Kaze no Yoru

Capitulo 41

El humo del taller aún olía a aceite viejo, metal y sangre seca. Afuera, la ciudad empezaba a respirar de nuevo tras el operativo, pero adentro, el ambiente seguía cargado. Una calma tensa, como si todos supieran que nada estaba realmente terminado.

Tajima se apoyó contra uno de los bancos de herramientas con la soltura de quien ha visto demasiadas guerras para fingir que alguna terminó de verdad. Masticaba con desgano un palillo de madera, girándolo entre los dientes mientras observaba a los presentes con la misma mirada cansada que usaba para firmar órdenes de arresto o dictar sentencias a media voz.

—Bueno —dijo, al fin—. Lo prometido, cumplido. Kazen no Yoru está desmantelada. Sus líderes caídos, sus bases incautadas. Les cortamos la cabeza… y también las patas.

Riku, en silencio, se mantenía de pie en la sombra más profunda del taller, lejos de los demás. Solo sus ojos brillaban, fijos en Tajima.

—¿Y Saeko? —preguntó con frialdad, dando un paso al frente.

Tajima dejó escapar un suspiro. Se quitó el palillo de entre los dientes y lo giró entre los dedos.

—Ah, esa mujer… —dijo con un tono ambiguo, entre sarcasmo y respeto—. No, no la atrapamos.

Kaito levantó la cabeza, su ceño se frunció con gravedad. Tetsuya dejó de juguetear con una llave inglesa, atento.

—Sabíamos que estaba allí —continuó Tajima—. Incluso teníamos una unidad lista solo para interceptarla. Pero cuando comenzó la redada… ya se había esfumado. Nada en cámaras. Como una maldita sombra con alas.

Guardó silencio un segundo. Luego, con voz más baja, añadió:

—Y ustedes ya la conocen. Saeko es astuta.

Riku apretó los puños.

—Entonces no está terminado.

Tajima lo miró de reojo, encogiéndose de hombros.

—No. Con ella suelta, nada está terminado.

Hubo un silencio denso. Tajima volvió a meterse el palillo en la boca y mascó con fuerza.

—Y no olviden algo —añadió, paseando la mirada entre ellos—. Saeko guarda rencor. No es del tipo que perdona, ni que olvida. Especialmente contra ciertas personas.

Miró directamente a Riku. Luego, sus ojos se posaron por un instante en Kaito, y finalmente en Tetsuya. Pero cuando mencionó lo siguiente, su tono cambió:

—Y especialmente... contra Ren Kanzaki.

Las palabras cayeron como un ladrillo en el suelo. Tetsuya giró el rostro de inmediato. Kaito se irguió. Riku no se movió, pero sus ojos se endurecieron como cuchillas.

—Estaremos listos —dijo Kaito, con una leve sonrisa que no alcanzaba a suavizar su mirada—. La estaremos esperando.

Tajima dejó escapar una sonrisa torcida, de esas que nunca sabías si escondían sarcasmo o advertencia.

—El famoso León de Asakawa… —dijo lentamente, como si saboreara cada palabra—. Tengo que admitir que Guren está haciendo un buen trabajo manteniendo la ciudad en pie. Incluso en comisaría corren rumores.

Hizo una pausa y añadió, con tono irónico:

—Dicen que la esquina de Tashiban Street es ahora el lugar más seguro de todo este maldito agujero.

Kaito no lo miró. Se limitó a observar una mancha de grasa en el suelo, como si allí estuviera la clave del equilibrio de toda Asakawa.

—Digamos que tengo motivos personales para prestar atención en esa zona —dijo con voz seca.

Tetsuya soltó una carcajada, una de esas que arrastraban ironía y algo más difícil de nombrar.

—Pasado y futuro convergen en esa esquina —añadió, casi como un brindis sin copa.

Tajima levantó una ceja, intrigado por el comentario, pero no presionó. Había aprendido a no escarbar demasiado en los rincones donde la ciudad escondía sus historias más sucias. Al final, sacudió la cabeza con un suspiro.

—En fin… buen trabajo —dijo, resignado.

Kaito finalmente levantó la vista. Su expresión era firme, pero honesta.

—Para ser sincero… no ha sido solo mérito nuestro. He tenido ayuda.

Tajima lo miró con interés renovado.

—¿Ayuda? —repitió, ladeando la cabeza—. ¿De quién?

Hubo un breve silencio. Y entonces Riku, que hasta entonces había permanecido en segundo plano, cruzado de brazos junto a una estantería, alzó la voz con la frialdad de una navaja.

—Kaze Roja.

Las palabras cortaron el aire como una sirena en mitad del silencio.

Tajima giró el rostro hacia él con expresión fulminante, como si cada músculo de su mandíbula se preparara para estallar. Por un instante, pareció que iba a cruzar la habitación y estampar a Riku contra la pared.

—¿Qué demonios acabas de decir? —masculló entre dientes.

Riku no se inmutó. Solo sonrió con lentitud, sin arrogancia, pero sí con intención.

—Tranquilo, Tajima. No soy yo quien revivió a Kaze Roja.




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