica abandonada al borde del distrito industrial.
—Esta es su nueva madriguera. Se han estado moviendo desde que Riku volvió y rompió el equilibrio. Están nerviosos. Eso nos da una ventaja.
Riku frunció el ceño y se acercó, fijando la mirada en la imagen.
—¿Estás seguro?
Tajima lo miró con la misma firmeza de siempre.
—He estado observándolos durante semanas. Confirmé el movimiento de Akihiro y Saeko hace tres noches. Están preparando una encerrona… para ti. Y tú vas a ir.
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Editado: 30.06.2025